miércoles, 12 de agosto de 2015

12 agosto: La comunidad y la corrección

Liturgia
          Deut 34, 1-12 nos pone delante la muerte de Moisés. Dios le mostró desde las alturas del Monte Nebo la tierra que iba a dar a su pueblo, la que prometí a Abrahán, Isaac y Jacob. Te la hago ver con tus propios ojos, pero ya no entras en ella.
          Allí murió Moisés y lo enterraron. Lo más misterioso es la afirmación del autor sagrado, que dice que nadie pudo después conocer el lugar de su sepultura. Precisamente un personaje de la envergadura de Moisés, tan especialmente tratado por Dios, queda sepultado en el valle de Moab pero nunca más se supo el lugar.
          Los israelitas lloraron a Moisés treinta días y al terminar el duelo, Josué –al que Moisés había impuesto las manos y estaba lleno del espíritu de sabiduría- tomó el mando y los israelitas le obedecieron. Advierte el texto que lo que ya no hubo fue otro profeta como Moisés, con el que Dios hablaba cara a cara, ni nadie que hiciera los prodigios que Moisés hizo ante el Faraón, o los grandes prodigios como los del mar Rojo o en el desierto.
          De hecho Moisés, como caudillo del pueblo de Dios para liberarlo, viene a ser figura de Jesús, nuevo salvador que libra al pueblo de la peor esclavitud, con una liberación que es también mucho más trascendente y sin igual.
          Mt 18, 15-20 nos trae una enseñanza muy propia de la nueva era, la de Jesús: EL PERDÓN. Ante el hermano que yerra, la labor recta es corregirlo fraternalmente. Y eso se hace a solas, entre los dos. [Que ya es un punto en que poner atención: a solas, como a hermano]. Y si te hace caso, lo has salvado. Si no te hace caso, recurre a alguien que sea testigo de la advertencia que le haces a ese hermano. Cualquier medio que pueda ser constructivo y revestido de caridad, porque con sólo uno o dos testigos ya queda patente que pretendes ayudarle. Cuando ni así se corrige, entonces se le comunica a la comunidad de hermanos, porque siempre se trata de que el círculo de personas que intervienen esté buscando el bien de esa persona, y no la difamación del mismo.
          Y con una solemnidad que hace caer en la cuenta del valor de la comunidad cristiana, Jesús dice que lo que ate (decida) esa comunidad, quedará patente en el cielo. Lo mismo que cuando dos o más se ponen de acuerdo para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
          Es evidente que esa experiencia de comunidad no es factible allí donde se reúnen gentes de aluvión. Ni donde hay un número más amplio de personas de diferentes modos de entender la vida.

          Y todavía afinando más, hay comunidades que así como tales se definen que –a la hora de la verdad- están lejos de vivir esta experiencia que propone Jesús. Es que una común-unidad requiere mucha salida del amor propio, del Yo, del propio querer y de los intereses personales, y eso no es fácil entre muchos. Por eso se queda muchas veces en entredicho esa promesa de Jesús de los dos o más reunidos en el nombre de Jesús, y por eso queda tan en el aire el encontrar a Jesús en medio. Y no es por fallo de Jesús sino porque no se ha producido ese “casi sacramento” que es vivir en el nombre de Jesús. Sobra demasiado personalismo la mayoría de las veces, y andamos muy liados con el tuyo y el mío. Eso es lo que anula la eficacia del evangelio, la misma verdad de Cristo.

A partir de mañana, 13 de agosto, aunque trataré de estar a diario con todos los seguidores del blog, no puedo prometer la puntualidad con la que salgan a la luz los comentarios de cada día. 

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