sábado, 17 de mayo de 2014

17 mayo: Dios y hombre

El Padre en mí´; Yo en el Padre
             El evangelio de Jn 14, 7-14, es una de las perícopas típicas de San Juan que expresa la divinidad de Jesús. Todo ese párrafo tenemos en el Evangelio de hoy, no hace sino ir en esa línea: Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre; Yo estoy en el Padre y el Padre  en mí. Lo que yo digo, no lo hablo por mi cuenta. El Padre, que permanece en mí, es el que hace las obras. Yo estoy en el Padre, y el Padre en mí. Si no lo veis, creed a las obras. Y como esa prueba del algodón, acaba diciendo que lo que pidáis en mi nombre, yo lo hago si pedís algo en mi nombre, yo lo haré, que es la muestra final de la unidad plena al Padre. Antes refirió su misma oración al Padre; oró al Padre, y dijo que “el Padre es mayor que yo”. Eran dos caras de la misma realidad: desde su humanidad, el Padre es mayor. Hoy San Juan se eleva a las alturas de la esencia de Jesús, y muestra a Jesús-Dios.
             Este es gran misterio de nuestra fe, por el que Jesús de Nazaret, al que vemos constantemente en la lucha de la vida, unas veces lamentándose y otras suplicante…, unas veces paciente y otras enfrentado a los  recalcitrantes; a veces llorando de pena o pidiendo agua…, un día curando enfermedades y otro en la cruz…, hoy San Juan nos lleva a la síntesis esencial: ese Jesús es Dios y es igual al Padre, ha salido del seno del Padre y sigue siendo Dios.
             Es evidente que Juan está ya en esas alturas de su vida en que todo eso es evidente en su fe, y necesario de trasmitir a una Comunidad que debe tener conocimiento muy exacto de qué Jesús se le está poniendo ante los ojos para que depositen la fe plena en Él.
             En la primera lectura –de Hech 13, 44-52, tenemos a Pablo que se sacude el polvo de los pies ante aquellos judíos a quienes quiso llevar –los primeros- la fe en Jesús, pero ellos no han respondido. Por eso me dirigiré a los gentiles (los no judíos). Y lo que para esos es un motivo de tanta alegría, para un grupo de señoras distinguidas –incitadas desde fuera- es motivo de una persecución en toda regla. Pablo sacude el polvo de sus pies como prueba contra esa situación y se marcha a enseñar a Cristo en Iconio. Y concluye el texto con algo que muestra que Dios estaba por medio: los discípulos se llenaron de alegría.

             Cuando María recibió el encargo de ocuparse de “sus hijos” –aquellos que concebía al pie de la cruz- ahí estaban igualmente los de su raza y los “gentiles”. María recibía una maternidad universal. Hoy es nuestra madre, fruto de esa vida nueva que comenzaba en la sangre que se derrama por vosotros y por todos. María, madre de Jesús, era también, en plena verdad la Madre de Dios, por esa realidad que Juan ha puesto en su evangelio, cuando él escribe ya desde la altura de su teología. Cuando nos dirigimos a María, estamos también gozando de esa ventaja que nos supone estar llevando nuestra plegaria o alabanza hasta el mismo Cielo, a la par que nos sabemos acogidos maternalmente en el regazo de una madre cercana e íntima, que “pisa nuestro suelo” porque de él salió y en él vivió muy duros y muy gozosos momentos de su vida.

             Lo que sigue al “endemoniado epiléptico” y aquella pregunta de unos discípulos extrañados de no haber podido lanzar ellos a “aquel linaje”, es un reencuentro con el anuncio nítido de la cruz. Jesús es un pedagogo y pedagogo de la verdad. Les dijo en su momento que el Mesías iba a padecer, y fue el gran escándalo. Dio Jesús el paso de la transfiguración para que vieran “la secuencia completa”. El Mesías padece para entrar en su gloria. Ahora, realizada la llamativa manifestación que llevó a Pedro a querer quedarse en el Tabor, por lo lindo que era aquello, Jesús tiene que llevarlos a la realidad del proceso que sigue esa “lindeza”. Y yendo ahora a prisa y sin detenerse –para evitar interrupciones de las gentes-, instruye de nuevo a los Doce con la mismísima enseñanza del escándalo anterior: nuevo anuncio de la pasión del Hijo del hombre a manos de los hombres, que le matarán.

             Nos dice el evangelista (Mc 9, 32) que ellos no entendían tales palabras, y tenían miedo de preguntarle. ¡Qué difícil es “la ciencia de la cruz! ¡Cuánto cuesta tragársela! ¡Cómo se revuelve cualquiera ante el dolor, y qué poca afinidad con la verdad misma de la vida! “Combatimos con Dios los años enteros y por el temor de ser desgraciados, permanecemos siempre miserables”

1 comentario:

  1. Ana Ciudad5:48 p. m.

    A lo largo de los siglos ,elSeñor ha querido multiplicar las señales de su asistencia misericordiosa y nos ha dejado a María como faro poderoso para que sepamos orientarnos cuando estamos perdidos, y siempre.En los peligros ,en las angustias,en las dudas,piensa en Marría,invoca a María.Si Ella te tiene de su mano,no caerás;si te protege,nada tendrás que temer;no te fatigarás,si es tu guía;llegarás felizmente al puerto si Ella te ampara.

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