jueves, 20 de diciembre de 2012

Sr hace camino al andar


             El camino
             Avanzó la caravana a su paso lento, con su traqueteo propio, con la curiosidad de la nueva compañera, con lo que son las presentaciones espontáneas de unas y otras, y el interés de María por cada una, por los motivos del viaje de cada cual (que era –de suyo- la conversación que ya traían desde que arrancaron en Cafarnaúm.  Los comienzos son siempre más fáciles en la convivencia de personas en un espacio reducido y siendo cada cual quien es y como es. Es evidente que los caracteres de unas y otras se iban definiendo a simple vista: la persona sufrida y la sufriente (que no es igual); la de corazón más ancho y la vive su pequeño mundo (que para ella es más grande que el de las demás); la retraída que huye las preguntas y se reduce a su monosílabo que mantiene un hermetismo en el que nadie puede entrar; la “sensible” (decimos en lenguaje coloquial “la picajosa”) a la que hay que “tratar con gasas”… (muy semejante a la persona celosa, envidiosa, sabelotodo, con afán de protagonismo), y la persona serena que busca poner ambiente propicio, con corazón abierto y comprensivo; quien acapara o quien sabe ceder de sí porque –cuando hay que convivir- sabe que es preferible dar algo que mantenerse en sus trece…  La persona que sabe salpicar de alegría y optimismo una relación humana, y la que sirve de erizo y “casa-sola”…  No perdamos de vista que han de permanecer en aquel pequeño habitáculos muchas horas de tres días (por lo menos), en aquellos ciento cincuenta kilómetros, y que esta observación que hago aquí es de mucha importancia para imaginar a María en su viaje, e ir descubriendo en ella su bondad, su buen saber hacer, su humor alegre, su madurez (aunque pueda ser –quizás- la más joven de aquel viaje. Y para captar al vuelo la riqueza humana de quien tiene una vida interior profunda, que le da un equilibrio para superar y atemperar los efectos de la convivencia obligada…  Es esa persona que –sin aspavientos- muestra muy pronto esa autoridad moral para que todas moderen sus expresiones, sus reacciones…, y los mismos conatos de explosión de carácter que puede sobrevenir en el momento más inesperado.
             Cuando al cabo de un par de horas el jefe de caravana dio la orden de parada, para que todos bajaran de su carretas y caminase, se movieses o recostasen…, destensaran músculos o desfogasen energías negativas acumuladas, María está por allí, bien acercándose a quien más le puede necesitar…, a la que ha visto que puede ayudarle un poco de alguna manera…, o retirada en un aparte en el que María explaya su alma con el Dios del Cielo…, y con el Hijos de sus entrañas (el que el Dios que se le ha venido a su seno).  Eran momentos que agradecía María con todas sus fuerzas, porque le reproducían mucho mejor su propio ambiente, el de casa pacífica y el de sus ocasiones de interiorizar sus pensamientos e ilusiones, sus ofrecimientos yn peticiones.
             Luego seguirá de nuevo la marcha de la caravana. Todos vuelven a sus puestos, y reinician otra etapa que durará hasta la hora de la comida. Los ánimos más nuevos, las oportunidades de “volver a empezar” que son tan valiosas y tan valientes cuando –tras un rato de calma- han podido racionalizarse un poco los sentimientos que son traicioneros en muchas ocasiones.
             Uno de a caballo se va acercando a las carretas para cerciorarse de que van todos bien, para ver si hay alguna necesidad, y también para ayudar a variar un poco el panorama monótono de ls horas que se van haciendo cada vez más pesadas.  Sin mostrarlo mucho hacia afuera, también con una atención hacia María, que va bajo la tutela del que se ha hecho responsable de conducir a aquella muchacha hasta su destino.
             A la caída de la tarde –ya están calculados los tiempos y las horas- llegan a la posada “de carretera” donde lo hacen habitualmente las caravanas, y donde ya existen mutuos acuerdos para esos traslados de personal, cuido de los animales de enganche, y todos esos detalles que ya están acostumbrados quienes conducen habitualmente aquellas caravanas.
             Luego aquellos lugares de acomodo suficiente para la noche, el descanso, y esa prudente vigilancia para que todo transcurra en paz y respeto al sueño y a las personas.
             Me he detenido a conciencia en la primera descripción porque la vida se hace en esos pequeños habitáculos” que son la familia, el hogar, el grupo, la comunidad, la clausura, el centro de trabajo, el colegio, las asociaciones…, y todo modo donde caemos muchos tipos de personas.
             Y esas convivencias se dan normalmente con personas muy diversas, estilos muy distintos, psicologías muy variadas. Ahí hay traumas, filias, fobias, caracteres apacibles y también los dominantes, los que saben ser y estar en ese equilibrio y equidistancias indispensables, y quienes tensan las situaciones por sus egoísmos, su oculta o abierta soberbia que les pone siempre como la yema (y son incapaces de no serlo), los celosos, los que siempre tienen “más derechos”, los acomplejados, los que sufren sus propias patologías psicológicas y se imaginan a sí mismos como postergados… Todos esos “tipos caracteriológicos” (y los muchas más…) se dan en la vida real…, existen en la convivencia de cualquier clase.  Y todos necesitamos conocer y conocernos, saber servir de colchón que atempere, tener “cintura” para soslayar tensiones, soportar con paciencia las flaquezas de nuestro prójimos (lo mismo que les pedimos a ellos para con nosotros.
             Y me quiero a imaginar a Maria en medio de esta “carreta” nuestra (cada cual en la suya y en sus circunstancias), y encontrar su sonrisa, su madurez, su saber emplear el sentido del humor, su templar sentimientos (los propios y los ajenos)…, y mostrarnos la riqueza profunda –y la gran almohadilla que es la vida interior verdadera- para saber estar y saber dejar estar…, que son normas esenciales de convivencia, en la que unas veces el silencio oportuno, y otras la vaselina de una palabra buena a tiempo, nos ayudarán tanto a hacer viable esta “caravana” en la que estamos caminando y en la que tenemos que caminar.  Y hacer que nos sobrellevemos con suficiente prudencia hasta ese término del viaje que será la Ciudad Santa, a la que nos encaminamos, como aquella caravana que lleva a María a su destino en este viaje hacia las montañas de Judea.

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