miércoles, 6 de marzo de 2013

Nación grande


Los MANDATOS del Señor
             La s lectura del día están centradas en algo esencial del sentido cuaresmal…, o del profundo sentido de la vida creyente: la vida del que cree en Dios no tiene más remedio que fundamentarse en conocer lo que Dios quiere y tratar de vivirlo.  Toda sociedad bien constituida tiene que tener unos puntos básicos de apoyo y orientación para poder caminar en una dirección. Quien ha entrado en el ámbito de la vida de Dios, necesita tener la pauta de Dios.  Y cuidar esos preceptos, mandatos y decretos…, y cumplirlos, será la grandeza del hombre. Por eso Moisés llega a exclamar con inmensa satisfacción qué nación, por grande que sea, tiene unas leyes tan perfectas como las que el Pueblo de Dios ha recibido de su Dios.
             Y llega Jesús y, como auténtico creyente, no romperá ni un solo precepto y mandato de Dios…; ni cambiar el punto de una i. Porque lo que viene de Dios es demasiado grande y perfecto como para poder cambiarlo. Pero también es verdad que desde lo primitivo que corresponde a un pueblo como el hebreo hasta la plenitud de los tiempos en que Cristo viene, hay un proceso de suma trascendencia: el paso desde la ley que se cumple y ayuda y conduce hasta la interiorización del sentido de la Ley. Y lo que antes bastaba “hacer”, “realizar”…, en Jesús tiene que llegar a ser vida como la vida misma. Y por tanto no es como el soldado que cumple órdenes sino como la persona que tiene un horizonte y tanto horizonte que cabe avanzar. Ya las “leyes” no son normas que se cumplen: son indicadores de camino que abren espacios sin fin.  Y eso es lo que constituye un Reino de Dios…, un ámbito donde –como dice San Ignacio de Loyola- las leyes escritas serán orientadoras, pero la LEY que define es la interior ley que el Espíritu Santo escribe e imprime en los corazones.

             Pilato había preguntado: ¿y qué es verdad?  Pero no para averiguar sino para escaparse por la tangente. No le interesaba averiguar. Era “hombre de leyes”…, pero que no le plantearan problemas. Advirtió que los sacerdotes no iban con la ley sino con unos apasionamientos vergonzantes. Pilato no lo afrontó.  Preguntó porque le resultaba curioso que a Jesús –que era un pobre hombre indefenso- se le acusara de querer ser “rey de los judíos”. Como Pilato no entiende para nada la respuesta de Jesús, mucho menos quiere meterse en el tema de qué es verdad.
             Meterse allí suponía: que si Jesús era inocente (y Pilato lo había visto ya), tenía que tutelarlo frente a los sacerdotes. Comprometido para él. Que si era inocente, no podía seguir el juego cobarde e interesado de hacerlo moneda de cambio para recomponer su amistad con Herodes, máxime cuando conocía que Herodes era una marioneta del placer y del aparecer. Y que lo que no podría admitir un juez imparcial era exponer a Jesus (inocente) a la veleidad de una marioneta.  Pero Pilato era maestro en esos de “lavarse las manos” y –acogiéndose a que la cosa empezó en Galilea- se quita de encima el caso engorroso…, y ¡allá Herodes se las arregle! Y respira Pilato cuando ve salir el cortejo camino de Herodes.  Pero la patata caliente le vuelve a las manos.  Y es que está huyendo de LA VERDAD, y la verdad se le empina delante.
             El tema que me hace estar parado en todo esto es muy sencillo: ¿por qué no tuvo agallas aquel hombre para plantearse que había otras cosas que no eran sólo él y sus intereses políticos, y sus “ten con ten” para no cogerse los dedos?  ¿Por qué no era capaz de preguntarse a sí mismo si no será que se está equivocando? ¿Por qué no se plantea metodológicamente que SABER DUDAR es una parte auténtica del hombre sincero, y que el que se plantea una cosa y busca en el fondo de ella o de sí mismo, está mucho más cerca de obtener una verdad más verdadera?
             Si habláramos todo esto en nuestra realidad personal: ¿no seríamos capaces de mucho más de lo que damos de nosotros mismos y somos? ¿Por qué los santos han avanzado tanto? ¿Por qué nos han adelantado de esa manera?  No eran de diversa materia. Lo que supieron es cuestionarse la posibilidad del MÁS.  Como Ignacio de Loyola en su lecho de dolor, cuando lee la vida de San Francisco de Asís o Santo Domingo, y en vez de decir: “esto no es para mí” (es lo que hacen los pusilánimes o los egoístas), se dice: ¡Pues yo lo tengo que hacer!  Por eso se convierte en ser lo que fue.  Y no le cayó como una breva. Tanteó muchas cosas. Buscó mucho. Se equivocó en proyectos iniciales… Pero siempre SUPO DUDAR y preguntarse. ¿qué he de hacer por Cristo?  Y de esas dudas iban surgiendo respuestas del más y más.
             La “moviola” de “los futuribles” me lleva a una ciencia ficción: ¿cómo se hubiera desarrollado el proceso de Jesús, si Pilato llega a ser capaz de esa honradez?  Pero como eso es ciencia ficción, sí me queda la pregunta muy concreta: ¿cómo sería el proceso de mi vida, y la de muchas grandes personas que me rodean, si en vez de pretender seguir aferrados a la “barra de seguridad” de lo que tenemos, fuéramos capaces de soltarnos y dejarle a Dios hacer su obra?  Si en vez de pretender tener mis pies bien asentados para “mi seguridad”, fuera yo capaz de dejar a DIOS SER DIOS y que Él pueda levantarme mis pies del suelo…, porque quien pisa fuerte es el propio Dios, QUE ES MUCHO MÁS GRANDE QUE YO?

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