miércoles, 7 de enero de 2015

7 enero: Un vistazo a Nazaret

Lo que siguió…
          No puedo menos que dedicar una reflexión a NAZARET, que ocupa la mayor parte de la vida de Jesús. Tenemos recién pasada la manifestación al mundo, en la fe, de ese Niño recién nacido. Pero lo que el tal “mundo” vio con los ojos de su cara se desarrolló en una muy larga estancia de la Sagrada Familia en Nazaret. Y ahí que quiero ir con mis lectores y orantes en esta mañana del día 7.
          Cuando aquella familia regresó a Nazaret tras su ausencia, hubo parabienes de aquellos convecinos. No sólo porque habían regresado a su casa sino porque venían ya con el niño. Habían dejado a María encinta, y ahora recuperan ya la familia completa, y deseándoles muchos hijos como el bien más valorado en Israel. Máxime cuando habían comenzado aquella familia con un varón, que era la gloria de un matrimonio.
          ¿Qué veían los nazaretanos en aquella familia? Nada especial a simple vista. Un matrimonio joven que ha comenzado a traer hijos al mundo. Más allá, nada especial, salvo la finura que exhalaba aquella familia.
          Si era el padre de familia, un hombre leal, trabajador, fiel, fino en su trabajo, responsable, amante de su hogar, buen esposo y buen padre. Buen vecino, buen paisano y compañero, hombre que compaginaba sus tareas con la vida de su hogar y las relaciones sociales. Del misterio que encerraba, naturalmente no barruntaban nada. Era un padre modélico, embobado con su hijo y su hijo con él. Un esposo especial que –distinto de la tónica general- colocaba a su esposa en plano primero, sin que eso supusiera que era menos que los otros. José ayudaba a su esposa, le quitaba cargas, no la tenía como en un segundo plano. Eso podría ser un modo habitual de comportamiento patriarcal de la época, pero en aquella familia bien podía decirse que estaban en el mismo plano los dos esposos.
          María, otra persona sencilla, la esposa de José, la madre de aquel niño. La madre de familia hacendosa, que siempre tenía sus cosas a su tiempo y en orden. La vecina con la que gustaba echar el rato. La persona que no dejaba que en corrillo estuviera ella haciendo comentarios que pudieran ser desagradables. María sólo tenía ojos para ver lo bueno, para alabar, para reconocer cualidades de otras personas. Siempre disponible a servir, a ayudar, a ir a la casa de alguien que podía necesitarla. Limpia de corazón como nadie, de manera que llamaba la atención. Pero qué había detrás, nadie lo sabía, nadie barruntaba ni podía sospechar… La realidad es que era una madre que había llegado a la maternidad por una acción divina y misteriosa. Pero José servía de velo que ocultaba el misterio, y nadie sospechaba que aquella familia era tan distinta de las otras familias. ¿Y que tenía una distinción, nadie lo dudaba! Pero era otra forma más honda la que distinguía a los tres.

          Porque allí estaba aquel Niño que constituía la admiración y el encanto de todo el vecindario. En su edad, Jesús tenía “un ángel” especial. Y conforme iba creciendo, más. Despierto, vivaracho, alegre, sencillo, un niño como oytros niños pero con unos especiales sentimientos. Era igual que los otros, pero no tan igual. Y sin embargo estaba entre los demás y jugaba y reía y hacía sus travesuras como todos los niños, salvo que siempre eran de buena índole. Jesús fue yendo a la Escuela y el rabino se sentía a gusto con él. Y los niños, siendo niños, se hacían mejores cuando Jesús estaba con ellos. Jesús era un niño como los oytros niños…, ¡y sin embargo encerraba a Dios en su mundo interior!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡GRACIAS POR COMENTAR!