viernes, 23 de mayo de 2014

23 mayo: "El Espíritu y nosotros"

Dos conclusiones definitivas
             Tras el Concilio de Jerusalén, los apóstoles envían a cristianos cualificados que acompañen a Pablo y Bernabé hasta Antioquía, en donde se había producido el movimiento judaizante que pedía la circuncisión como paso previo a la entrara de gentiles en la nueva fe de Cristo. Y quienes llevan la autoridad y representación “del Concilio” reúnen a todos y les dice: “Hemos decidido el Espíritu Santo y nosotros no imponeros más cargas que las indispensables: que no os contaminéis con la idolatría, que no comáis carne y sangre de animales estrangulados y que os abstengáis de la fornicación”. No es un mero parecer. No es una opinión. No es un proyecto humano: Han orado, han estudiado, han sopesado y han vuelto a orar… El Espíritu Santo ha estado metido en medio. Y esta palabra revelada por Dios en el libro sagrado (Hechos 15, 22-31) da pie al valor de un Concilio general o ecuménico, en el quje se desenvuelve todo –en medio de las realidades humanas- bajo la guía e intervención del Espíritu Santo.
             En el Evangelio de hoy (Jn 15, 12-17) tenemos un ramillete de afirmaciones de Jesús: Mi mandamiento: que os améis unos a otros como Yo os he amado. Éste final es la gran novedad y esencial aportación del cristianismo. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por la persona amada. Ya no os llamo siervos (el siervo no sabe lo que hace su amo); os llamo amigos porque os he dado todo lo que mi Padre me dio a conocer. Os he elegido yo a vosotros, y os elijo para que deis fruto abundante y duradero. Y para que lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo dé.
             Es fácil pensar que no hay nada que explicar.

             Jesús se trasladó cerca del Jordán en la región de Judea (sur de Palestina). Los fariseos surgen allí con una pregunta de pega: ¿Es lícito al hombre divorciarse de mujer? Jesús quiere que ellos mismos se den la respuesta, de acuerdo con los textos primitivos. Pero ellos se agarran a una excepción: Moisés permitió dar libelo de divorcio y repudiar a la mujer. Y Jesús tiene que salirles al paso: Por vuestra dureza de corazón lo permitió. Pero al comienzo no fue así.  Jesús quiere irse a los inicios, a lo que Dios hizo, a los planes de Dios…, a aquella “institución” de la pareja humana, hecha para amarase, completarse y crear vida, aun a costa de dejar su primer hogar, pero con la ilusión de crear el propio nuevo hogar… Esos fueron los planes de Dios. De ahí que un divorcio y un repudio –que no entra en el proyecto de Dios-, crea una situación grave para él y para ella: que si se unen a terceras personas, son adúlteros. [Jesús no entendía de esas mentiras con las que hoy se disimula todo: “rehacer la vida” o formulaciones engañosas de una sociedad subida al pedestal de la mentira].
             Dejó a los fariseos, se retiró con sus apóstoles, y ellos mismos insistieron en el tema. Jesús les respondió exactamente igual, sin cambiar palabra. En otro evangelista surge en ellos una conclusión muy humana: pues si eso es así, no merece la pena casarse. Lo que da lugar a una interesante disquisición de Jesús, que ni afirma tajante ni niega tajante. Explica. Hay eunucos [incapaces de matrimonio] que así nacieron desde el seno de su madre. [Sería delicado entrar en tema tan álgido en los momentos actuales]. Ampliando el concepto hasta realidades comprobadas y judicialmente declaradas, hay personas tan egoístas, tan cerradas sobre sí, tan madreras…, tan atadas a prejuicios, tan incapaces de compartir la vida con otros, que son “eunucos desde su nacimiento”. Son personas biológica, morfológica o psicológicamente imposibilitados para el matrimonio de hombre y mujer.
Hay eunucos que lo son por obra de los hombres. Aberraciones de poderes humanos, conveniencias sociales, etc. Personas castradas desde fuera e inutilizadas para el matrimonio.
Y hay eunucos que a sí mismos se hicieron tales por el Reino de los Cielos. Aquí está el celibato. Aquí está esa fuerza superior…, ese amor superior…, que lleva a renunciar al matrimonio, no por un menor aprecio de él sino por un muchísimo más alto aprecio del Reino. Se renuncia al matrimonio de hombre-mujer, porque otro amor más alto ha ganado el corazón. Se renuncia a unos hijos propios, porque otra paternidad abre el alma a una familia amplia. Se deja el hogar familiar para vivir otro distinto hogar de muy diversas características, y de una fecundidad superior. Uno se hace “eunuco” en persecución de un amor mucho más grande, al que se quiere dar el todo de uno mismo. El celibato es un don de Dios. Es evidente que debe ser ese celibato por el Reino y para el Reino.
 

MARÍA fue célibe. Desposada pero célibe. En sus planes primeros su corazón estaba puesto en un hogar, en unos hijos nacidos de su matrimonio con José. Pero Dios se metió por medio. El Reino la reclamaba…, le pedía ser “eunuco” porque era Dios mismo quien se quería asentar en ella, y eso no dejaba lugar a otra cosa. Y María se sintió llamada a ser pieza de ese Reino en las manos de Dios y por el AMOR A DIOS. Y esa sublimación de su vida la dispuso a no querer ya otra cosa sino que se hiciera en ella según la palabra de Dios.

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