lunes, 20 de noviembre de 2017

20 noviembre: Señor, que vea otra vez

Liturgia:
                      Tenemos una amplia y fragmentada 1ª lectura, tomada del primer libro de los Macabeos (1,11-16.43-45.57-60.65-67). Sintetiza la persecución religiosa de Antíoco Epifanes contra el pueblo judío. Al principio, benévolo con los judíos que quieren avanzar en la línea de la nueva civilización, y luego cruel con los que no aceptan. Y para discernir quiénes sí y quienes no, acaba poniendo una piedra de toque de enorme maldad: establecer aras sacrílegas para que se ofrecieran sobre ellas los sacrificios. Eso ya hería profundamente las convicciones religiosas de los fieles judíos, quienes se resisten hasta la muerte a seguir las costumbres paganas y los sacrificios aquellos, tan en contra de la adoración a Dios y a solo Dios con todo el corazón, con toda el alma y todas las fuerzas del ser. La persecución, pues, estaba servida.

          El evangelio (Lc.18,35-43) es una bella historia de fe de un pobre hombre ciego que pedía limosna a la entrada de la ciudad de Jericó. El hombre estaba como todos los días buscándose la vida con las limosnas que podía recoger de los que entraban y salían, cuando se extrañó de oír que pasaba ahora un grupo numeroso de personas. Y el hombre, entre sus peticiones de ayuda, siente también la curiosidad de saber qué pasa.
          Los que acompañaban a Jesús no caen en la cuenta de la importancia que tiene para aquel ciego la respuesta que pueden darle, y como quien no dice nada le informan: pasa Jesús Nazareno. Para los sanos era una mera información que satisfaría la curiosidad del mendigo. Para el mendigo era la gran noticia porque él salta de inmediato desde el “Jesús Nazareno” al Jesús hijo de David, el Mesías, el que vendría a dar la vista a los ciegos. Y el ciego ahora no pide limosna; grita para llamar la atención de Jesús: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Al principio no lo oía Jesús, y la gente más bien intentaba hacer callar al mendigo. Como ellos no estaban necesitados como el ciego, el ciego les importunaba. Pero el ciego grita más fuerte y sus gritos llegan a Jesús, que se interesa de qué pasa y le informan: el mendigo ciego que grita. Y Jesús lo manda traer.
          El ciego se levantó de su sitio y, llevado por las manos de otros, llegó a estar cerca de Jesús. Jesús le preguntó qué quería… No deja de tener su encanto esta aparente ingenuidad de Jesús, cuando bien sabía ya él lo que correspondía hacer en este caso. ¿Qué quieres que haga por ti? Y el ciego va a lo esencial de su situación. Si pide limosna no es porque sea un vagabundo sino porque no tiene medios de ganarse la vida por razón de su ceguera. Entonces su verdadera necesidad es la vista. Y responde con toda convicción: Señor, que vea otra vez. Era un hombre que sabía lo que era ver. Había visto antes. Lo que pide es volver a ver.
          Y Jesús le contesta: Recobra la vista; tu fe te ha curado. Y recobró la vista y volvió a ser un hombre normal y ya no necesitaba pedir la limosna. Es más: no se vuelve a su casa, no da por concluido aquel momento. Se va tras Jesús y va glorificando a Dios.
          Su testimonio, más aquellos que han sido testigos del hecho, acaba redundando en una alabanza a Dios por parte de las gentes.

          “Señor, que vuelva a ver”, tendría que ser la oración de tantos que se han apartado de su fe primera; que fueron personas activas y válidas dentro de la vida de la Iglesia, y que se escandalizaron un día o se dejaron embaucar, y hoy viven alejados de esa fe que tienen ahí en el fondo de sus almas.
          Los hay semejantes a aquellos judíos que nos narra la 1ª lectura, que se encandilaron con las costumbres abiertas de los otros pueblos y acabaron cediendo de su fe. Les deslumbró el gimnasio de los paganos, se avergonzaron de su signo de identidad de la circuncisión, y acabaron apostatando de la religión de sus padres. No supieron hacer la síntesis de posibles avances culturales dentro de su propia vida de fe, y optaron por separarse de sus convicciones de siempre.

          Eso mismo se produce hoy en muchos: se han abierto a otros modos de vida que incluso podrían haber sido aceptables, pero lo han hecho con el desprecio y abandono de su fe primera. Han abominado del primer amor, y se han ido tras la novelería de formas paganas. ¡Señor: que vuelva a ver!, tiene que ser la petición ante el Jesús, Hijo de David que pasa pero que no quiere pasar de largo. Lo que ocurre es que aún no se ha producido ese grito de petición de ayuda que fue capaz de insistir el ciego de los ojos pero de visión muy profunda en el fondo de su alma.

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