sábado, 1 de diciembre de 2012

La riqueza bíblica


FINAL Y PRINCIPIO
          Para un ojo avizor con visión global bíblica, salta a la vista que la visión profética de Juan rehace al final de los libros revelados lo que fue el mismo principio.  Allí, cuando nos narraban la creación, había un Paraíso con mucha agua: río del que salían cuatro ríos; un árbol de la vida; y había día y noche, sol, luna y estrellas. Y unas condiciones para mantener esa situación idílica que había hecho el Señor: el respeto a Árbol de la vida, que era como la representación de la presenci de Dios, EN EL CENTRO DE LA CREACIÓN.
             Hoy, al acabar la revelación con el libro del Apocalipsis, se anuncia un río de agua viva, luciente como el cristal..; con un Árbol “a mitad de la calle”. Ese árbol da fruto permanente –una cosecha cada mes- y es medicinal para todas las naciones. No hay sol, ni estrellas, ni tampoco noche. La LÁMPARA es el CORDERO, que irradia sobre todos, y reinan por siempre.  Palabras ciertas, que no fallarán.  Ya no puede haber rotura del Árbol, desgajamiento de ramas, robo del fruto. Porque estoy para llegar.
             Será el Salmo el que ponga el broche final, que es el verdadero último toque de ese libro VEN, SEÑOR JESÚS.
             Lo cual tiene en este momento ya último del año litúrgico un doble sentido: por una parte es súplica a Jesús de su venida final triunfal, en la que ya sea realidad ese nuevo Paraíso que no tendrá noche.  Por otra parte nos engarza con la esperanza ilusionada del Adviento, cuyo grito ilusionado, repetido y ansiado es ese mismo: VEN, SEÑOR JESÚS, en el que miramos al futuro con toda la fuerza de un deseo que va mucho más allá que “la navidad” como centro… Hay navidades  mucho más importantes y con exigencia de realidad EN NOSOTROS para que tome cuerpo en nosotros ese Jesús, al que suplicamos que venga. Nos es una necesidad muy grande…, urgente. A ver si este grito de final (que nos remite al encuentro personal último en la tierra), nos es estímulo para comenzar de otra manera lo que, si Dios nos da vida, está por venir.
             Por eso en el evangelio surge también esa mirada doble en la que nos mete Jesucristo:  Lo primero es que estamos ya en un momento para un serio examen de nuestra vida pasada, y una previsión para adelante. Y en eso, no permitir que nuestro corazón se nos embote con el vicio, la preocupación por el dinero, los placeres de la carne…, y así no se nos eche encima el final.  El final no puede ser una amenaza sino esa esperanza, que también se concretaría en esa llamada ilusionada al Cristo de nuestra salvación: VEN, SEÑOR JESÚS.
             Y Jesús nos dice entonces algo tan importante como esa espera de pie para cuando venga el Hijo del hombre. “De pie” significa, postura activa.
No adormecidos, no aburridos, no descuidados. Por el contrario, estad siempre despiertos, pidiendo fuerza.  Con todo esto, y en esa importante mezcla de confianza y advertencia, se cierra el año litúrgico. Si el Señor nos da vida para amanecer mañana, estaremos estrenando una “segunda oportunidad”.  Eso debe constituir el adviento para cada uno.  Estamos en la transición, y lo muy importante es saberlo y tomar en serio las advertencias de Jesús.
             Claro que podemos tener la “tentación” de tomar tan al pie de la letra eso de “vicios, preocupación del dinero y placeres de la carne” que nos pongamos fácilmente al margen como quien dice: “eso no me toca a mí”. Es la postura de la inconsciencia. Porque lo que corresponderá a cada uno es hacer ese “transporte” (diríamos en lenguaje musical) de una partitura a un tono menor o mayor).  “Traducir” los términos desde la sincera honradez de cada uno a sus circunstancias y realidades.  “Vicio” tiene una amplitud enorme.  Y los hay grandes, medianos, pequeños y camuflados. El amor propio es un engañabobos impresionante, y es capaz uno de sentirse muy pronto “al margen”… Y sin embargo ya –en eso mismo- está el vicio más básico: la carencia de autoanálisis, la falta de luz…, porque no le damos al interruptor de la conciencia.  Y la verdad es que si fuéramos capaces de preguntarle a los que nos conocen (y ellos fueran capaces de decirnos lo que piensan de nosotros), íbamos a encontrar que vicios sí que tenemos.
             El apego al dinero podrá no ser el punto esencial… Pero “apegos…”, en cantidades industriales. Desde el que se apega a un objeto, a un animalito, a un gusto personal, a una persona, a un “impermeable” para que no le cale “la lluvia” cuando le viene de fuera y le “moja”…  Ahí está el “sistema inmunológico” del amor propio para descargar sobre el otro los mismos defectos nuestros. Esa “catarsis” para ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el propio.  ¿No ver…, o no querer verla?
             Y los placeres de la carne pueden ser muy variopintos. Cuando el bueno de Juan XXXIII expresó aquello de la “lujuria larvada” estaba refiriéndose no a unas situaciones llamativas pecaminosas, pero sí a un corazón que no está libre…;  que hambrea afectos bajo capas espirituales. La expresión técnica que lo define es: “transferencias afectivas”, que arrancan desde un sentido espiritual y se trasforman en “necesidades” de “contacto”, sin el que no se puede vivir.  Y no tiene que ser el contacto físico. Lo que ahí está “larvado” es el fondo del corazón, que desde luego no está en el plano de lo inmaculado.
             Por eso, digo, que TRADUCIR y PISAR TIERRA cuando leemos la palabra de Dios, es de una urgencia grande, si queremos hablar de esa nueva evangelización con un sentido realista y PERSONAL.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad6:27 p. m.

    ORACIÖN.Señor,DIos grande,que tienes el universo e n tus manos y nos has constituido en pueblo tuyo y ovejas de tu rebaño, haz que nunca se endurezcan nuestros corazones,sino que escuchando dócilmente tu voz,y obedientes a tus divinas leyes,obtengamos un día la tierra prometida y cantemos tu alabanza con júbilo eterno.

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