martes, 18 de diciembre de 2012

Una valiosa aportación


                Un apartado digno de tener en cuenta
             Hoy no voy a hablar yo. Podrá verse como menos fluido, pero hoy toca decir las cosas de otra manera.  Benedicto XVI, un Papa de gran categoría humana, científica, teológica y bíblica –a pesar de la mala fe de esos que intentan irle minando el terreno, por el solapado odio a la Iglesia Católica- ha escrito un libro que era muy deseado por los verdaderos creyentes, los que pretendemos siempre conocer más y mejor la verdad que encierra la Sagrada Escritura, y las “figuras” que, al estilo de parábolas- no vienen a dar mucha más información que la pura narración de una “historia” que no responde a los conceptos históricos occidentales y de culturas de siglos más avanzados..  Por eso considero importante añadir aquí, copiado al pie de la letra lo que la reflexión de un creyente verdadero, e investigador teológico-bíblico nos ha aportado.

          Después de la reflexión sobre la narración de Lucas de la anunciación, ahora hemos de escuchar aún la tradición del Evangelio de Mateo sobre dicho acontecimiento. A diferencia de Lucas, Mateo habla de esto exclusivamente desde la perspectiva de san José, que, como descendiente de David, ejerce de enlace de la figura de Jesús con la promesa hecha a David.
          Mateo nos dice en primer lugar que María era prometida de José. Según el derecho judío entonces vigente, el compromiso significaba ya un vínculo jurídico entre las dos partes, de modo que María podía ser llamada la mujer de José, aunque aún no se había producido el acto de recibirla en casa, que fundaba la comunión matrimonial. Como prometida, «la mujer seguía viviendo en el hogar paterno y se mantenía bajo la patria potestad. Después de un año tenía lugar la acogida en casa, es decir, la celebración del matrimonio». Ahora bien, José constató que María «esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo» (Mt 1,18).
          Pero lo que Mateo anticipa aquí sobre el origen del niño, José aún no lo sabe. Ha de suponer que María había roto el compromiso y —según la ley— debe abandonarla. A este respecto, puede elegir entre un acto jurídico público y una forma privada: puede llevar a María ante un tribunal o entregarle una carta privada de repudio. José escoge el segundo procedimiento para no «denunciarla» (Mt 1,19). En esa decisión, Mateo ve un signo de que José era un «hombre justo».
          La calificación de José como hombre justo va mucho más allá de la decisión de aquel momento: ofrece un cuadro completo de san José y, a la vez, lo incluye entre las grandes figuras de la Antigua Alianza, comenzando por Abraham, el justo. Si se puede decir que la forma de religiosidad que aparece en el Nuevo Testamento se compendia en la palabra «fiel», el conjunto de una vida conforme a la Escritura se resume en el Antiguo Testamento con el término «justo».
          El Salmo 1 ofrece la imagen clásica del «justo». Así pues, podemos considerarlo casi como un retrato de la figura espiritual de san José. Justo, según este Salmo, es un hombre que vive en intenso contacto con la Palabra de Dios; «que su gozo está en la ley del Señor» (v. 2). Es como un árbol que, plantado junto a los cauces de agua, da siempre fruto. La imagen de los cauces de agua de las que se nutre ha de entenderse naturalmente como la palabra viva de Dios, en la que el justo hunde las raíces de su existencia. La voluntad de Dios no es para él una ley impuesta desde fuera, sino «gozo». La ley se convierte espontáneamente para él en «evangelio», buena nueva, porque la interpreta con actitud de apertura personal y llena de amor a Dios, y así aprende a comprenderla y a vivirla desde dentro.
          Mientras que el Salmo 1 considera como característico del «hombre dichoso» su habitar en la Ley, en la Palabra de Dios, el texto paralelo en Jeremías 17,7 llama «bendito» a quien «confía en el Señor y pone en el Señor su confianza». Aquí se destaca de manera más fuerte que en el salmo la naturaleza personal de la justicia, el fiarse de Dios, una actitud que da esperanza al hombre. Aunque ninguno de los dos textos habla directamente del justo, sino del hombre dichoso o bendito, podemos no obstante considerarlos la imagen auténtica del justo del Antiguo Testamento y, así, aprender también a partir de aquí lo que Mateo quiere decirnos cuando presenta a san José como un «hombre justo».
          Esta imagen del hombre que hunde sus raíces en las aguas vivas de la Palabra de Dios, que está siempre en diálogo con Dios y por eso da fruto constantemente, se hace concreta en el acontecimiento descrito, así como en todo lo que a continuación se dice de José de Nazaret. Después de lo que José ha descubierto, se trata de interpretar y aplicar la ley de modo justo. Él lo hace con amor, no quiere exponer públicamente a María a la ignominia. La ama incluso en el momento de la gran desilusión. No encarna esa forma de legalidad de fachada que Jesús denuncia en Mateo 23 y contra la que san Pablo arremete. Vive la ley como evangelio, busca el camino de la unidad entre la ley y el amor. Y, así, está preparado interiormente para el mensaje nuevo, inesperado y humanamente increíble, que recibirá de Dios. 

3 comentarios:

  1. Ana Ciudad2:05 p. m.

    Cuando se ama a una persona se desean saber hasta los más mínimos detalles de su existencia,de su carácter,para así poder identificarse con ella.Por eso hemos de meditar la historia de Cristo desde su nacimiento en un pesebre,hasta su muerte y su resurrección.Sölo asi tendremos a Cristo en nuestra mente y en nuestro corazón.Si nos acostumbramos a leer y meditar cada día el Santo Evangelio,nos meteremos de lleno en la vida de Cristo,le conocermos mejor,y,casi nsin darnos cuenta,nuestra vida será un reflejo en el mundo nde la Suya.

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  2. Andrés Mérida10:10 a. m.

    Desde que vivo en Jerusalém, donde la situación es compleja y enredada por estratificaciones seculares de odio y malentendidos, me he propuesto no juzgar a nadie, amar a todos y, de igual modo, rezar por todos.
    Es una regla de comportamiento muy sana, que vale para cada situación y para toda nuestra vida.
    Me gusta citar la estupenda oración de san Ambrosio, en su Tratado sobre la penitencia, que él dirige al Señor suplicando: «Cada vez que se trata del pecado de alguien que ha caído, concédeme sentir compasión por él y no regañarlo altivamente, sino gemir y llorar, de tal modo que, mientras lloro por otro, llore por mí mismo». Cuando tenía que escuchar a un pecador que lloraba por sus pecados, san Ambrosio lloraba con él, los experimentaba como si fueran los suyos; pensaba que esos mismos pecados habría podido co¬meterlos él mismo; así que no le juzgaba, sino que le abrazaba en el Señor dándole el perdón.
    Te pedimos, Señor, que perdones todos nuestros juicios temerarios, precipitados, inútiles, sin misericor¬dia, duros, rígidos y condenatorios. Haz que seamos
    liberados de ellos para no ser juzgados. Nosotros no querríamos ser juzgados y no juzgamos.
    Llegados a este punto, os invito a meditar para pre¬pararos para un buen examen de conciencia, reconociendo que el Sermón de la montaña, aunque aparezca arduo y exigente, nos ofrece indicaciones de sabiduría espiritual muy profunda y de gran verdad vital.
    Cardenal Martini (El Sermon de la Montaña)

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  3. La eficacia de todo lo que hacemos depende de la unión con Jesús, de nuestra santidad de vida. (Juan Pablo II)

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