sábado, 12 de septiembre de 2015

12 septbre: ¿Roca o arena?

Liturgia
          1Tim 1,15-17. Ayer, en el comienzo de esta carta, Pablo hacía su presentación. Era un enviado
de Dios, que le hizo capaz y le encargó el ministerio. Dios derrochó su gracia en él. Hoy le dice que puede fiarse de él pero no por lo que es él mismo sino porque Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los que yo soy el primero. Le salvó la misericordia y la paciencia que Jesús tuvo con él, mostrando así el modelo de lo que quiere ser con todos los que crean en Jesús. Y acaba con una doxología: Al rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Ha sido como una explosión de lo que siente en su interior, agradeciendo esa compasión de Dios con él.
          El evangelio –Lc 6, 41-49- continúa el “sermón del llano”. Sigue con sus parábolas breves que le ayudan para expresar su pensamiento a aquellas gentes y a sus discípulos. El árbol sano da frutos sanos. El árbol dañado da frutos malos. Y cada árbol da el fruto que le corresponde a su naturaleza: no se cosechan higos de las zarzas, ni uvas de los espinos. Y cuando se ha metido en la imaginación de sus oyentes con esos ejemplos, aplica a la realidad: El que es bueno saca el bien de la bondad de su corazón. El que es malo, de su maldad saca el mal. La boca habla de lo que rebosa el corazón.
          Casi que nos lleva de la mano a examinar nuestras palabras, nuestros juicios… Y según veamos que son, nos estaremos encontrando con lo que hay en los fondos mismos del alma y de los sentimientos. Y hay que comprender que nos resulte difícil aceptar esa correspondencia de lo que hablamos y de lo que sentimos dentro, y que se nos irá la mente a suavizar la afirmación de Jesús. Sin embargo ahí está dicho, y bien merece la pena pensarlo.
          Lo siguiente, que coincide con el final del Sermón del Monte en San Mateo, es la advertencia que hace Jesús sobre esos dos mundos que representan las palabras y los hechos: ¿Por qué me llamáis: ‘Señor, Señor’ y no hacéis lo que os digo? De esto tenemos a montones. La “fe de palabra” es muy barata; muchos se confiesan cristianos y pretenden manifestarse como “creyentes”, pero al lado de eso se quedan en un barniz exterior sin adentrarse en las exigencias evangélicas. Devociones, las que se quieran. Compromisos y práctica sacramental, mínima…, o nula. Advierte entonces Jesús que el que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra. Y vuelve a sus parábolas para hacerse entender.
          El que construye una casa le pone cimientos, o la ancla sobre roca. Cuando surge la avenida de las aguas, esa casa resiste el embate. Así es la verdadera fe. De tal modo está anclada en la verdad de Jesús y en la forma práctica de vivir como dice Jesús y lo concreta la Iglesia (continuadora de la presencia de Jesús), que no tambalean tal actitud todos los embates que pueden surgir, de cualquier clase.
          La casa que se ha construido sobre tierra, sin cimientos, en cuanto llegan las aguas arramblan con ella. Así es la fe que depende de unas devociones más externas y de menos fuste. Así es la débil fe de quienes se creen muy creyentes pero no cultivan esa fe con las prácticas sacramentales, la oración con la Palabra de Dios…, y todas esas ayudas necesarias para fortalecerse. Dice Jesús que “esa casa se derrumbó desplomándose”.
          Una mirada a nuestro derredor y lo comprobamos fácilmente. Incluso en quienes parecían anclados pero no lo hicieron sobre la escucha de la palabra de Jesús. No digamos de quienes ni viven  algunas formas religiosas porque han dejado a un lado su modo de relación personal con Dios.
          Hoy día encontramos al lado de cada desgracia un sembrado de velas. ¿Saben esas personas el significado de una vela? ¿Es un simple amuleto pagano? ¿Han pensado que la llama mira al Cielo y que o llevan su mirada al Cielo, a Dios, o aquello es un juguete? Esas velas ¿expresan algo trascendente en el corazón de quienes las ofrecen, o todo se queda en un ritual pagano?

          Y no me quedo fuera del planteamiento que estoy explicando. Yo –y algunos más como yo- somos capaces de montar un precioso edificio espiritual con muchas “velas”, y quedarnos fuera de la realidad en la vida práctica personal. Decir mucho ‘Señor, Señor’ y no hacer lo que Yo os digo…, decirle a otros lo que tienen que hacer y no tocar la carga ni con el dedo meñique… Por eso no quiero que mi reflexión en voz alta suponga lanzar acusaciones hacia afuera, sino ayudarnos todos a una mejor sinceridad, y ayudarme yo mismo a echar unos cimientos fuertes en los que vaya apoyada la verdad de ese “edificio”. Quien escucha estas palabras mías y las pone por obra…; quien escucha estas palabras mías y no las pone por obra. ¡Estas palabras mías! Ahí está el secreto.

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