domingo, 25 de mayo de 2014

25 mayo: Fe y esperanza

Dad razón de vuestra fe
             Llegamos al 6º domingo de Pascua, que ya está centrándonos sobre el Espíritu Santo. En la 1ª lectura Felipe ha llegado a Samaria y allí han aceptado la fe que él ha predicado: la fe en Jesús Salvador. Entonces Pedro y Juan van hasta allí e imponen las manos para que reciban al Espíritu Santo (pues hasta entonces sólo conservaban un bautismo en el nombre de Jesús).
             En el Evangelio de hoy es el propio Jesús quien habla de su marcha como paso previo al envío del Espíritu Santo, la Presencia de Dios que va a quedar tras la Ascensión de Jesucristo. Mientras Jesús esté en Palestina, está ahí en un rincón geográfico del orbe. Cuando Él ascienda y se vaya, estará presente en todo el mundo, en la catolicidad del orbe entero. Y su Presencia será el Espíritu Santo, quien desde dentro de nosotros mismos nos va a ir haciendo brotar la luz y la fuerza que vamos a necesitar. El Señor no nos va a dejar desamparados.
             Hay una palabra de la 2ª lectura que puede ser importante en este día, precisamente por ese Espíritu de Dios en nosotros. Dice Pedro a sus fieles: estad siempre prontos para dar razón de vuestra esperanza. Parte de un supuesto: la fe y la esperanza de esos fieles a quienes se dirige. Parte de una realidad de la que nosotros también podemos hablar: tenemos fe; tenemos esperanza. En razón de ello vivimos nuestra vida cristiana, nuestro mundo espiritual nuestra realidad interior, nuestra práctica religiosa. Pero Pedro va más allá: no es sólo que cada uno tenga una fe, practique una forma religiosa, crea y espere… Lo que San Pedro pide a sus fieles es que estén prontos a dar razón de su esperanza.
             Y no es solamente que ahí dentro del alma se tenga esa fe y esa esperanza. Se trata de que se sepa fundamentar, de que se sepa expresar, de que se sepa dar razón de lo que creemos y de lo que esperamos. Y ahí es, posiblemente, en donde nos toque mirar más hacia adentro, máxime si nos situamos en el momento actual en el que hay tantos ataques a la fe de la Iglesia.
             No puede ser que nos quedemos en un personal creer, sino en saber defender nuestra fe y por qué vivimos la esperanza, aun en medio de un ambiente hostil. Por qué creemos y esperamos cuando lo que nos está envolviendo es un clima contrario. Por qué podemos seguir creyendo aunque parece que nos han cortado la trama, y se ridiculiza tanto lo que son nuestros principios y nuestra razón de esperar.
             Está en juego algo tan a la mano como esa sensación de que leemos el Evangelio “y no sacamos nada”… ¿Cómo es posible que en nuestro derredor cada persona defienda sus ideologías y nos dejen sin palabras? ¿Cómo es posible que en la familia no haya respuesta a la invasión de ideas nuevas con las que viene envenenada nuestra juventud…, unos por estudiantes universitarios; otros por trabajadores a los que se les ha inoculado la idea de que todos los males vienen de la Iglesia?
             Aquí es donde San Pedro nos está pidiendo hoy que tomemos tan en serio fundamentar nuestra fe, que podamos y sepamos dar razón de ella. Y si hay una fe bien asentada, viviremos una esperanza cierta frente a los calumniadores que denigran nuestra conducta… (son palabras de Pedro).
             Y como aterrizaje forzoso, esta es la realidad que nos aporta cada Eucaristía. No estamos aquí “oyendo Misa”…, como tantas veces se dice. Ni siquiera estamos “participando de una Misa ceremoniosa”, que nos agrade más o menos. Lo que Jesús hace en este momento es actualizar todo lo que ha quedado sabido, practicado, devotamente vivido. La Eucaristía nos está llevando a dar razón de nuestra esperanza, porque una vez cargadas aquí las pilas del alma, ahora hemos de vivir la esperanza en cada instante del día. Se explican las lecturas… No es si el predicador lo hizo mejor o peor…, sino qué captamos en nuestro interior…; qué hemos sentido dentro y qué ha alimentado y enriquecido nuestra fe, y en qué hemos sentido cuestionada nuestra forma de vida y de práctica espiritual. La Eucaristía es un punto de inflexión en la vida de cada persona, porque ahí está la raíz –el Sacramento- de nuestra fe…, y ahí la resurrección de Cristo de entre los muertos, que es lo que nos hace sentir la esperanza más profunda, porque no estamos en el hoyo del fracaso, sino emergiendo sobre una sociedad que se ahora en su propio pantano. Mucho más tendremos que hacer por formarnos, por ahondar nuestros conocimientos, por poner sobre el tapete que no es lo mismo lo que nos bastó hace 20 o 50 años que lo que se nos exige hoy en una sociedad mucho más globalizada e influida por los medios de comunicación.
 

             A la Virgen se le da el título de ESPERANZA. En diversas partes, bajo diversas formas, se multiplica ese sentimiento de María, Señora de la Esperanza. Precisamente porque domina la desesperanza en una sociedad sin luces que iluminen, necesitamos tanto más de quien vivió la esperanza y la proyectó hacia fuera… María miró hacia arriba. María no se quedó con la mirada pegada al suelo. No se encerró en una tristeza. No dio por perdido nada, ni siquiera cuando le arrebataban cruelmente la vida del hijo, y la lanza le atravesaba a Ella su propio corazón. María fue siempre una bandera que nos hizo mirar hacia arriba. EN ELLA, NUESTRA ESPERANZA.

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