lunes, 11 de julio de 2016

11 julio: A lo interior

Liturgia
          Con frecuencia se habla del Antiguo Testamento con cierto desdoro, contraponiéndolo con el Nuevo. Y dentro de que recoge unos tiempos más primitivos de un pueblo –al que Dios se ha elegido como depositario de sus promesas-, la verdad es que en su línea esencial es más la antesala de la revelación plena de Jesús que un período “feo” de la relación de Dios con la humanidad. Lo que pasa es que encierra muchas historias complejas, de las que hay que saber sacar el hilo conductor más que la historia en sí misma, en la que hay mucho de humano, pero a través de lo cual (Dios no prescinde de la realidad de los hombres, sino que hace historia con ellos o a pesar de ellos), va entretejiéndose la historia final de la redención. Y la redención no es sólo la muerte de Jesús por la humanidad, sino toda la enseñanza y acción de Jesús para elevar la dignidad de la vida en la tierra.
          Is 1, 11-17 -1ª lectura- es buena muestra de esa afirmación. Muy en los comienzos de la historia de Israel, ya se pone ante la mente del pueblo que a Dios no le importa el número de los sacrificios que se ofrecen. Más bien lo contrario. Frente a todos esos sacrificios rituales externos, Dios expresa: Estoy harto de holocaustos de carneros…; la sangre de animales no me agrada. Todo eso se ha quedado en lo meramente externo, en el paripé de una relación con Dios. En algo que no compromete a la persona. Y Dios pregunta entonces: ¿A qué venís a visitarme? No me traigáis done vacios, incienso execrable. Vuestras fiestas se hacen una carga que no soporto más.
          [Estoy escribiendo y estoy haciendo examen de conciencia, porque parece que resuenan en mí todas esas palabras, y me llaman a una actitud mucho más interior]. Y así concluye este texto que leemos hoy: Lavaos, purificaos, apartad de mí vuestras malas acciones, cesad de obrar mal y aprended a obrar bien: buscad la justicia, defended al oprimido, sed abogados del huérfano, defensores de la viuda. [Suena todo esto a lo que hace podo veíamos en las Bienaventuranzas y el Sermón del Monte: ¡vamos a lo interno y dejad las manifestaciones puramente externas, que no dicen nada ni conducen a nada! Vamos al interior de la persona, allí donde ve Dios y donde habita Dios, y vamos a hacerlo vida de nuestra vida.
          Que no dista mucho de la enseñanza de Jesús a sus apóstoles en el evangelio del día: Mt 10, 34-11, 1. Sigue la instrucción de Jesús a sus apóstoles (que en realidad nos incumbe a todos).
          Jesús es el dador de la paz. Pero la paz interna y la que procede de la lucha frente a lo que se opone al reinado de Dios. Por eso puede decir ahora –sin contradecirse- que no he venido a poner paz sino lucha. Él quiere la paz por encima de todas las cosas, pero él sabe que no todos están por la rectitud de su doctrina. Y sabe que dentro de la misma familia unos acogen su palabra y su estilo y otros no; que el padre se encuentre en oposición a la hija, y la madre al hijo… Sabe que acoger su palabra va a crear división. Sabe que no todos van a comprender el primer mandamiento del amor a Dios sobre todas las cosas. Y advierte que quien quiere a su padre o a su madre o a su hijo o hija más a mí, no es digno de mí. Y por tanto que quiere conservar su idea y su conveniencia, pierde; y quien está dispuesto a perder por la causa de Cristo, ese es quien conserva la vida (la verdadera vida).
          Y en consecuencia, recibir a un profeta porque es profeta, tiene paga de profeta; o el que recibe a un justo porque es justo, tiene paga de justo. Lo que recibe es equivalente a lo que ofrece. Por eso quien da un vaso de agua fresca a un pobrecillo, sólo por el hecho de que es discípulo mío, no perderá la recompensa…, recompensa propia de un discípulo de Jesús. Y Jesús se ratifica: Os lo aseguro.

          Y cuando acabó esta larga sesión de enseñanza (que nos ha llevado varios días), Jesús partió de allí para enseñar por las ciudades de Palestina. Y la realidad es que no va a enseñar cosas distintas de las que les ha puesto delante a sus discípulos. De hecho lo que a ellos les enseñaba en privado, era para que saliera a la luz pública. Y Jesús lo irá predicando ahora y es la realidad que tenemos que asumir los seguidores de Jesús, los seguidores de su evangelio. Leámoslo como dicho directamente a nosotros –“a mí”- y sintamos que estamos en ese plano de la interiorización a la que nos llama la Palabra de Dios, del Antiguo o del Nuevo Testamento.

1 comentario:

  1. Ana Ciudad9:34 a. m.

    CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA(Continuación)

    LA ORACIÓN DEL SEÑOR. EL PADRENUESTRO.

    ¿QUÉ DICE EL PADRENUESTRO?.-
    Padre nuestro que estás en el cielo,
    santificado sea tu nombre;
    venga a nosotros tu reino;
    hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo.
    Danos hoy nuestro pan de cada día;
    perdona nuestras ofensas,
    como también nosotros perdonamos
    a los que nos ofenden;
    no nos dejes caer en la tentación,
    y líbranos del mal.
    El Padrenuestro es la única oración que Jesús mismo enseñó a sus discípulos. Por eso el Padrenuestro se llama también la oración del Señor.
    Cristianos de todas las confesiones la rezan a diario en las celebraciones litúrgicas y en privado.
    El Padrenuestro surgió por la petición de un discípulo de Jesús, que veía orar a su Maestro y quería aprender del mismo Jesús a orar bien.

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