martes, 18 de agosto de 2015

18 agosto: Riquezas y pobrezas

Liturgia del día
                Jueces 6, 11-24 nos narra la historia de Gedeón, a quien Dios escoge para librar al pueblo de los madianitas que hostigaban constantemente. Hasta el punto de que para recoger el trigo tenía que trillarlo a látigo dentro del lagar. El Señor se le presenta bajo la forma de un desconocido y lo saluda de una forma muy especial: El Señor está contigo, valiente. A Gedeón le faltó tiempo para presentar su queja: Si el Señor está con  nosotros ¿cómo nos ocurren tantas desgracias? ¿Dónde están las maravillas que hizo Dios con nuestros padres? El Señor, parte con ironía amorosa, parte con una demostración de que seguía haciendo maravillas, le dice: Ve tú y con tus fuerzas libra al pueblo de los madianitas, Yo te envío. Gedeón se queda perplejo, pide perdón y pegunta cómo es eso posible, siendo él tan poca cosa. Dios le da la palabra sublime: Yo estaré contigo. Gedeón muy familiarmente pidió pruebas de esa Presencia y ofreció al visitante una comida. Cuando se la llevó, el visitante toco con la punta del bastón la comida y se produjo una llamarada y la comida se evaporó, y el visitante misterioso desapareció. Gedeón ahora cae en la cuenta de que ha sido el mismo Dios quien le ha visitado y tiene el temor sagrado de que va a morir. Dios le dice: No temas, no morirás. Y Gedeón levanta allí un altar a Dios, como Señor de paz.
            Aparte de la familiaridad que expresa todo el relato, con una belleza y agilidad atractivas, hay varios momentos sublimes: “Yo te envío”, “Yo estaré contigo”, “No temas”, que son como la esencia de toda esa narración. Y finalmente, la correspondencia agradecida de Gedeón que ofrece una comida, que levanta un altar… Es lección a tomarse en cuenta porque en esa familiaridad hay un punto de agradecimiento que se concreta en algo.
            El Evangelio, Mt 19, 23-30 es la continuación y conclusión del evangelio de ayer. El joven rico se ha marchado triste. Triste consigo mismo, No ha sabido dar remate a su bonito comienzo. Y se ha marchado sin dar más respuesta. ¿Para qué?
            Jesús no se ha quedado igual. Expresa en voz alta su sentimiento: ¡Qué difícil es que un rico entre en el Reino! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja. Lo que significa la total imposibilidad para un rico mientras permanezca siendo rico y apoyado en su riqueza. Los apóstoles se extrañan; se asustan. Y Jesús les explica y matiza: A los hombres les es imposible. Pero no es imposible para Dios.
            El rico no tiene salida porque su riqueza le ciega. Le encierra en sí mismo y en su riqueza, y tiene la convicción de que con su riqueza lo saca todo adelante. De ahí que no tenga posibilidad humana de salvación de su egoísmo personal. Para Dios no es imposible porque Dios puede ayudar al rico para que no viva apoyado en su riqueza. O hasta es posible que le haga sentir la pobreza de las formas más inimaginables. La contrariedad surge en donde menos se espera y como menos se piensa. El rico puede llegar a sentir que su riqueza no le resuelve esos problemas que le sobrevienen, y puede empezar a aprender que hay otra realidad más importante que su propia seguridad.
            Nunca me canso de advertir que “riqueza” es una realidad que está mucho más allá del dinero y bienes materiales. La “riqueza” puede estar en el egoísmo de quien todo lo quiere para sí o a su manera; en llevar la razón por encima de todos; en pretender que los demás sean según el molde que traza su propia idea… “Ricos”, que da lo mismo que decir: soberbios, engreídos, celosos, avariciosos, impositores de sus propias formas, dominadores… Ese tipo de personas que no dejan espacio a nada que no sea lo suyo. Y tantas formas de “riqueza” tan malas como el mucho dinero y poder.
            Pedro se presentó a sí mismo y a los compañeros como quienes lo habían dejado todo. Y preguntaba qué les tocaría a ellos. Jesús no entró en el tema de si ellos lo habían dejado todo o no. Lo que sí hizo fue abrir esa gran lección de que DEJAR TODO AQUÍ Y AHORA es una prenda de bienes eternos y futuros. Porque Dios es siempre más generoso y el que supo abandonarse en Él y abandonar sus propias riquezas –del tipo de sean esas riquezas- encontrará multiplicado lo que dejó, aunque en otro orden de cosas y aun en medio de las dificultades que trae la vida. Luego, la felicidad plena en la vida eterna.

            Está muy clara la enseñanza.

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