sábado, 3 de mayo de 2014

3 de mayo: Dos Apóstoles y...

Santos Felipe y Santiago
             Otro día que la liturgia corta el discurso continuado al llegar la FIESTA de los apóstoles Felipe y Santiago. Y nos sitúa en una primera lectura ante el texto más primitivo de la revelación cristiana: lo que ha llegado hasta Pablo de la Resurrección  de Jesucristo, y de sus manifestaciones fehacientes de esa resurrección, pues se apareció resucitado a…, y después se apareció a Santiago… Por eso se ha escogido este texto para 1ª lectura [1Co 15, 1-8].
             En el Evangelio es Felipe quien pide a Jesús que les muestre al Padre. Lo que el evangelista toma como punto de partida para una de las páginas más claramente reveladoras de la divinidad de Jesús: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre; Yo estoy EN el Padre y el Padre EN mí. El Padre permanece en mí. Lo que yo digo no lo hablo por mi cuenta; el Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las obras. Si no queréis creer en mí, creed a las obras. Él hará las obras que Yo hago. Si me pedía algo, Yo os lo daré.

             Hoy, quiero también dedicar un rato a MARÍA, nuestra Madre. Y así celebrar con ella este tercer día de mayo. Y así cumplir con el encargo recibido de Jesús en la cruz. Él nos dice expresamente: Ahí tienes a tu madre. En un singular para que cada uno sienta a María como madre suya. Y para que cada uno sea quien mete a María en su propia alma porque experimenta la dulce responsabilidad de “ocuparse de María”…, que es –en realidad- introducir a María en la propia vida para que ella pueda actuar como madre. “Madre y Maestra”…, Madre y Tipo de la Iglesia. Y cada cual en su sentimiento personal de hijo de María. Ella nos irá conduciendo, Ella nos irá protegiendo y enseñando, en una labor muy personal y muy adaptada a la capacidad y posibilidades de cada hijo. Curioso y admirable: para unos, parece tener más fuerza esos mensajes privados de “la Virgen que ‘se aparece’ aquí o allí”. Para masas necesitadas de “algo sobre lo natural”, se presta María… Para otros son las romerías muy variadas en fondo, forma y latitud. Para otros es el rezo del Rosario, una determinada imagen… Para otros es seguir el camino del Evangelio de la mano de María y desde los sentimientos de María, en sus presencias o ausencias físicas en las idas y venidas de Jesús. Siempre MARÍA…, casi milagrosamente María, la mano de María que está detrás de todo don… Bien cumple Ella su misión: Ahí tienes a tu hijo. Más que nunca tiene pleno sentido saber que “el discípulo amado” –en directo, y no “en diferido”- somos cada uno de nosotros, en quienes adquiere absoluta vigencia esta acción maternal y magisterial de la Virgen María.

             Al reseñar Pablo las apariciones incontrovertidas de Jesús, ha citado por dos veces a los apóstoles: los Doce…; después a los apóstoles. Voy a centrarme en la magistral redacción de Juan en el capítulo 20, 19.
             Era “tarde”. ¿Por qué fue precisamente “tarde”, cuando ya habían visto al Señor María Magdalena, Simón Pedro y los de Emaús? No se me ocurre sino que Jesus empezó acudiendo a lo más urgente, a lo que se le iba de las manos. De una parte, María Magdalena, en el culmen de su desesperanza y casi desesperación. A Simón, hundido tras la mirada aquella de Jesús mientras él negada y juraba no conocerlo. Los otros dos, porque se iban, porque habían perdido la fe en Él, porque estaban derrotados… Y todo eso precipitaba la necesidad de salirles al encuentro.
             Otra explicación –no precisamente acorde con la teología de la Gracia- porque ven más tarde a Jesús quienes estuvieron más alejados de la cruz.
             Pero llegó esa tarde y los Once –en realidad eran ahora mismo diez- estaban reunidos y con las puertas cerradas. Y Jesús se presenta y da su santo y seña para que no se asusten: PAZ A VOSOTROS. Y les presenta “su carné de identidad”: les mostro las manos y el costado. Ya no había duda. Quizás pudieron pensar que volvían a la vida  de antes…; que Jesús había regresado para quedarse ya de nuevo, y poder volver a salir juntos por aquellas ciudades y aldeas. Evidentemente no. Comenzaba otra era. Y pronto pudieron comprobarlo. Ellos se mostraron llenos de gozo. Ahora Jesús puede repetir, con un sentido mucho más profundo su mismo saludo y presencia: Paz a vosotros.
             Y empieza la descripción sublime de San Juan. Lo primero que hace Jesús es traspasarles todo su poder: el mismo que recibió de su Padre en la misión redentora de la humanidad. Y en gesto supremo transformante, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.
             No hay lenguas de fuego ni viento impetuoso, ni testigos ni gentes que se admiren. Aquí es profundamente íntimo. Aquí está PENTECOSTÉS. Y en él hay la entrega del poder de la nueva Iglesia: poder espiritual para actuar sobre las almas. Y –aun dentro de lo que es TODO- hay una explicitación de inmenso valor: era claro que nadie podía perdonar pecados sino Dios. Pues exactamente se les da ese poder: A quienes vosotros perdonéis os pecados, les quedan perdonados; a quienes vosotros no les perdonéis os pecados, no se le perdonan.

             Jesús, después se marcha. Esta nueva era es tan fácil de entender como que la estamos viviendo. Jesús viene cuando viene y como viene; actúa…, y “se va”.  Y los que quedamos somos los pobres hombres, lo mismo los situados para perdonar con todo el poder de Dios, como los beneficiarios (o escandalizados) de ser solo humanos y tener una Iglesia en la que sólo estamos “humanos”… (aunque unos y otros, habiendo recibido el Espíritu Santo, seamos o no buenos administradores de esa Gracia). Una vez quisieron denigrar a un Sacerdote y le dijeron a voz en grito: Tú eres una M…  Y él respondió: -Sí; una M…, pero con el Espíritu Santo dentro.

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