jueves, 27 de diciembre de 2012

Juan Evangelista


EL EVANGELISTA DEL AMOR 
          Hoy celebramos al apóstol del amor; al autor de cartas centradas en el amor que Cristo enseñó; el evangelista que recogió en su evangelio una narración única que sintetiza toda la vida y la acción de Jesús: el lavatorio de los pies de sus apóstoles, como el sustentáculo para expresarnos el nuevo amor que habría de ser el amor cristiano: no ya amar al otro como me amo a mí mismo y no querer para otro lo que no quiero para mí.  Reveló el secreto más profundo de Cristo y su doctrina:  que os améis unos a otros como Yo os he amado.
             Y porque entendió el amor, nos da un Evangelio que no se parece  a los otros tres, porque para San Juan prevalece lo simbólico sobre lo narrativo. Los hechos que narra no se narran por ellos mismos ni por darnos a conocer algo que ocurrió sino para salir desde ahí hacia lo que intenta enseñar. Y así su evangelio es un evangelio muy elaborado y teológico, de manera que cuando uno lee, tiene que saber que hay mucho más allá de lo que está leyendo.
             Uno de los posibles inmensos secretos de su evangelio es la amplitud abierta hacia la Iglesia, concretada en aquella primera comunidad, que forma parte del entramado vivo de este evangelio, como sujeto activo el mismo.
             Hoy en diversos textos litúrgicos –que provienen de la antigüedad- nos irán identificando al otro discípulo, el discípulo amado, el que recostó su cabeza sobre el pecho de Jesús…, y demás expresiones parecidas, con la persona de Juan, que es “tan humilde” que no se nombra a sí mismo…, como esas costumbres cúrsiles y “piadosas” que han llegado a nuestros días que sustituyen el “yo” por “servidor” o “servidora”.  Poco favor le hacen a un evangelista de altos vuelos, y muchísimo más evangelista y portador de Buena Noticia que para esas cosas.
             Por el contrario la gran fuerza de sus expresiones “anónimas” es la oportunidad que ofrece a cada seguidor de su evangelio de ir situando su propio nombre, su propia realidad, en cada experiencia de su seguimiento de Jesús:  y así seré yo el “otro discípulo” que –junto a Andrés- tuvo la dicha de ir a ver dónde vivía, y ser yo quien me extasío al conocerlo, y quien me queda ya con Él para siempre.  Será yo –poniendo mi nombre- el que cada día puede recostar su cabeza sobre el pecho de Jesús…, que nada tiene de mero símbolo piadoso cuando en realidad puedo orar en la profundidad de experimentar el sentir de Jesús, “los pálpitos de su Corazón” cuando oro, cuando contemplo, cuando comulgo.
             Voy a ser yo, quien en la cruz esté presente y reciba el testamento más grande del amor de Cristo: tomar a María en mi casa, como Madre.
             Y yo el afortunado testigo de que Cristo vive, porque pude correr más al ir al sepulcro, VER Y CREER.  Yo y toda la Iglesia estamos ahí presentes, porque nuestra vida nace en ese momento, adelantándonos a la misma fe del pobre Pedro que aún no ha llegado a experimentar la fe en la Resurrección.
             Y seré yo, el afortunado de la barca de aquella noche que, sin acabar de ver con los ojos, ya me hace descubrir que ES EL SEÑOR, el hecho mismo de que la vida ha cambiado, y las actitudes, saltando ya las pequeñeces de quien quiere ser el “primero, o más grande, u ocupar un puesto de honor y de mando. en un inventado “reino” de privilegios” señalados.
             Y por eso, como evangelista que ve con una profundidad y amplitud que sobrepasa los horizontes, sabrá expresar en hipérbole aparentemente exagerada, que si se escribiera todo lo que Jesús dijo o hizo, no habría estanterías en el mundo para contener esos libros.  En realidad era un evangelista que escribía ya desde el seno mismo de una comunidad viva que tenía conciencia de que era una realidad de que cada cristiano, cada persona creyente en Cristo, cada persona orante, ESTÁ ESCRIBIENDO HOY EVANGELIO VIVO, hechos vivos que extienden la BUENA NOTICIA y dan vida a cada nueva realidad donde se vive la vida según Cristo.

Desde luego no es el evangelista melifluo que nos ha legado la iconografía, jovencito y barbilampiño. Ni el suave muchachito el grupo. Cuando los otros evangelistas nos lo presentan, nos dicen que Jesús llamó a él y a su hermano Santiago como hijos del trueno, lo que queda avalado por los detalles que nos cuentan de sus actuaciones. 

3 comentarios:

  1. José Antonio12:59 p. m.

    Sin duda, Juan ha de ser nuestro modelo de imitación en cuanto al Amor sentido por y de Jesús. Ojalá Le amemos tanto como Juan hizo y, sintamos (y vivamos) en la intimidad de nuestro corazón, el Amor de Jesús como Juan lo sentía.

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  2. Ana Ciudad3:13 p. m.

    Hoy en la festividad de San Juan,miro al discípulo "a quien Jesús amaba"con una santa envidia.Reclinó su cabeza en el pecho de Cristo,y le hace entrega en el Calvario del amor más grande que tuvo en la tierra:su SAntísima Madre.Recuerda su primre encuentro con el Maestro:"sería sobre las cuatro de la tarde"¿Qué le hablaría Jesús para no separarse más de El? Lo reconoce en el lago "ES EL SEÑOR".
    Este grito ha de salir también de nuestros corazones.
    A San Juan podemos pedirle hoy muchas cosas:de un modo especial que los jóvenes busquen a Cristo,lo encentren y tengan la generosidad de seguir su llamada.Podemos pedirle a Jesús por su intercesión ser siempre fieles al Señor y que nos enseñe a tratar a María,MADRE DE DIOS con cariño y confianza.

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  3. ANA MARÍA2:08 a. m.

    Gracias, Dios mío, pensar que podemos "ocupar" el sitio del DISCÍPULO AMADO.que San Juan nos dejó para todos...Nadie como él escuchó en aquella CENA de despedida, los latidos de tu CORAZÓN... Pienso que él (hijo del trueno) cuando escribe su Evangelio al final de su vida, recuerda y revive sus experiencias vividas desde que TE SIGUIÓ...No se nombró, pero ¿quién, sino él, podía contarnos tantos detalles que ningún otro Evangelista contó?

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