miércoles, 27 de marzo de 2013

TENGO SED


¿Acaso soy yo?
             Comienzo como acabé ayer:  ante el anuncio de Jesús de que Él sabe ya que uno de ellos, de los suyos, lo va a entregar, Judas osa hacer la cínica pregunta: ¿acaso soy yo, Maestro?  Así nos lo da  hoy San Mateo (26, 14-28) al describirnos la cautela de Jesús aquel día en que iba celebrar su Pascua, y –para evitar un mal sorpresa por parte del traidor- se mueve con sigilo al dar a sus discípulos las instrucciones para preparar el lugar de la celebración.  Es que ya Judas había cometido la fechoría de ir  a los sumos sacerdotes y traicionar a su Maestro. Estamos en la antesala de la Pasión. Esa que la 1ª lectura barrunta al darnos aquellos detalles anticipados de siervo de Yawhé que expresa cómo ofrecí mi espalda a los que me golpeaban (flagelación), la mejilla a los que mesaban mi barba, y no oculté mi rostro a insultos y salivazos (la noche de la prisión, a manos de aquellos criados que se burlaron jugando con Él), y sé que no quedé avergonzado Tengo cerca un abogado… ¿Quién probará que soy culpable?   Ha recibido una lengua de plenitud por la que –desde su sufrimiento y padecimientos- va a poder decir al abatido una palabra de aliento.  En efecto, la Pasión de Jesús no va a ser tan negativa como pretenden quienes la inflingen.  De Jesús, que padece hasta la extenuación, va a salir una fuente de consuelo y apoyo a todo el que sufre.

TENGO SED
             Tras la oración de Jesús con el Salmo 21…, tras su espantosa experiencia de sentir ese estar como separado de Dios (desolación  espiritual en el máximo grado), Jesús se sume en un silencio.  Ardía su lengua reseca por la sed que provoca la, pérdida de sangre y la fiebre alta por todo el traumatismo de su cuerpo destrozado.  Y Jesús expresó que tenía sed.
             Yo pienso que su primera ardorosa sed era precisamente el ansia de sentir a Dios, que se había escondido, que no aparecía, precisamente en los momentos más ardientes de su dolor. Y la sed de ese “sentir a Dios” es una sed que hace clamar, levantar la voz, querer hacerse oír de quien más necesidad se tiene.  [Dios nos dé esa ansia del alma; que entre todas las ausencias o carencias, la que más nos traspase sea la de no experimentar a Dios.  Y esto no es tan imposible, porque la desolación espiritual es posible, y porque precisamente es más sensible en las almas espirituales].
También Jesús estaba pidiendo una ayuda humana porque se abrasa de sed. Hasta que no comprendamos la plena humanidad de Jesús, no estaremos creyendo de verdad en Él, y nos estaremos escandalizando de su plena humanidad. Y nos aferraremos a sacar por encima “que es Dios”, como si con ello dejáramos a salvo la teología pura.  Que Jesús afrontó su pasión sin “paraguas”, sin engaño, sin ir a cubierto de su divinidad, es algo que un puritanismo espiritual no es capaz de asumir.  Y lo malo es que detrás de ello no saben preguntarse éstos si no les haría comprender mejor el misterio de Cristo el SABER DUDAR, el saber siquiera plantearse la hipótesis de qué hubiera sido la pasión si Jesús no tuviera bajo el brazo su “seguro de divinidad”.  Será muy difícil que la Pasión pueda sentirse desde el propio interior de Jesus, y hasta de Jesús que siente abandono de Dios, si no somos capaces de ponernos en esa experiencia cruda del Cristo gusano y desecho de la gente, ante quien se vuelve el rostro…  Ante Jesús que se queja musitando aquella petición tan simple: Tengo sed.  Y puede verse a un soldado que tiene un gesto de humanidad –pese a las burlas de los compañeros- de mojar una esponja en vinagre –que se usaba como más refrescante- y se la acerca a los labios a Jesús con la punta de su lanza. La mirada de Jesús hacia él debió ser inmensa…, agradecido, valorando el gesto…, aunque poco podía alivairle.
             Luego está toda la profundidad de San Juan, con sus sentidos múltiples en estas expresiones lapidarias, con las que el evangelista del, agua deja constancia de una realidad tremenda: Jesús ha vivido tres años entre un pueblo al que dio torrentes de aguas vivas…, al que le cambió los cauces de un agua insípida en un vino nuevo y llamativo (en Caná), o que –sudoroso y cansado del camino- pidió agua a una mujer samaritana, que en ningún momento se dice que le diera de beber.  Se le fue el tiempo en discusión y preguntas, pero no acercó su cántaro a ls labios de Jesús…
             Tenía Jesús una sed espantosa, y no era ya la sed de su lengua seca sino como la visión de la esterilidad de sus esfuerzos por llevar a aquel pueblo a la verdad de Dios, a la abundancia del manantial del reino. Tenía una sed ardiente, con la que muere, sin que haya visto el fruto del amor intenso y las delicadezas que puso a través de mil momentos de su vida.
             Han pasado siglos. Y la palabra de Jesús: TENGO SED sigue ahí… Y nos llega a nosotros. Y ME LLEGA A MÍ, y me cuestiona, me hace preguntar en el fondo de mi alma, si no hay algo –y quiero decir algo concreto- en lo que es posible que yo no esté llevando a los labios de Cristo el cántaro de mi vida…, la esponja –siquiera- que exprese mi buen deseo, mi intento de satisfacer la sed suya.  Ya no hablamos de “grandes cosas”. Hablamos de eso pequeño del día a día, donde cada uno nos estamos retratando continuamente en los detalles de la vida.

1 comentario:

  1. José Antonio12:08 p. m.

    Hoy, en una reflexión que leí sobre el evangelio, se indicaba que en ocasiones, nos hiciéramos la pregunta que Judas hizo a Jesús: ¿acaso soy yo? Y es que deberíamos cuestionarnos las veces que "entregamos" a Jesús por anteponer en nuestras vidas otros intereses.

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