domingo, 2 de noviembre de 2014

2 novb: Una fiesta de la fe católica

Conmemoración de los FIELES DIFUNTOS
          La Fiesta pagana del Hallowen es una fiesta de importación norteamericana, propia de una sociedad asentada sobre el bienestar y que quiere huir de la idea de la muerte y de toda idea que le saque de su mentalidad triunfalista. Mofándose de la muerte, jugando con ella como una chanza de brujas y disfraces, se intenta ahuyentar algo que se quiere olvidar.
          Lo que pasa es que por mucho que se la quiera ignorar, la muerte es un hecho natural que llevamos pegada al cuerpo, y que sensatamente hemos de afrontar no como quien la huye sino como quien la mira de frente y le da sentido.
          Los católicos tenemos un día de CONMEMORACIÓN, recuerdo y esperanza sobre nuestros difuntos. Pegada esta fiesta a la de ayer –de Todos los Santos- no hace sino ampliarla. Muchos de los difuntos que hoy recordamos ya tuvieron ayer su fiesta. Y en realidad son a ellos a los que la Iglesia dedica este día solemne, desde la convicción de que estamos de fiesta.
          Los católicos no ignoramos la muerte. No ignoramos la dureza de tener que morir o de ver morir. No somos ni ciegos ni locos. Lo que sí vivimos es la fe y la esperanza. Empezando por la seguridad del valor que tienen nuestras carencias y sufrimientos en esta vida, que ya nos hacen purgar nuestras deficiencias y pecados. Y que nosotros, miembros de una Iglesia en la tierra, caminamos hacia otra forma de Iglesia del Cielo, con esperanza firme de hallarnos entonces ante Dios.
          Si no viviéramos esa esperanza, la muerte sería angustiosa, o preferiríamos no acordarnos de nuestros difuntos, a los que veríamos como desgraciados.
          La liturgia ha dado hoy una vuelta de tuerca a todo pensamiento luctuoso y nos abre otra perspectiva: Isaías nos habla (25, 6-9) de un banquete con manjares enjundiosos y vinos generosos, como un intento de hacernos barruntar la felicidad infinita del Cielo, donde Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, quitará el oprobio humillante de la muerte, y nos dará el abrazo definitivo que esperábamos alcanzar, gozándonos de nuestra salvación.
          San Pablo, escribiendo a los fieles de Roma (8, 31-35; 37-39) arranca desde el emocionado pensamiento de Dios que no perdonó la muerte de su Hijo porque quería entregarnos a nosotros TODO: la salvación y la Gloria. Y entonces se pregunta el apóstol qué cosas pueden apartarnos del amor de Dios: ¿la aflicción, la angustia, el dolor, la muerte, la persecución, el peligro, la espada? Para concluir que NADA NOS PUEDE APARTAR DEL AMOR DE CRISTO. “En todo esto vencemos fácilmente porque Él nos ha amado. Pues estoy convencido que ni los poderes, ni la muerte, ni criatura alguna puede apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo”
          San Juan (17, 24-26) es la misma palabra de Cristo: “Padre: éste es mi deseo; que los que me diste estén donde Yo estoy y contemplen tu gloria… Les he dado a conocer tu Nombre para que el amor que me tenías esté también en ellos”.
          Todo ello adobado por el Salmo 114 que hemos coreado con el estribillo: Caminaré en presencia del Señor.
          Todo lo cual, a la vez que nos conforta en el recuerdo de nuestros difuntos que ya han triunfado, también reclama de nosotros una actitud: También nosotros hemos de caminar en presencia del Señor; también nosotros hemos de acercarnos al Evangelio como camino que nos va situando ante Dios. También nosotros nos disponemos a estar donde está Cristo, en el Cielo junto al Padre, recibiendo de la Iglesia nuestra “bolsa de viaje”, la Eucaristía, que es el viático como la fuerza de alimento que nos asegura la marcha hacia el Cielo.

          Así el día en que recordamos a nuestros difuntos revierte directamente sobre nosotros, que un día celebraremos –junto a Dios- esta conmemoración que estamos ahora viviendo.

4 comentarios:

  1. Al leer el Evangelio de San Mateo que hoy se lee en la Misa, pareciera como si la salvación dependiera del comportamiento, y las obras. El que hace buenas obras a los demás se salva (Vida eterna), y el que omite hacerlas, se condena (castigo eterno).

    Pero como dice en otro lugar de la Escritura: "Sin mi, nada podéis hacer"(Cf.Jn 15,5). Es decir, tenemos que tener primero la Fe en Jesús.
    Y en otro lugar dice: "La fe sin obras está muerta" (Cf. St 2,17).

    Sería interesante para mi, leer el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo completo, ya que antes que este discurso sobre el juicio final de cada uno, hay varias parábolas que enlazan con este tema. ¿Seré capaz de tomarme el tiempo y el interés de hacerlo?

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  2. José Antonio9:21 a. m.

    Humanamente es doloroso la pérdida de un ser querido, e incluso individualmente nos aferramos a este mundo sin querer "partir", pero hoy es un día de avivar la esperanza de aquellos que alimentados por la fe, vivimos (aún con nuestras debilidades, caidas, fragilidades...) esperanzados en el encuentro eterno con Dios Padre. Mi oración particular en este día, para aquellos seres que partieron de este mundo y hoy no tienen a nadie que oren por ellos ni que formen parte del recuerdo de nadie.

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  3. Ana Ciudad1:56 p. m.

    Siempre tengo presente (en mis oraciones) a lo difuntos sobre todo de los que nadie se acuerda de pedir por ellos.

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  4. Querido P. Cantero: En este día en que hacemos memoria de nuestros difuntos he gozado con la experiencia de leer con atención su Homilía de hoy. Me han "calado hondo" los dos primeros párrafos. Breve, pero muy completo y oportuno "aviso a navegantes", necesario para sacar del error a tantas almas buenas que, quizás ingenuamente, se dejan arrastrar por esas corrientes peligrosas.
    Y muy llena de buen grano también su explicación de la Sagrada Escritura que hoy se nos propone en las lecturas propias para la Conmemoración del Día.
    Mención especial para los dos párrafos finales.
    Un día más en que, con mucho gusto, dejo mi comentario agradecido a su labor apostólica en este Blog.
    Saludos afectuosos.

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