miércoles, 23 de septiembre de 2015

23 septbre.: Contrición y agradecimiento

Liturgia
          Esdras (9, 5-9) tiene una conciencia muy clara de colectividad. Ni el pecado de los antepasados lo ve ajeno a sí, ni la acción de gracias del presente es solo suya. Tiene un profundo acto de contrición por aquello que provocó el desastre de la deportación y de la pérdida de la identidad de su pueblo desterrado. Y tiene  una amplia acción de gracias a Dios porque les ha devuelto su Ciudad, su Templo, su identidad, ¡su confianza en ese Dios en el que creen y que es un Dios fiel que salva!, hasta valiéndose de poderes extranjeros, como los reyes de Persia que les han sido favorables.
          Una “historia” que se puede dejar en eso o que debe suscitar el sentido de “pueblo de Dios”, colectivo también en la realidad actual de nuestra pertenencia a la Iglesia, en la que no somos piezas aisladas que nos podemos quedar en nuestro propio ombligo (aunque sea muy espiritual), sino piezas de un engranaje en el que todo lo mío es vida (o no vida) de los demás, y donde lo de los demás es vida (o no vida) mía. Donde yo no puedo llevar “mi piedad” o “mi pecado” como realidad que yo me guiso y yo me como, sino que lo mío es parte del conjunto, actúa en el conjunto e influye en el conjunto, lo mismo que la vida exuberante o pobre del conjunto está produciendo efectos buenos o nocivos en mí. Una fe y una práctica desvaídas provocan unos efectos de vulgaridad. Mientras que los santos impulsan una savia que da vigor a todo el organismo.
          Lc 9, 1-6 sería una buena muestra de todo ello. Jesús envía a sus apóstoles a una misión por ciudades y aldeas. Han de ir “con lo puesto”. No van a poder apoyarse en nada propio. Van como emisarios de la Buena Noticia y para curar enfermedades y echar demonios con el poder de Jesús. Nada propio. Ni siquiera lo mínimo que podía esperarse para un viaje y un desenvolvimiento normal: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero ni túnica de repuesto. Lo que hagan no será propio sino serán brazos del Mesías y con el poder que el Mesías les otorga.
          Tampoco se asegurarán unas estancias “mejores” sino que han de quedarse allí en la casa donde lleguen, con tal que les acojan. Que si no, no porfíen: se van a otra y no ha pasado nada. No llevan derechos. Llevan una misión a la que han de ser fieles. Y concluye el texto de hoy diciendo –como repetición al pie de la letra- que ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes. Cumplieron exactamente el encargo recibido. Poco podían poner propio los que eran hombres rústicos y temerosos, no muy avezados a hablar en público y con un mensaje que no era precisamente el que ellos tenían asimilado  (que eso se ve a lo largo de los relatos evangélicos). Pero en nombre de Jesús, lo hacen y casi me atrevo a decir que sin saber muy bien lo que hacían o cómo lo hacían.
          Porque yo me fijo en los Doce. Y en los Doce estaba Judas. Y Judas anunció la Buena Noticia y curó enfermos y echó demonios. Iban en el nombre de Jesús y se cumplió aquello de que con la fe se mueven montañas. Y mientras actuaron en el nombre de Jesús, hicieron milagros. Lo que distingue y diferencia luego es lo que cada uno pone de “lo suyo”. Y esto es lo que nos toca pensar y sentir dentro. Podemos llevar parte de Pedro y parte de Judas, parte de Juan y parte de Tomás. Lo que va a contar finalmente es la actitud de fe y compromiso que aceptemos, dentro de nuestra tosquedad y nuestras carencias. Lo que divide no es la gracia de Dios, que es igual para todos. Lo que nos hace diferentes es la respuesta a esas gracias que nos vienen de Dios. Y porque formamos parte de un conjunto, que es la Iglesia y que es también la sociedad en la que estamos, llevamos la responsabilidad de nuestra propia respuesta, que será la que nos sitúe en la fila de un apóstol o en la del otro. Y que nuestra influencia en el ámbito en que nos desenvolvemos dé unos frutos u otros. Que no es que “yo soy” o que “tú eres” sino que SOMOS, y que todo lo que vivimos tiene una repercusión colectiva.

          Y me hace pensar esta menor influencia que ejercemos los católicos en el mundo en el que vivimos. ¿Estamos dando la talla? ¿Hemos asimilado que tendríamos que ir más desprovistos de nuestro YO para poder “echar demonios” y “curar enfermos” y para vivir verdaderamente el meollo de la Buena Noticia? Posiblemente nos hemos hecho cómodos en nuestra fe y poco arrostramos el riesgo que comporta para nuestra tranquilidad el tomarnos en serio el mensaje evangélico. Pero no lo digo como fracaso sino como acto de contrición que desemboque en el gozo de una nueva era en la que seamos protagonistas de nuestro destino y del destino de quienes viven la realidad de una Iglesia, Cuerpo de Cristo, colectividad.

1 comentario:

  1. Esdras era un sacerdote que vivió a finales del siglo IV antes de Cristo ;y ayudó a los hebreos que iban regresando a su patria y se la encontraban ocupada por los persas; en tal situación se encontraron en una Palestina diferente, con unas condiciones sociales y religiosas nada halagueñas, por lo que el júbilo de la liberación pronto se convirtió en una tremenda pesadilla.

    Los discípulos, siguen la misión que Cristo les encomienda: predicar la Buena Nueva, que Dios es AMOR, deberán luchar contra el mal, curar enfermedades; y, esto, lo han de hacer desde la pobreza, vaciándose de sus egoísmos y despreocupándose de sus intereses personales, cediendo, dialogando,sin pretender tener siempre la razón; y, trabajando duro porque la palabra ha de ir unida a la acción...Hagamos camino con los discípulos de Jesús y estemos dispuestos a conocer el Evangelio para predicarlo con la confianza puesta en Dios, no en nuestras posibilidades; desprendámonos de nuestras comodidades. Dios proveerá para que cumplamos con nuestra misión.

    Endo Shusaku, primer biógrafo japonés de Cristo, ha centrado toda su Obra en esta idea: la tristeza de Jesús al comprobar que el egoísmo humano es más fuerte que su Mensaje de amor.

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