viernes, 29 de marzo de 2013

VIERNES SANTO


EL FINAL DE UNA HISTORIA
                VIERNES SANTO. Acercándonos a las 3 de la tarde. La realidad inmediatamente anterior es desoladora. Jesús ha sido “lanzado” por los hombres, que no lo quieren en la tierra de los vivos. Dios, en el Cielo, enmudece. No se manifiesta. Aún no se muestra, y cabría decir –en lenguaje coloquial- “no lo acepta” todavía.  Del alma dolorida de Jesús ha nacido el rezo duro del Salmo 21, que expresa sus íntimos humanos sentimientos. No hombres ni Dios…  Y en Jesús se provoca esas ansias ardientes que le llevan a expresar que TIENE SED.  Es una sed que no puede saciarse. Una sed que, si bie es verdad que viene prolongándose años, ahora ha llegado al momento terrible del hombre que muere dejado a su suerte.  [No estoy diciendo, ni puedo decir, que esto es “así”; estoy expresando ese sentimiento de desolación de quien puede estar totalmente sumido en Dios y sin embargo sentirse como alejado de Él  Esa “noche obscura” que nos describen los místicos con sensaciones desgarradoras y angustiadas, a la vez que saben perfectamente que Dios está a su lado.  Esa desolación espiritual que también nos explicita San Ignacio de Loyola –al fin y al cabo místico- en la que el alma se siente como separada de su Creador y Señor. Son experiencias reales, hirientes, dolorosas, terribles, sin que la fe quede mínimamente alterada en la Presencia de un Dios misterioso que no aparece ni se muestra].
                Esa misa SED DEL CRUCIFICADO lo sume en un íntimo “examen de conciencia·…, un balance des u vida… Desde la atalaya de la cruz, entre casi sollozos de quien no puede ya apenas respirar, con los músculos del pecho casi paralizados, y sin fuerzas ya para apoyarse en los clavos de manos y pies para levantar el pecho…, JESÚS REPASA SU VIDA: Belén, Nazaret, Jordán, Galilea, Jerusalén…; enfermos que llegaron a Él, masas de gentes que quedaron colgadas de sus palabras, muertos que resucitaron…, y estas horas finales en las que su boca no ha dejado salir una queja… ¡Realmente ha ido haciendo en cada instante lo que tenía que hacer, obedeciendo en todo al Padre!  Y con un suspiro de alivio y paz del alma, puede ver que TODO LO HA CUMPLIDO.  Nada ha quedado por hacer. Le queda un mínimo aliento en su pecho, y se traduce en el gran acto de fe y confianza del que se siente feliz por haber hecho todo.  Y dice con la fe más firme de su vida: EN TUS MANOS ENTREGO MI ESPÍRITU.  Ha llegado la hora de su verdad, y Él, en la plena posesión de su vida, Él es quien –por decirlo así- toma su alma en sus manos y las alarga hacia el Corazón de Dios, y se la entrega con toda confianza y seguridad.
                Ya no queda más. Ni fuerzas para hablar. Pero a Jesús no le quitan la vida. Él la da. Él decide el momento. Da un gran grito como si sus pulmones estuvieran henchidos de aire, inclina la cabeza como el niño que quiere ponerse en posición de sueño en el regazo de su madre, y entonces, sólo entontes, EXPIRA.  Ha sido SU HORA.  Ni antes ni después.
                El Centurión romano, tan avezado en aquel “arte” de ver morir un crucificado como mera llama que se extingue sola por falta de oxígeno, se espanta ante aquel grito –humanamente imposible- y declara: Verdaderamente este hombre ERA HIJO DE DIOS.
                Y la naturaleza reacciona ante la muerte de su Creador. El sol se oscurece a las 3 de la tarde y deja la tierra en tinieblas. Un terremoto sacude las entrañas del lugar, y de los sepulcros surgen resucitados los muertos, que caminan por las calles de Jerusalén.  Las gentes no vieron bajar de la cruz al crucificado pero ahora se dan cuenta de que era tal Hijo de Dios, y se bajan precipitadamente a la ciudad dándose golpes de pecho.
                Los sacerdotes podrían no tener sensibilidad para otras cosas, pero se encontraron con lo que más podía dolerles: el velo sacrosanto del Templo que cubría el secreto del Sancta Sanctorum, se rasgó en dos, dejando al descubierto el misterio sagrado… O lo que es igual, dejando aquellos símbolos al descubierto…, porque ahora ya estaba patente la realidad.  El que ellos pretendieron eliminar del mundo de los vivos, es –sin embargo- el que ahora abre las puertas de una nueva realidad…: la  NUEVA ALIANZA EN SU SANGRE.  Lo antiguo ha pasado, lo nuevo se ha mostrado.
                En el Calvario, María, la madre dolorosa, se ha echado ahora a los pies de su Hijo, amoratados y bárbaramente hinchados. Ahora ya puede cogerlos en sus manos sin aumentar el dolor del Hijo.  Y con llanto sereno, pero ya incontenido, se abraza a los pies del Hijo que acaba de morir.  Las tinieblas cubren todo aquello como un momento sublime e inenarrable.
                Y no está todo acabado. Queda más que sufrir aún…, y que recoger como testamento vital de Jesús. Pero hoy ya he llenado el cupo.  Si Dios quiere, mañana –día de luto profundo en la Iglesia- espero entrar en él. Y atisbar los primeros frutos positivos y palpables de la Redención de Jesús.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad10:22 a. m.

    Jesucristo quiso la CRUZ por amor,con plena conciencia,entera libertad y corazón sensible.Nadie ha muerto como Jesucristo,porque era la misma vida.Nadie ha expiado el pecado como ÉL,porque era la misma pureza.Nosotros estamos recibiendo ahora copiosamente los frutos de aquel amor de Jésús en la CRUZ.Sólo nuestro "no querer"puede hacer baldía la PASIÖN DE CRISTO.

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  2. José Antonio11:58 a. m.

    Hoy es día de permanecer a los pies de la Cruz en SILENCIO, no un silencio pasivo sino impregnado de Amor... amando a Jesús, un Jesús entregado al Padre por Amor a nosotros. Y en esa Cruz, ENCONTRAMOS a María. Hoy me quedo con esa frase de San Rafael Arnáiz: "Tengo lo mejor que un cristiano puede tener... la Cruz de Jesús muy dentro del corazón".

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