Providencia
Una
persecución es en sí un mal. Supone pasiones negras en los perseguidores y
pasión dolorosa en los perseguidos. Pero nunca se sabe a dónde llevan los
acontecimientos desde la “lectura” que hace Dios de esas situaciones. Pablo y
Bernabé –Hech 14, 5-17- advierten a tiempo que hay peligro para ellos porque
gentiles y judíos se mueven malamente contra ellos, con intenciones de
maltratarlos. Consiguieron escaparse yéndose a Listra y Derbe, ciudades de
Licaonia.
Ahí
les esperaba Dios para un pobre lisiado y cojo de nacimiento, que nunca había
podido andar, y que puede pensarse que nunca hubiera encontrado a Pablo si no
se hubiera dado aquella persecución. Pero se dio, y Pablo y Bernabé
predicaban…, vieron al hombre enfermo, y le gritaron: Levántate y ponte en pie. El lisiado dio un salto y se puso a
andar.
Lo
que sigue me recuerda tantos movimientos populares que en vez de descubrir la
mano de Dios, y encontrarse así con el hacedor de los bienes, se desvían hacia ideas
laterales y, en este caso que tratamos (como en tantos otros), acaban haciendo
“ídolos” de lo que son meras mediaciones. En efecto, con una mentalidad pagana,
creen dioses a Pablo y a Bernabé y los identifican con Hermes y Zeus, y vienen
a ofrecerles culto, con toros adornados con guirnaldas en plan de ofrecerles un
sacrificio de adoración.
La
reacción de los dos apóstoles es la propia de hombres creyentes que se
encuentran ante una profanación: irrumpen por medio, les impiden ese culto, y
les advierten que ellos han venido precisamente a todo los contrario: a que
dejen sus falsos dioses y miren hacia Dios vivo, el verdadero,
el creador de cuanto existe. Repito que se me viene ante mi pensamiento ese
conjunto de modos populares que acaban divinizando lo que no es divino, y
pierden de vista totalmente la única verdadera realidad de DIOS.
El
Evangelio de Jn 14, 21-26 es la afirmación que cae de su peso, aunque cueste
tanto vivirla: el amor a Dios se demuestra viviendo como Él desea. Y quien así
ama se encuentra con el amor de Dios y de Cristo –que nunca les faltó- pero que
ahora lo pueden experimentar de forma consciente. Cuántas veces se dice: Dios
no me escucha, Dios no me quiere, y la realidad es que no le estamos siendo
fieles. El día que se hace uno más sincero con su propia realidad y vuelve al
punto de humildad que es necesario, redescubre uno que Dios nunca se apartó.
Típico
de San Juan es poner a un apóstol que pregunta… Y –como aquí ocurre- una
respuesta que no parece muy acorde con la pregunta. Por eso lo que Jesús sigue
hablando es lo mismo que si hubiera existido tal pregunta que ni no se la
hubieran hecho. Es un recurso literario para evitar una parrafada larga, que
resultaría más molesta de leer. Lo que interesa al evangelista es volver a
expresar que el que ama, hace lo que quiere el amado. Y el Padre amará, y
Jesús amará al que fue fiel. Y –a la viceversa- el que no ama, no guarda la
palabra de Jesús, que es la palabra misma del Padre. Ya lo entenderán mejor –y
es nuestro caso- cuando venga el Espíritu Santo que revela dentro del alma el
meollo de esa Palabra. Y porque una cosa es “oírla” y otra que entre dentro.
El
gran modelo de fidelidad al Espíritu, y a esa PALABRA de Cristo, es María.
María que se pliega primero como mujer fiel, luego como anunciada para una
misteriosa y extraordinaria maternidad, luego en cada instante de su vida
(igualmente misteriosa). Es que María ha quedado ya metida y envuelta en el
torbellino del Espíritu, en esa “sombra
que la cubre” en la Encarnación, en ese magisterio de años en Nazaret hacia
el Hijo que se le ha confiado, en Pentecostés donde nuevamente el Espíritu la
invade, y en su realidad de Madre y
Maestra de la Iglesia…, de ese Cristo vivo que pervive por los siglos y que
está arropado bajo el manto de María.
Poco
espacio me queda para esa mirada que voy haciendo a la vida de Jesús en el
Evangelio de Marcos. Bajada del Tabor, encuentro con el enfermo/endemoniado (en
la falda del monte), los discípulos queriendo saber por qué no pudieron ellos
solucionar ese caso…
Y
Jesús que vuelve a la carga (Mc 9, 30-32) porque no quiere que se engañen los
apóstoles. El Tabor es una realidad. Pero la misma que los pasos que le quedan
al Mesías: que va a padecer y que va a ser entregado en manos de los hombres,
que le matarán… Dice Marcos que ellos no
entendían tales palabras y tenían miedo de preguntarle. ¿No entendían o no
querían entender? ¿Tenían miedo de preguntarle o preferían no preguntar para no
darse por aludidos? Es que a mí no me resulta nada extraño esta forma de
proceder, porque es una “táctica” oculta para no enfrentar la verdad. “No
sabe/no contesta” no significa que no sepa…, sino que no quiere cogerse los
dedos. Se hace uno el despistado, el ignorante…, y se quita uno la
responsabilidad de la verdad.
Que
luego va a seguir una postura de ellos que resulta mucho más llamativa. Ya
iremos viendo.
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