sábado, 4 de noviembre de 2017

4 noviembre: Humillados y enaltecidos

Liturgia:
                      Seguimos en la carta a los romanos (11,1-2. 11-12. 23-29) en la que Pablo hace una defensa del pueblo judío. Es cierto que ahora mismo ese pueblo se ha alejado de la salvación de Dios, pero eso ha sido por el misterio de que al alejarse ellos, la salvación de Dios ha llegado hasta nosotros. Pero eso no significa que Dios ha rechazado a su pueblo. El amor de Dios hacia ese pueblo suyo continúa en vigor, en atención a los Patriarcas y a la promesa firme de Dios y su alianza con ellos por la que ese pueblo se salvará. Desde el punto de vista del evangelio, es decir, de su aceptación del evangelio, son enemigos. Pero eso ha sido el misterio de salvación de los otros pueblos…, de vosotros los romanos…, de todos nosotros los que ahora somos parte del nuevo pueblo de Dios. Pero la elección que hizo desde un principio, permanece, y los dones de Dios y su llamada, son irrevocables: Israel se volverá al camino de Dios.

          El evangelio (Lc 14,1. 7-11) es continuación del de ayer, el de la curación del hidrópico en casa de un fariseo que había invitado a Jesús a comer un día de sábado. Se ha dado ya el hecho de la curación, que ha dejado callados al anfitrión y a los convidados, que no han querido admitir expresamente que se pudiera curar en sábado. Jesús lo ha hecho por su cuenta y riesgo, aunque estuviera en casa ajena. Pero la fuerza de un enfermo que se le pone delante es algo ante lo que el Corazón de Jesucristo no se puede resistir.
          Pero es que ahora Jesús sigue pensando que su presencia en aquella casa puede ir más allá que el hecho de comer. Máxime cuando está observando la pugna disimulada de los invitados por ocupar los puestos de más honor de la mesa. Y Jesús les pone delante un ejemplo: Cuando os inviten, no busquéis los primeros puestos, no sea que llegue uno más digno que tú y el que os invitó tengo que deciros: ‘Cédele el puesto a éste’. Porque entonces, abochornados, tendréis que ir a colocaros en los últimos puestos. Lo que Jesús estaba diciendo era más claro que el agua y lo podían comprender, si querían. Otra cosa es que esta manera de pensar se les despegaba a aquellos hombres, siempre ambiciosos de los primeros lugares. Lo que decía Jesús les sonaba a broma.
          Y Jesús continuó: Cuando os inviten, id a colocaros en el último lugar. Así cuando llegue el que os invitó, os dirá: ‘Amigo, sube más arriba’. Y quedaréis bien ante todos los comensales.
          Alguien puede pensar que Jesús estaba dando una lección de astucia: colócate al final para quedar bien cuando os lleven a puestos de más honra. Sin embargo Jesús iba mucho más lejos que todo eso y estaba dando un principio de vida, que él formula al final con esa frase repetida varias veces en los evangelios: Porque todo el que se ensalza, será humillado; y todo el que se humilla será enaltecido. Es un principio de vida que no se queda en los puestos de un banquete sino que se expande a la actitud que debe mantenerse en toda forma de actuar. Y que tiene su especial aplicación en la postura del hombre ante Dios. Ante Dios no puede nadie pretender ensalzarse, porque ¿de qué va a presumir para ponerse delante? Eso lo hace aquel fariseo que se sitúa en un puesto llamativo del templo para decir lo bueno que el era y lo cumplidor de sus normas, y por supuesto no como el publicano… Y dijo entonces Jesús que aquel que se había enaltecido, salió humillado porque Dios no escuchó su oración, que más que orar era presentar factura de sus méritos. Ante Dios no vale eso.
          Ante Dios vale la humildad, esa que Santa Teresa dice que es la dama que da jaque al rey, porque la humildad gana el corazón de Dios. Y así, el que se humilla es ensalzado.

          Por tanto no es una lección de astucia la que ha dado Jesús sino una actitud necesaria para ponerse ante Dios, ante quien no tenemos títulos de derechos, y ante quien no cabe otra cosa que ponerse en el último lugar. Como el publicano que, allá al fondo, sólo sabía darse golpes de pecho y decir: “Perdóname, Señor que soy un pecador”. Y dice Jesús de él que ese salió perdonado y acogido por Dios. Esa fue “la astucia” de los santos, que va en otra dirección de la astucia del mundo. Es la humildad que caminar en verdad, siendo uno el que es y situándose donde le corresponde. Que el resto ya le toca a Dios para elevar más arriba al que se ha humillado ante el.

1 comentario:

  1. Jesús no propone unas normas de urbanidad, una actitud de falsa humildad. Nos pide que no nos sentemos en el primer puesto para que nuestro hermano pueda ocuparlo.Le quiero ceder el primer puesto porque lo amo, porque en él veo a Dios. Alo largo de la vida se me puede pedir una tarea de mucha responsabilidad, como cristiano debo aceptarla como un servicio social que dura un tiempo, no es un título honorario...No debo olvidarme nunca que la autoridad es servicio.

    ResponderEliminar

¡GRACIAS POR COMENTAR!