jueves, 20 de agosto de 2015

20 agosto: Fidelidad

Liturgia del día
                Jueces 11, 29-39 debe ser leído desde el aspecto de la fidelidad pero a sabiendas de que se pasa tres pueblos, porque un voto así como el de Jefté no obliga. Es un voto comprometido en un momento de dificultad: “ofrecer a Dios en holocausto al primero que le salga al paso si Jefté ha alcanzado la victoria contra los enemigos”, es un voto que no tiene valor. Sin embargo era para ellos un juramento al que no se podía faltar. Recordemos la juramento de Herodes a Salomé, de darle cualquier cosa que pidiera. Salomé pide la cabeza del Bautista y Herodes lo cumple, a su pesar, porque lo ha jurado.
            En moral cristiana es inválido todo voto o promesa que no sea mejor que lo contrario. De ahí la invalidez del juramento de dar muerte a alguien, porque su contrario –dejarla con vida- es mejor.
            Pero puestos a leer con lente de historia de salvación, lo que queda en pie es la seriedad y fidelidad con que Jefté lleva a cabo su juramento, aun cuando la primera persona que le sale al encuentro tras la victoria es su propia hija. Ella misma acepta su sacrificio, puesto que su padre así lo había jurado. Entraba en la mentalidad del momento. Y bien sabemos que aun ahora hay etnias que mantienen juramentos semejantes y que los llevan a cabo sea como sea.
            El Evangelio -Mt 22, 1-14- es un complemento del evangelio de ayer. Ayer presentaba esa nueva JUSTICIA de Dios que daba su “denario” (su acogida, su gloria) a todos, aunque hubieran llegado a última hora. Hoy hay una concreción: HAY QUE LLEGAR. El pueblo judío había sido llamado al BANQUETE del reino. Pero a la hora de la verdad ese pueblo no acudió: “se excusó” por unos motivos o por otros. Y  como el Banquete estaba preparado de todas maneras, el dueño envía a sus criados a “los cruces de los caminos”: fuera de Israel…, a los gentiles que estaban fuera, para que acudieran al Banquete. Aquí, pues, hay una aclaración importante: todos los judíos son invitados pero si no quieren acudir, se quedan fuera. A nadie se le obliga a “ir a la viña” y poder recibir “el denario” o “comer el banquete”. El que no quiere, queda fuera.
            Pero la aclaración sigue adelante y –una vez llamados los no judíos y llena la sala del  banquete- el dueño entra a saludarlos y repara en uno que no ha tenido la delicadeza de vestir el traje de fiesta. A ese le pregunta el dueño cómo es que se ha presentad así, con esa falta de respeto hacia la solemnidad del banquete del Rey y hacia los otros comensales. Y tampoco el dueño entra por esas, como no había entrado a pasar por alto las “excusas” de los primeros invitados.
            El amo manda a los criados echarlo fuera, donde le quedará al individuo la quemazón de haber perdido su gran oportunidad, la gran quemazón de su insensatez: haber tenido todo a la mano y haberlo desperdiciado.
            En esa amalgama que se pretende hoy de “aquí todos somos buenos”, y mirar a Dios como un Dios pasivo, ajeno y casi bobalicón, para el que todo da igual, Jesucristo ha presentado una parábola aclaratoria: Dios es inmensamente bueno y poderoso (tiene “un denario para todo el que acuda a su viña, aunque sea de la última hora), pero no hay denario para quien no acude o para quien acude en malas condiciones. Esos quedan fuera. Y quedar “fuera de Dios”, el “no-Dios”, el “contra Dios”…, es la no entrada en el Banquete, en el Reino: el ser echados FUERA. Y eso es la condenación, el rechinar de dientes, la desesperación de haberlo tenido todo en las manos y no haberlo querido coger.

            No gusta pensar en esto pero meditar en la Palabra de Cristo debe ser muy honrado para no tergiversar lo que dice, no manipular su enseñanza, no acabar haciendo un Reino de mantequilla donde todo vale y todo da igual. Repito, como he dicho antes, que el gran pecado de nuestro tiempo es haber concebido la idea de un Dios amorfo que pasa por todas. Y tan falso es pensar en un Dios castigador como pensar en un Dios que todo lo pasa por alto y que todo le da igual, y que podemos ser de cualquier manera “porque Dios es muy bueno”. La bondad de Dios nunca es tontura. La bondad de Dios llega hasta la “última hora” pero nunca forzará esa última hora. La libertad del ser humano es respetada por quien se la dio. Y cada ser humano estamos llamados a la viña y todos podemos acudir, por tarde que sea. Pero HAY QUE ACUDIR. Y eso debe quedar en pie muy claramente en medio de las muy diversas situaciones en que estemos y vivamos.

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