jueves, 24 de septiembre de 2015

24 septbre.: En el fondo...

Liturgia
          Tenemos dos lecturas que a simple vista nos dejan poco espacio para una reflexión. Y sin embargo pueden dar de sí como para plantearnos temas de mucho recorrido.
          El profeta Ageo (1, 1-8) llama la atención al pueblo que, una vez que ha regresado a su patria, ya no se interesa por el Templo. Y el Señor, por medio del profeta, recuerda que todavía es tiempo de construir el Templo. Las gentes están más dedicadas a construirse sus casas revestidas de madera mientras el Templo está en ruinas. Y Ageo, con la mentalidad de esos tiempos, advierte que la falta de prosperidad del pueblo se debe a esa falta de generosidad con Dios. Y concluye: Meditad vuestra situación; subid al monte, traed maderos, construid el templo para que pueda complacerme y mostrad mi gloria, dice el Señor.
          En ese “meditad vuestra situación” me suscita la necesidad de meditar nosotros. Ya no se trata de que “los males provienen porque Dios está disgustado” sino de plantear que nosotros tenemos que poner nuestro pensamiento en agradar a Dios. Y bien podemos pensar que tenemos parecido con aquel pueblo que tenía tiempo y dinero para sus cosas pero ya dejaba de interesarse  por el templo del Señor. Me sugiere tantas veces que no nos falta tiempo para lo nuestro y nuestros gustos o incluso caprichos, pero “no tenemos tiempo para lo que es de Dios”. O gastamos sumas considerables en la fiesta de una boda o unas primeras comuniones o unos conciertos, pero nos parece mucho lo que debemos aportar a la Iglesia. Ageo también vendría a decirnos que este proceder no es digno.
          Y llegamos al Evangelio (Lc 9, 7-9) y tenemos un dato curioso que tener en cuenta: en los diversos relatos de los evangelios: cuando Jesús se queda solo tras enviar a sus apóstoles a la misión, los evangelistas no cuentan qué hizo Jesús entonces, siendo así que también nos gustaría saber a qué se dedicó y cómo en ese tiempo. Lo que nos deja la reflexión de la idea de eclesía (=comunidad) con la que se ha de vivir la vida cristiana. Solemos tender a vivir nuestra fe a solas, privada y personalmente. Los relatos evangélicos nos remiten a Jesús que, sin sus apóstoles, no tiene nada que trasmitirnos. Puede encajar perfectamente con la idea del Cuerpo Místico en Pablo: Cristo y los cristianos (la Iglesia) formando una unidad que ya no se puede separar. Y por tanto una reflexión sobre esa frecuente tendencia a vivir nuestra vida cristiana a solas y a nuestra manera. Ahí no tiene Jesús nada que decir.
          El núcleo del relato está en la perplejidad de Herodes ante las noticias que le llegan de Jesús. Como no tiene Herodes su conciencia tranquila, da vueltas sobre la posibilidad de que Juan Bautista (a quien él mandó decapitar) haya vuelto a la vida. O Elías o cualquier antiguo profeta. Si no, ¿quién es este de quien oigo semejantes cosas) Y tenía ganas de verlo. No le interesaba el mensaje, ni el fondo de la cuestión. Sólo “las semejantes cosas” que hacía. Había una curiosidad por ver a ese personaje, pero conocerlo dentro de ese ámbito superficial en el que se desenvolvía Herodes, que vivía de cara a la galería. Mató al Bautista en una fiesta, y el día que –en la Pasión- conoció a Jesús, no se interesó por la causa sino que intentó divertirse con los “trucos” de Jesús, y así pasarlo en fiesta con su corte (que bien acostumbrada estaba a los placeres del monarca, al que adulaban por beneficio de los propios cortesanos).
          Y lo que conoció de Jesús fue que era lo más contrario a él; conoció que Jesús no se doblegaba ni por alcanzar su libertad; que no entraba en el juego. Y como al final había que convertir todo en fiesta y que disfrutaran sus gentes, acabó por “conocer” que Jesús era un loco del que había que reírse. Y le mandó poner una capa brillante.
          Hasta ahí lo que podemos pensar de Herodes. Pero no me quedo en la historia pasada. Jesús sigue siendo el mismo que fue entonces, y Jesús no juega “con la fiesta”; ni con sus milagros y curaciones que tanto nos gustan y en los que nos es fácil y agradable contemplar. El Evangelio es mucho más completo y aparte de esas curaciones y liberaciones llamativas, encierra otras liberaciones de mucho mayor fuste: la liberación de nosotros mismos. Por eso Jesús va a estar insistiendo constantemente en que seamos los últimos si queremos ser los primeros, en que sirvamos a los demás si queremos reinar, en que nos neguemos nuestro propio Yo si queremos seguirlo a él. En que pongamos la otra mejilla cuando nos abofetean o que nos arranquemos el ojo que nos es ocasión de pecado.

          ¿Queremos conocer a Jesús como también deseó conocerlo Herodes? Pues Jesús no fue el que Herodes quiso que fuera sino el Jesús que realmente es.  Y mal vamos si lo queremos reducir a los evangelios de los milagros, y nos apartamos del gran milagro que es la transformación personal nuestra. Que para eso hay muchas llamadas en el Evangelio.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad3:36 p. m.

    Muchas personas que aparecen a lo largo del Evangelio muestran su interés por ver a Jesús.
    Contemplar a Jesús,conocerle, tratarle es también nuestro mayor deseo y esperanza.
    Pero,"QUIEN BUSCA HALLA "y a Jesús lo tenemos tan cercano a nuestras vidas.....Lo tenemos con nosotros hasta el fín de los siglos. En la Sagrada Eucaristía está Cristo completo :su CUERPO glorioso , su ALMA humana y su PERSONA divina que se hace presente por las palabras de la Consagración. Su HUMANIDAD SANTÍSIMA,escondida bajo las especies sacramentales del pan y vino.
    A veces por nuestras miserias y falta de fe nos podría resultar costoso apreciar el rostro amable de Jesús. Pero, ÉL está ahí ,en el Sagrario, vivo ,con los brazos abiertos deseando derramar sus gracias a quien se acerca y confía en su AMOR infinito.

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