viernes, 24 de abril de 2015

24 abril: El desayuno del Lago

Vida gloriosa en San Juan - 7
          A mí me origina una curiosidad especial el desayuno aquel de los “siete” en el Lago. Y no tanto por el hecho en sí y la forma en que se desenvuelve, cuanto por la frase final con que se expresa el evangelista.
          Supuesto aquel “personaje” de la playa y supuesto que es identificado como “El Señor”, ya no me extraña ni que el desayuno esté preparado cuando los “siete” han bajado de la barca, ni la invitación que reciben del “personaje”: “Vamos, desayunad”. Todo se ha desenvuelto en esos últimos instantes de una manera tan peculiar, que yo consideraría obvio que ya están todos “viendo a Jesús”, teniendo una nítida experiencia de haberse encontrado con Jesús, con quien se sentirían tan felices y satisfechos.
          Pero la frase final me retrae (o retrotrae) a una mera experiencia de fe y no a una nitidez de encuentro. Porque el evangelista escribe una frase que, o bien sobra, o bien expresa mucho más de lo que parece a primera vista: Ninguno se atrevía a preguntar: ‘tú, quién eres’, porque sabían que era Jesús. Mi cuestión es: si están viendo a Jesús cara a cara, no viene a qué esa frase, ni el que no se atrevieran a preguntar. Si no lo tienen tan evidente, y sólo están viviendo de la fe, de saber que es Jesús, pero no de la evidencia que se toca o que se mira, entiendo que están en ese punto de la fe en que no preguntan porque saben, pero lo mismo podrían preguntar porque no tocan ni palpan la evidencia.
          Alguien podrá decirme que esto es rizar el rizo. Y sin embargo esa experiencia la estamos viviendo los fieles cada día, y yo me hago muy consciente en cada Eucaristía cuando he tomado en mis manos el pan o el vino y momentos después entre mis dedos se que está Jesús mismo, pero ni lo veo, ni lo toco, ni lo huelo. Y sin embargo ni me atrevería a preguntar –como en duda- porque es un hecho de fe en el que CREO totalmente…, SE QUE ES JESÚS. Y lo mismo cada fiel que se acerca a la Comunión, o adora la Sagrada Forma, ni pregunta, ni se atreve a preguntar, ¡ni se le ocurre!, porque SABE QUE ES JESÚS.
          Entonces la expresión de ese evangelio nos está presentando una “visión” tan en fe como la que tenemos nosotros mismos en nuestro día a día. Y por tanto aquellos “siete” no han visto aún a Jesús…, no lo han descubierto…, no lo han tocado ni palpado. “Se desayunan” en la convicción de que todo aquello no puede ser más que EL SEÑOR, pero nos sirven de anticipo a nosotros que vivimos aun en ese “desayuno” en el que no se han hecho diáfanas la “claras del día” (la visión directa), y sin embargo vivimos muy felices en esa otra visión de LA FE que nos da tanta o más seguridad que la que tuviéramos con la vista, el tacto, los sentidos.

          En la liturgia del día nos encontramos con uno de los hechos más decisivos en la vida del cristianismo: la conversión de Saulo. Era muy arrogante, muy pagado de sí mismo. Muy seguro de no equivocarse… No podía Dios entrarle con mano de terciopelo porque Saulo no entendía de “caricias”. Tuvo el Señor que tumbarlo, hacerle rodar por el suelo y que se quedara ciego, y que así experimentara la humillación. Ahora lo tienen que llevar de la mano. Ahora tiene que ayudarle uno de los cristianos a quienes él iba a apresar… Ahora se ha topado con JESÚS, A QUIEN TÚ PERSIGUES… Ahora ha encontrado su salvación.

          Con el Evangelio de hoy, ahora está de cara al Pan de la Vida, que garantiza vida eterna.

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