lunes, 27 de noviembre de 2017

27 noviembre: Lo pequeño

Liturgia:
                      La 1ª lectura de hoy es una historia amplia (Dn 1,1-6.8-20) a la que se asiste con gusto y la que nos deja una lección-resumen muy importante: Dios ha intervenido a favor de aquellos jóvenes que guardaron la fidelidad a sus leyes judías aun en tierra extranjera. Y la enseñanza que queda clara es cómo sale victorioso quien vive de acuerdo con la ley de Dios, aun por encima de las leyes naturales.

          El evangelio (Lc.21,1-4) es el conocidísimo texto de la viuda pobre que deposita en el cepillo del templo lo poco que tiene ese día, incluso para comer. Jesús, sentado ante el cepillo, observa las apariencias de los ricos que hacen visajes para que se vean sus importantes aportaciones al templo. Jesús no se inmuta ante aquello porque sabe que echan de lo que les sobra. En cambio se queda mirando con interés a la viuda que saca una monedita pequeña, de poco valor, y la echa casi avergonzada de no tener más…, pero en realidad ha echado el todo del todo. Hoy ya no le queda más. Y como dice Jesús: ha echado lo que tenía para vivir. Y eso vale mucho más que las otras cantidades de los ricos.
          Pero nos quedaríamos muy cortos de vista si nos fijáramos sólo en la moneda de la viuda y en nuestras pequeñas monedas de colecta, cuando no tenemos más. Hay que ampliar el objetivo y pensar que “lo pequeño” no está solamente en lo económico y en la limosna depositada en el cestillo. Hay muchos pequeños detalles humanos que pueden ser de inmenso valor cuando se ejercitan con cariño y caridad. El tiempo propio que se dedica a otra persona que lo necesita; la mano sobre el hombro que indica presencia ante un mal momento de otro; la sonrisa que destensa el sufrimiento de alguien; la compañía a un enfermo o persona solitaria; la caricia a un niño; la atención a un anciano que ya está apartado de la normalidad social… Y tantas cosas más que se pueden ocurrir y que de hecho se brindan en el momento menos esperado en el que hay que salir al paso. Son “pequeñas monedas” que sin embargo tienen mucho valor cuando se hacen en la presencia de Jesús y por el amor que se pone en la otra persona.
          Son pequeñas cosas que, además, no restan nada a quien las da y suman mucho a quien las recibe. No arriesga uno nada de su vivir, salvo eso que ofrece y que puede suponer un pequeño sacrificio propio. Y con ser la cosa tan pequeña en sí, su valor es grande a los ojos de Dios y en el provecho de quien recibe esa ayuda.
          Hoy también se queda este comentario en una aportación más pequeña, y sin embargo con unas lecciones muy amplias y posibles de vivir, de aplicar a la vida diaria. Nos queda que echar mano de esa inventiva a la que nos conduce el amor a algo o a alguien. Como la inventiva de una madre que siempre está sacando de su tesoro nuevas realidades que manifiestan su cariño maternal o esponsal. Una madre es una fuente de inventivas para llegar a la necesidad ajena. Una fuente de pequeños detalles que valen un potosí y que ganan a todas las fortunas del mundo. Pues algo de eso es lo que hoy nos está poniendo delante el evangelio. Ahora nos toca que traducirlo a nuestro mundo personal.
          Yo hago honor a mi madre, recordando “su monedita” (entre tantas otras). Tiempos de hambre y carencias. No había pan. Y ella era muy panera. El poco pan de que se podía disponer, lo administraba para mi padre y para los hijos. Ella se hacía unas tortas de harina con su poquito de sal para poder acompañarse en las comidas a modo de pan. Y como eso, tantas otras cosas que pasarían desapercibidas y que, sin embargo, eran fruto de su amor.

          Vaya el homenaje a tantas personas que en el silencio de su secreto personal, se privaron de lo que a ellas mismas les podía gustar, para apostar a otros esa pequeña moneda que admira y agrada a Jesús y da una muestra de acogida a un prójimo.

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