jueves, 3 de septiembre de 2015

3 septiembre: La generosidad

Liturgia
          La carta a los colosenses tiene una ternura especial. 1, 9-14 da una buena muestra de ello. Desde que nos enteramos de vuestra conducta no dejamos de dar gracias a Dios, y de pedir que consigáis un perfecto conocimiento de su voluntad con toda sabiduría e inteligencia espiritual. “Conocimiento de la voluntad de Dios”, que es el comienzo de un camino de santidad. Conocimiento perfecto –lo que equivale a “interno”, profundo, que capte por completo la realidad de la persona.
          De esta manera vuestra conducta será digna del Señor, agradándole en todo. Pablo está dando en la diana, porque concibe la vida de aquella comunidad como vida “de agrado al Señor”. No cabría hablar de otra cosa cuando la conducta de los fieles de Colosas va caminando en vías de perfección. Y en un proceso de retroalimentación, fructificaréis en buenas obras y aumentará vuestro conocimiento de Dios. Volvemos al punto: el conocimiento de Dios, que se va haciendo cada vez más perfecto, hasta que el poder de la gloria de Dios os dará fuerzas para soportar todo con paciencia y magnanimidad, con alegría, dando gracias a Dios Padre. Él nos ha sacado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su Hijo, por cuya sangre hemos recibido el perdón de los pecados.
          Lc 5, 1-11 es uno de los pasajes evangélicos más cordiales y emocionantes, a la vez que decisivos en el proceso de la vida de Jesús. Comienza por esa escena –que ya es casi familiar al que contempla el Evangelio-: las muchedumbres que se vienen tras de Jesús para escucharlo. Se agolpaban alrededor, lo que hacía más difícil poder hablarles. Jesús encuentra entonces dos barcas varadas en la orilla, y opta por subirse a una de ellas y utilizarla a modo de púlpito desde el que poder hablar. “Casualidad” que aquella barca era de Simón y Andrés, que estaban allí cerca en la playa lavando sus redes. Cuando vieron a Jesús subido a su barca, tuvieron la deferencia de venirse hasta ella. Simón gozaba en esa situación, máxime cuando él había sido testigo del milagro de la sinagoga de Cafarnaúm y de la curación de su propia suegra… Este personaje, que era Jesús, estaba en su barca y predicaba desde ella… Y Simón sentía un gozo especial.
          Acabó Jesús su enseñanza, despidió a las gentes, y se volvió  a sus “anfitriones” y les pidió: Remad mar adentro. Y lo hicieron con alegría, con conciencia de que Jesús les había tomado esa confianza para darse su paseo…
          Jesús ahora da un paso más: Echad las redes para pescar. Y aquí es donde Simón toma protagonismo, advirtiéndole a Jesús que no hay pesca; que han pasado la noche intentando la pesca y no ha caído ni un pez. ¡Que de eso sabían ellos! Con todo, por deferencia al gusto expresado por Jesús, echaré la red… Y puestos a la obra hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Simón y Andrés faenan con toda su fuerza, piden ayuda a sus compañeros de la otra barca… Y en la mente de Simón ronda una idea que le paraliza… Jesús ha sido la causa de todo esto… Y le provoca un temor. Simón lucha entre su emoción y su terror ante el poder desconocido. Y acaba por echarse a los pies de Jesús para decirle: apártate de mí, que soy un pecador. Es un sagrado temor ante quien está viendo que le supera, que le deja pequeño, que le desborda…
          Y Jesús le anuncia ahora lo más grande: No temas; yo te haré pescador de hombres. Si ya tenía Simón aquel temor, ahora se encuentra con algo mucho mayor: Jesús le está llamando a ir con Él. Eso aumenta el temor y produce atracción. Es un momento misterioso en el que luchan el deseo y el miedo, el querer y el sentirse paralizado ante lo que se le anuncia… Es alegría y escalofrío. Es algo indecible en lo que al mismo tiempo experimenta uno los sentimientos más contradictorios. Pero en el fondo está uno gozoso de que haya llegado este momento.

          Así les llegó a Andrés y Simón, que –llegados a la orilla y desembarcados- dejaron sus redes y su barca y se fueron tras de Jesús. Iban ahora nuevamente embarcados pero era en una aventura imposible de comprender. Sólo comprendían que iban con aquel Maestro, y así entregaron sus vidas a fondo perdido. Lo que pudiera venir detrás, sería ese misterioso “pescar hombres” que Jesús les había anunciado. Algo que no sabían lo que tendrían que hacer, pero que se sentían en buenas manos, y que en ellas se podían echar confiados. El día a día les iría mostrando lo que había supuesto aquel generoso paso que dieron junto al Lago de Genesaret.

2 comentarios:

  1. Cristo nos invita a seguirle, a recorrer una aventura atrevida: pero con ÉL.Es necesario confiar en Él; le hemos visto hacer tantos prodigios que estamos asombrados, debemos creer en su Palabra, aunque, a veces nos puede desconcertar, nos sobrepasa, porque dice unas cosas que ni habíamos previsto ni calculado, pero de las cuales nace el milagro. A pesar de que todo nos pueda parecer ilógico debemos crer en Él y obedecerle.Si tenemos una fe suficiente, le permitiremos realizar una pesca abundante en nosotros. Es imprescindible que le abramos las puertas de nuestra barca, de nuestro corazón y que prestemos oido a lo que predica a las multitudes.

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  2. Ana Ciudad1:24 p. m.

    No pongamos límites al Senor , como no los puso Pedro"Sí eres de los de mar adentro, clava con firmeza tu timón "...Si te das a Dios, date como los santos se dieron. Que no haya nada ni nadie que merezca tu atención para frenar tu marcha; eres de Dios. Si te das, date para la eternidad .Ni el oleaje ni la resaca conmoverán tus cimientos. Dios se apoya en ti; arrima tú también el hombro y navega contra corriente.Lánzate a las aguas con la audacia de los enamorados de Dios.

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