viernes, 15 de julio de 2016

15 julio: Misericordia quiero

Liturgia
          La lectura de Isaías (38, 1-6. 21-22. 7-8) nos narra la enfermedad mortal de Ezequías, que se siente muy compungido ante su muerte cercana. Y ora al Señor y llora con gran llanto. Dios envía a Isaías para que le diga que Dios ha escuchado su oración y ha oído su llanto y que le añade 15 años a su vida.
          Aquí tendríamos una aplicación explicativa de aquella oportunidad en que Jesús le dijo a sus discípulos que hay un género “de demonios” que sólo salen por la oración y el ayuno. Ezequías ha orado y ha llorado; ha orado y ha potenciado su petición con su dolor expresado (“su ayuno” o sacrificio”). Y Dios ha escuchado su petición.
          Lo curioso, si nos fijamos en la cita que he dado más arriba, al final de estos hechos se vuelve atrás en el relato y se retoman los vv. 7 y 8 que en realidad son la señal que Dios da a Ezequías de que lo que le promete se cumplirá. Es un modo muy típico en el estilo bíblico. Serían como las credenciales de que lo que Dios ha dicho está avalado por alguna señal comprobable.

          El evangelio es ya muy conocido y tratado: los discípulos pasan por un sembrado de trigo (Mt. 12, 1-8) y entre que tenían hambre y el gusto tan natural de coger unas espigas al paso por unos sembrados, el hecho es que arrancan unas espigas y las trituran entre las manos y se echan los granos a la boca. Una acción que hemos hecho cuantos tuvimos la suerte de compaginar nuestra vida de ciudad con algunas temporadas en el campo.
          Pero los apóstoles tuvieron la mala suerte de vivir entre fariseos leguleyos que consideraban tal anécdota como “un trabajo”. Y eso, en sábado, equivalía para ellos a una violación de la santidad del sábado, tal como la concebían.
          Y vino la rápida protesta al Maestro. Al fin y al cabo era una manera de atacarle a él: Mira, tus discípulos están haciendo una cosa que no está permitida en sábado.
          A Jesús debía resultarle cansino este estribillo, que tuvo que escuchar y sufrir tantas veces. Y les contestó con un caso ocurrido al margen de la ley y que protagonizó el venerado David…: lo que hizo él y sus hombres cuando sintieron hambre: que comieron los panes ofrecidos, cosa que sólo les estaba permitido a los sacerdotes, y no a David y a sus compañeros. ¡Y sin embargo lo hizo! ¿Y no habéis leído que los sacerdotes pueden violar el sábado en el templo sin incurrir en culpa?
-Pues yo os digo que aquí hay uno que es más que el Templo. Y que el Hijo del hombre es señor el sábado.
En realidad una simple anécdota de las espigas se ha convertido en una declaración de enorme trascendencia, que debió escandalizar mucho más a los fariseos que lo hecho por los apóstoles. Pero Jesús quiere llevar el caso a una declaración de intenciones mucho más fuerte que el escándalo que ellos han sufrido… Quiere Jesús que recuerden algo que está muy repetido en la Sagrada Escritura: “Quiero misericordia y no sacrificios”. Ahí es donde apunta Jesús directamente y lo que quiere hacerles llegar a aquellos leguleyos que habían minimizado las leyes hasta hacerlas ridículas. Jesús, que planteó el reino de Dios como al reino de la interioridad, ahora lo pone claramente ante los ojos de aquellos hombres que tanto se fijan en los detalles materiales y se olvidan de lo substancial. QUIERO MISERICORDIA Y NO SACRIFICIOS es la gran lección que se deduce de todo este relato. Y es algo que nos incumbe a todos porque hemos de saber discernir lo que –en nuestra experiencia espiritual- se queda demasiado en la cáscara de la verdad y no le hinca el diente decididamente al interior de esa misericordia.


San Ignacio de Loyola –al que vengo citando varias veces como un recuerdo especial en este mes dedicado a él- tiene una frase que puede encajar muy bien con esta enseñanza. Dice el santo que no el mucho saber satisface al alma, sino el gustar de las cosas internamente. Exacto: lo externo se queda en la cáscara de la realidad. Lo que interesa es entrar en lo interno y que eso interno sea lo que se apega al alma y lo que la hace actuar. No se trata de saber de memoria, sino de ese rumiar y saborear las cosas en una oración que adentre hasta la médula los contenidos de la palabra de Dios: la misericordia del corazón y de las entrañas, mucho más allá que los sacrificios y prácticas que se quedan en lo exterior. Muy en consonancia con aquello de “la oracion y el ayuno” para obtener determinados frutos. O la petición y el llanto de Ezequías…

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:33 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA (CONTINUACIÓN)

    LA ORACIÓN DEL SEÑOR: PADRENUESTRO.

    "Hay hambre del pan común, pero también hay hambre de amor, bondad y de respeto recíproco; y esta es la gran pobreza que sufren los hombres de hoy" (Beata Teresa de Calcuta).

    "HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO".-Cuando oramos para que se cumpla universalmente la voluntad de Dios, pedimos que en la tierra y en nuestro propio corazón sea ya todo como en el cielo.
    Mientras nos apoyemos en nuestros propios planes, en nuestros deseos y en nuestras ideas, la tierra no se podrá convertir en cielo. Uno quiere esto, el otro quiere lo otro. Pero nuestra felicidad la encontramos cuando queremos conjuntamente lo que Dios quiere. Orar es hacer sitio en esta tierra, paso a paso, a la voluntad de Dios.

    "DANOS HOY NUESTRO PAN DE CADA DÍA".-Pedir el pan de cada día nos convierte en personas que lo esperan "todo" de la bondad de su padre celestial, también los bienes materiales y espirituales necesarios para vivir. Ningún cristiano puede formular esta petición sin pensar en su responsabilidad real para todos aquellos a quienes en el mundo les falta lo necesario para vivir.

    Continuará


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  2. . "Tú, Señor, detuviste mi alma para que no pereciese". Conmueve el ver como Jesús justifica a sus discípulos que, empujados por el hambre comen el grano crudo de unas pocas espigas que han arrancado...Los fariseos estaban escandalizados al verlos arrancar las espigas en día de sábado. La escena subraya la identidad de Jesús, Él es "Señor del sábado".Todas las personas, por el hecho de ser, son portadoras de la dignidad que Dios le ha concedido al crearla a su imagen y llamarla a formar parte de su familia. La ley de los fariseos, al parecer, no contemplaba esta dignidad. Que no nos olvidemos nunca de darle gracias a Dios por esta dignidad que ha querido darnos. Que cada persona sea respetada y valorada por lo que es.

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