miércoles, 26 de agosto de 2015

26 agosto: TODAVÍA MÁS...

Liturgia del día
                Hay que reconocer que tres días con textos que están girando sobre una misma materia hacen más difícil el comentario si se quiere aportar alguna nota de originalidad.
            La 1ª carta de Pablo a los fieles de Tesalónica continúa en la misma tónica que ayer: Pablo (2, 9-13) sigue haciendo constar que su labor entre ellos no fue gravosa porque trabajó con sus manos para ganarse la vida, y que la predicación del Evangelio tuviera toda la libertad. Más algo más: sois testigos de mi recto proceder, les dice a los creyentes. Y además tratamos a cada uno personalmente como un padre, animando con tono suave o enérgico a vivir como se merece Dios.
            Por tanto Pablo se ha certificado a sí mismo como hombre recto y también cordial hacia los suyos. A su vez da gracias por ellos porque acogieron la palabra de Dios que predicaron, acogida como tal palabra de Dios y no palabra de hombre.
            Hay lo que hay, y podemos comprenderlo todos, aunque habría que remitirse a un conocedor de los estilos paulinos para confirmar el fondo de estos contenidos. Por una parte dejan impresión de que Pablo tiene que estar afirmando ante aquellos fieles su rectitud, algo parecido de lo que hace en la carta a los Corintios y  los Gálatas, que tienen su agridulce. Por otra parte hay afirmaciones de reconocimiento de la buena actitud de aquellos cristianos.
            Se me ocurre la reflexión del cuidado que hay que tener en la relación con los fieles, a los que por una parte hay que aconsejar, avisar, corregir, exhortar… A ello ha de apoyar la sinceridad del apóstol, su rectitud y su amor de padre. Mal va el pastor que zahiere, que regaña, que deja ver su mal humor. Y mal va el pastor que pasa la mano y que deja de corregir. Hay que comprender lo difícil que es ser padre y maestro, acogedor y corrector, verdadero y condescendiente sin que uno de los extremos se imponga al otro.
            Pero esto lleva su contrapartida real en los fieles, que deben tener esa doble faceta de hijos que necesitan cariño y corrección, de personas maduras que han de comprender que se equivocan a veces, y la también necesidad de que no sean fieles de mantequilla a los que no se les puede tocar, a los que hay que llegar con gasas…, o que no se dejan ni siquiera ayudar y corregir. Confieso que la sensibilidad de nuestros fieles es frecuentemente de personas intocables, por ese sentido –no del todo correcto- de que la libertad de la práctica cristiana presupone que no se les debe ni advertir. Error evidente porque en toda forma de vida, oficio, proceder…, siempre será útil que haya quienes puedan colaborar a un mejor modo de vivir aquello que se ha profesado.
            Jesucristo trató con toda clase de personas: unas que en su sencillez aceptaron las llamadas y advertencias; otros como los mismos apóstoles a los que tuvo que dirigirse a veces con crudeza, y otras muchas con enseñanza de Maestro. Otras hubo que no quisieron aprender nada. Mt 23, 27-32 es una buena prueba de que ante el error  repetido y recalcitrante no caben dulzuras. Que hay que entrar con la fuerza y la autoridad que contrarreste la falsedad de posturas engreídas. Y así Jesús llama a los fariseos sepulcros blanqueados, muy blancos por fuera y con gusaneras por dentro. Gusaneras que no tienen que ser maldades; basta que sean engreimientos, falsas suficiencias, posturas que no se dejan ayudar o corregir. La apariencia puede ser de gentes muy espirituales, pero intocables. Leer este evangelio es encontrarse ante un examen hondo que nos hace Jesús para que nos distanciemos mucho de tales posturas que por fuera parecen de personas justas, y por dentro, hipocresías. Esa hipocresía que levanta túmulos a los profetas antiguos pero no aceptan al Profeta actual, el que ahora está ahí para poner delante la Palabra de Dios, y –como el propio Pablo dice en otro lugar- con ella enseñar y corregir a tiempo y a destiempo (si es que fuera posible -esto lo añado yo-) corregir, exhortar o enseñar a destiempo con la palabra de Dios).

            Sea el SALMO de hoy una ayuda grande para concluir esta reflexión: Señor, tú me sondeas y me conoces; me conoces cuando me siento y cuando me levanto. Sea esa seguridad de la penetrante mirada de Dios, recta y en su exacta realidad, la que nos ayude a ser muy sinceros al mirarnos a nosotros mismos, y al aceptar las posibles correcciones o avisos que nos pueden llegar desde fuera.

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