martes, 28 de noviembre de 2017

28 noviembre: Anuncios de Jesús

Liturgia:
                      Otra larga lectura del libro de Daniel: 2,31-45. Daniel, dotado de poderes de interpretación de los sueños, revela a Nabucodonosor el sentido del sueño que ha tenido. Y tras toda una descripción de la estatua que ha visto, llega la conclusión, que es la que verdaderamente importa: una piedra se desprende sin intervención humana…, capaz de destruir toda la estatua grandiosa. Y esa piedra llega a hacerse una montaña que ocupa toda la tierra.
          La estatua representa todo un imperio que, a pesar de su fuerza, no puede sobrevivir al choque de la piedra desprendida. Y por tanto nos ha puesto esta revelación ante la realidad de que lo más poderoso de la tierra, cae y se destruye mientras que “la piedra sin intervención humana” (está refiriendo un valor sobrehumano, sobrenatural), permanece. Es todo el anuncio mesiánico. Jesucristo sobrevive a los imperios, y se agranda ante los pueblos y se hace esa montaña que abarca al mundo entero.

          En el evangelio entramos en las descripciones escatológicas que nos llevan al final del tiempo litúrgico y, por tanto, al anuncio del momento final.
          Lc 21.5-11 nos presenta el presagio de Jesús sobre el templo y la ciudad de Jerusalén, símbolo y centro de Israel. Ante la admiración de algunos al ver los adornos del templo, su belleza, la calidad de la piedra, los exvotos, Jesús advierte que todo esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra; todo será destruido. Naturalmente Jesús apunta a mucho más lejos que aquel suceso. Ese desastre no es más que un signo de algo mucho más trágico, que es el final de la vida, o quizás incluso el fin del mundo. Pero evidentemente no hay afirmación sobre eso. Ante la pregunta de cuándo será eso y la señal de que todo eso está para suceder, Jesús advierte en general los misterios que hay alrededor. Y advierte que nadie os engañe porque vendrán muchos usando mi nombre y diciendo: ‘Yo soy’, o ‘El momento está cerca’. No os dejéis engañar; no vayáis tras los que dicen tal cosa. Ni tengáis pánico, porque el final no vendrá enseguida. Es decir: Jesús advierte de algo que sucederá pero no dice nada en concreto, porque Jesús no tiene por qué saberlo.
          Lo que sí hace es trazar un panorama duro de guerras y males naturales: terremotos, epidemias, hambre, espantos y signos en el cielo.
          Los hay que piensan que ya se están cumpliendo muchos de esos anuncios. Los hay que no dan más crédito a ellos.
          Yo, por supuesto, no voy a saber concretar más de lo que hizo Jesús y, por tanto, todo está en el misterio. Pero no dejo de pensar la ceguera de un mundo que está asistiendo a situaciones extremas de desastres naturales y de tragedias inhumanas, y no se le ocurre pensar que la realidad de este mundo se acaba. Se le acaba a los mafiosos, a los violentos, a los abusadores de derechos de los pueblos y de las personas. Se le acaba a los políticos corruptos, a los violadores de los derechos humanos, a los potentados y tiranos, y que por mucho que pretendan alargar su agonía, su final está más cerca de lo que parece. ¿Y qué se van a encontrar en su haber? Es verdad que “el final no llega enseguida” como es igualmente verdad que llega. Y que lo que va a quedar después de todo eso es lo que se haya hecho de bueno, de constructivo, de creador de buenas sensaciones, de servicios prestados…
          También se le acaba la vida a los que practican el bien, los servidores de los demás, los que dan su vida a favor de los enfermos, de los pobres, de los contagiosos, de los niños, de los indefensos… Pero para ellos no es acabar. Para ellos es el comienzo de un reempezar al modo que dice San Pablo: “En adelante me espera la corona de gloria merecida”. Y no hay espanto que les aterre, salvo el espanto de la malicia de este mundo que no ha sabido aprender de las lecciones que le dejo el Señor.

          Quiera Dios abrir la mente y el corazón de este mundo actual y que se encienda la lucecita que indique un cambio de tendencia en ese declive desastroso del mundo que se desliza cuesta abajo por el tobogán de la indiferencia, la inconsciencia, la lujuria, el veneno del querer tener más, de la desigualdad entre ricos y pobres, entre varones y mujeres. Y que sea el mal el que vea que no le queda piedra sobre piedra, y que “la piedra desprendida sin intervención humana” acabe siendo el Cristo triunfador sobre el imperio del mal.

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