jueves, 13 de agosto de 2015

13 agosto: Sigue el perdón

Liturgia
          Pasamos al libro de Josué: 3, 7-10; 11. 13-17. Josué ha tomado la responsabilidad de conducir al pueblo y -a la muerte y por encargo de Moisés- Dios quiere mostrar la autoridad de Josué para que el pueblo “vea que estoy contigo”. Y para ello hace un prodigio semejante al del paso del Mar Rojo, pero en la más pequeña escala del río Jordán. Eso sí: se advierte que en ese tiempo el Jordán va hasta los bordes para mostrar la magnitud del prodigio.
          Josué encargará a los sacerdotes llevar el arca y cuando los pies de ellos toquen el agua, el Jordán detendrá su curso y el pueblo atravesará el río. Así –les dice Josué- sabréis que Dios está con vosotros, y que Dios os va a conceder lo que os tiene prometido.
          Así ocurrió y el pueblo pasó el Jordán, y entonces los sacerdotes salieron del agua y el río recobró su cauce normal.
          El Evangelio Mt 18, 21-19, 1 es continuación del de ayer, el de la corrección fraternal y la actitud de aquel miembro de la comunidad que es corregido. Porque Pedro llega a preguntar, consiguientemente, hasta cuantas veces debe de haber perdón… ¿Hasta siete veces? [¿Siempre, siempre?, es lo que significan las “siete veces”]. Y Jesús con énfasis muy propio de Él, con ese estilo estremoso con que quiere subrayar una enseñanza, le dice: No hasta siete veces sino hasta setenta veces siete. [Sin fin].
          Y para dejar aclarado el tema cuenta su parábola que pone de manifiesto que del perdón que uno otorgue a otro va a depender el perdón que se recibe de Dios. Siempre es un hecho que el perdón que da Dios es de mucha más envergadura: diez mil talentos era toda una fortuna.
          El perdón que tiene que dar un particular es siempre pequeño (cien denarios, casi un “perrilleo”). Pero el hecho es que esos cien denarios hay que saberlos perdonar (o saber dar salida a esas “deudas” humanas), de manera que quede patente que el hermano es capaz de perdonar al  hermano. Porque si ese hermano no sabe perdonar o ayudar a solucionar el tema de su semejante, no podrá haber perdón de Dios para él. En la parábola se expresa con toda crudeza que el perdón que el primero había obtenido, le es retirado, y se le exige ahora el pago de toda su inmensa deuda, porque él no supo condonar los cien denarios que le debía su colega.
          No cabe duda que la parábola se desenvuelve en términos muy fuertes. Y es que Jesús quiere dejar patente que está tratando de un tema muy serio. En efecto: cuando enseña a orar a sus apóstoles de manera que sea un orar distintivo de la escuela de Jesús, una de las peticiones (que es el perdón que se pide a Dios), se hace de forma condicional: perdónanos COMO NOSOTROS PERDONAMOS (o porque nosotros ya hemos perdonado). Querría decir que cuando mi perdón no es total, yo le pido a Dios que su perdón a mí no sea total; o que no se me ocurra pedir perdón si yo no he perdonado antes.
          Recuerdo a una persona que hizo ejercicios conmigo y sugerí la reflexión profunda de si DE VERDAD habían perdonado en plenitud cualquier “deuda” del pasado. Y una persona, que era muy honrada en sus planteamientos, me dijo que había descubierto que tenía en su recámara un perdón aparentemente dado, pero que no lo había sobrepasado en su corazón.

          No será el último caso. Y no se trata de perdones de ofensas. Yo me quedaría hoy mucho más en LOS RECELOS que quedan ahí en las entretelas del sentimiento, y que en el fondo suponen que NO SE HA SOBREPASADO la herida  de una determinada situación. Sólo está oculta. Quedan brasas capaces de reemprenderse al mínimo soplo de contacto con aquella persona.

1 comentario:

  1. ¡somos tan exigentes con lo demás y nos cuesta tanto perdonar..!Siempre está en juego el sufrimiento y la injusticia... a veces parece que no se va a poder perdonar; pero el Señor nos habló en serio y ahora ya sabemos que si no podemos perdonar, tampoco podemos acercarnos a Él a pedirle que nos perdone a nosotros.Tenemos que perdonar siempre, de corazón, amando; aceptar nuestras pobrezas, tragándonos el orgullo y el rencor; el perdonar nos reconcilia y nos libera, no borra los acontecimientos, pero pone fín a los efectos.Que estamos obligadísimos a perdonar siempre, es indiscutible, si somos seguidores de Cristo y estamos dispuestos a seguirlo...

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