sábado, 2 de marzo de 2013

LO MÁS SUBLIME


DIOS
             Voy a confesaros que hoy no llevo hasta vosotros el fruto de mi oración. Hoy se me fue mi tiempo de oración personal ante el recuerdo de un compañero, amigo y confesor que ayer tarde voló hacia el Corazón de Dios.  Esta mañana a las 6’30 estaba yo celebrando la Santa Misa, en privado, para ofrecerle mi sufragio y recuerdo afectivo al amigo con el que conviví en cuatro etapas en tres diversos lugares. O yo fui destinado a donde él ya estaba, o vino a la ciudad en la que yo había aterrizado unos pocos años antes.  Eso sí. Yo en activo; él como enfermo para ser atendido y cuidado.

             Pero no estoy despegado de la maravilla sublime que hoy nos aportan las lecturas del día, para dar en el mismo centro del clavo de la Cuaresma. Lo que pasa es que habría que copiar palabra por palabra los textos de las lecturas, y el Salmo, porque ¿para qué más? si Dios mismo se ha retratado tan magistralmente que no habrá pincel que pueda añadirle un rasgo a esa fotografía que nos dejan estas lecturas.
             El Dios nuestro que pastorea a su pueblo…, que va a las alejadas o están enredadas  en la maleza…, y hasta llegando a prodigios para manifestar la sublimidad de su Corazón.  ¿Qué Dios hay como Tú, que perdonas el pecado y absuelves la culpa al resto de tu heredad?  Siempre se complace en la misericordia. Arroja a lo hondo del mar todos nuestros delitos.  Fiel, compasivo, leal…, desde tiempos remotos.
             El SALMO será un desarrollo detallado de una premisa esencial: El Señor es compasivo y misericordioso.  Merece la pena tomar el Salmo e irlo desgranando.  ¡Y cuántas angustias y sufrimientos se evitarían en esas almas que viven sumidas en el temor de si fueron o podrán ser perdonadas.
             Y nos quedaba el retrato de artista consumado que nos hizo Jesús, de primera mano, como quien bien sabe y conoce lo íntimo de Dios. Esa PARÁBOLA DEL PADRE BUENO en la que no se puede perder ni una coma. Y nos deja en las manos la paternidad de Dios…, a disposición nuestra, para que podamos sentir que Dios es ESE TAN OTRO que nos haría tanta falta penetrar desde el corazón nuestro.
             Corazón que se identificará muy pronto con el hijo menos…, el inmaduro y también recalcitrante, que cree hallar la libertad cuando deja a su padre y él se marcha a buscar mundos “más felices”, “más libres”. Pero el padre no cambió… Siguió siendo el que era y no podía dejar de ser. Por eso aquel alegre jovencito, el día que se topó con la cruda realidad de la vida, pudo pensar que aquí (lejos de mi padre) soy un desgraciado;  que allí, junto a mi padre –y aunque como simple criado- sería feliz.  La eterna canción del que salió a trotar mundos y creyó comérselos…, y a la primera vuelta de la esquina se toparon con que ese “mundo de promesas” era una mentira que agota, que agobia, que provoca hambre y necesidad…, y que para colmo, ni siquiera deja comer las sobras de los cerdos…
             El harapiento joven se viene cansinamente hacia su casa; pedirá perdón, dirá…  ¡Todavía se queda chico su conocimiento de su padre!  Porque a la hora de la verdad, fue su padre quien salió al camino, quien corrió hacia ese despojo humano, lo abrazó, lo besó calurosamente…, y le tapó la boca para que ni siquiera pudiera pronunciar su plan de quedar como el último criado.  ¡No había entrado aún en el abismo de amor de su padre!  Porque el padre le lleva a los sirvientes paraqué lo acicalen, le vistan su túnica, le pongan su anillo, sus sandalias…, y lo conduzcan a un banquete que es el símbolo precioso el Reino de Dios: a la mesa con su padre.
             ¿Cree alguien que se está mutilando el texto total? Sí: el otro hijo, el “perfecto”, el “justo”, el “celoso de la ley”…, el que se niega a entrar en los sentimientos de su padre…, y –negándose a entrar en el banquete- le espeta a su padre escupitajos de “hijo bueno”: En tantos años que te sirvo sin desobedecer una orden tuya   [medallita que se cuelga para defender “sus derechos”], no me diste un cabrito para festejar con mis amigos…; recibes a ese hijo tuyo que ha perdido dinero y vida con meretrices…
             El padre salió a por él. Con la ternura infinita: ¡Hijo mío!...; tú siempre estás conmigo; todo es tuyo; no tengo que darte permiso para coger el cabrito.  Pero ese hermano tuyo se había perdido y ha regresado… ¿No vamos a hacer fiesta?  Deberías alegrarte.
             Verdaderamente que no olemos ni de lejos el Corazón de Dios. Que nuestra mayor carencia es habernos hecho un Dios de medidas humanas que queda en nuestros bolsillos, y que nos escandaliza un DIOS tan DIOS que está por encima de esas pequeñeces de nuestro corazón. Hemos pretendido encerrar a Dios en normas y leyes, y hemos roto el retrato que nos puso en las manos Jesús.
             Por eso vuelvo a decir, como ayer: hasta que no seamos capaces de DUDAR, con esa duda constructiva del que sabe que hay un horizonte infinito (aunque sus ojos aún no puedan ni intuir) que nos desborda…, no nos acercaremos a DIOS en ese movimiento continuo que pueda aceptar que DIOS ES SIEMPRE MÁS, es SORPRESIVO y SORPRENDENTE, y que no podremos agotarlo (¡bendito sea Él por eso mismo!), porque sabremos que por mucho que bebamos, el MANANTIAL DE AGUAS VIVAS no podremos jamás agotarlo…, y siempre sigue fluyendo.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad3:38 p. m.

    El hijo lejos de la casa paterna,siente hambre.Entonces,VOLVIENDO EN SÍ,recapacitando,se decide a iniciar el camino de retorno.Así comienza toda conversión,todo arrepentimiento:volviendo en sí,haciendo un parón,reflexionando y considerando dónde le ha llevado su mala cabeza.La raiz del mal está en el interior del hombre.Por eso el remedio parte también del corazón

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  2. José Antonio3:58 p. m.

    Me quedo con un detalle que aplico a la vida del día a día. Qué infelicidad genera en el ser humano, cuando consciente (que es peor) o inconscientemente se aleja de Dios. Cuánto cambiaría el rostro de este mundo si en el centro de nuestro corazón (y por ende, de nuestro obrar) ponemos a Dios Padre. Sin embargo, en el alejamiento que a veces provocamos en nuestra vida de Dios, abunda el deseo exacerbado de lo material (tan de actualidad hoy día), la búsqueda de la autosatisfacción a costa de lo que sea, la carencia de valores que nos hagan ver en el prójimo un ser humano (e hijo de Dios), el deseo de un éxito mundano a costa de lo que sea,,, Y realmente, es sólo en ese encuentro amoroso con el Señor cuando nuestra vida cobra plenitud.
    Resulta alentador para los que están alejados del Señor, conocer de "primera mano" que El está ahí, con sus brazos abiertos esperando fundirse en un abrazo de Amor con su hijo. Qué ejemplificante parábola la de Jesús.

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