miércoles, 13 de marzo de 2013

Nunca me olvidaré de ti


”Tiempo de gracia”
             Así comienza la lectura de Isaías 49, 8: “En tiempo de gracia te auxilié”.  Así es Dios, que va convirtiendo cada instante en “tiempo de Gracia”, tiempo de su presencia.  Y como eso no puede quedarse en conceptos, lo concreta en día de salvación, defensa de ese Pueblo con quien hace pacto de amor, para restaurar a ese pueblo, repartir heredades y decir a los cautivos: “Salid”, y a los que están en tinieblas: “Venid a la luz”. Es todo un modo de esparcir Dios esa Gracia, y apuntar hacia adelante con la ilusión de un pueblo que sea fiel y pueda gozar de lo que Dios le ha preparado.  Y cuando pudiera alguna vez dudar ese pueblo de que Dios le cobija, Dios le muestra su ternura en la delicada afirmación: Aunque una madre pudiera olvidarse del hijo de sus entrañas, Yo nunca me olvidaré de ti.
             El Evangelio de Jn 5, 17, es a primera vista menos expresivo qur cuando se ve actuar a Jesús. Hoy es más explicativo…, es Jesús mismo dando el testimonio de sí y expresando el modo de ser de Dios.  Yo no hago por mi cuenta, sino que hago lo que hace el Padre.  Jesús es fotografía del Padre en todas las dimensiones. Quien ve a Jesús está viendo ese Corazón del Padre. El Padre resucita de la muerte a los que han caído en ella…, y lo plasma en el Hijo que con sus tres casos en que hace volver a la vida, está simbolizando esa realidad esencial al Padre: ser Dios de la Vida.  Y porque es Dios de la Vida, el Padre no es juez, sino Padre.  Le da al Hijo el juzgar…, porque el Hijo es hombre y puede comprender las debilidades del hombre. Y porque “su juicio” es dar vida eterna… Juicio justificador, santificador, de modo que quien cree en su Palabra, lleva en sí germen de salvación. Cuanto hace Jesús, es calco de lo que hace el Padre.  Quien quiere conocer al Padre, le basta mirar a Jesús.
             Y la Cuaresma nos deja esta perla de esperanza, que es juntamente llamada y estímulo para caminar con el alma ancha, al encuentro de nuestro Salvador, que da vida a los muertos.

             “Si sueltas a ese, no eres amigo del César”. Han dado en el clavo para acabar con las resistencias de Pilato.  Hasta hí podría llegar su intento.  Y se dirigió al tribunal…, al lugar de aplicación de las leyes, se sentó en señal de autoridad, y entra en esos últimos intentos (juegos de niño tonto…, pataletas ridículas), para formalizar la sentencia. Lo primer, una afirmación: “He ahí vuestro rey”.  Que les quede claro que se ha quedado con esa última acusación y posibilidad de que a quien está juzgando es a vuestro rey.
No quieren ni oír, y recurren a apabullar (procedimiento que no es nuevo en ellos). Y gritan sin más razonamientos: “¡Quita, quita; crucifica!” Déjate ya de juegos. Pilato sigue en su juego y quiere sacar algo preguntándole al pueblo exacerbado: ¿A vuestro rey voy a crucificar?
 De verdad que “el turista” que está observando todo esto desde la imparcialidad, está abochornado…, siente vergüenza ajena ante el ridículo del presidente-juez, que no ejerce justicia ni tiene estatura de presidente o gobernador delegado del Imperio.  Ve uno una marioneta vergonzante que recula a cada instante, y que ahora está como un niño acorralado pero que intenta acogerse a su juguete para defenderse él. Él, que bien sabe el odio que los judíos profesan a Roma…, lo que les humilla que Roma les domine…,  recurre a esa pregunta que les pique…, les humille.  Pero aquella turba ya no son personas, y sueltan aquella inesperada respuesta: No tenemos más rey que al César.  ¡Ya sabrán ellos lo que es ese “su rey”…, lo que ese “su rey” hará con ellos unos cuantos años más adelante].
             Son ya dos mundos irreconciliables: Pilato pretendiendo sacar a última hora lo que no ha sido capaz de resolver a tiempo; el pueblo ya envenenado que no atiende a más razón que la de que crucifiquen a Jesús.  Y es que en un símil taurino, todo entendido en la materia sabe perfectamente que el torero que recula ante cada pase, está abocado a la cogida. O se domina al toro avanzándole el paso y comiéndole el terreno y humillándolo, o el toro adquiere el instinto de ser él quien domina…, al que  se le teme.  Y su instinto le lleva a ganarle el terreno al hombre y vencerlo. Aquella chusma (y no dejo aparte de ella a aquellos dirigentes religiosos), le ha mostrado Pilato sobradamente su debilidad. Pilato ha reculado en cada escena.  Bastaba seguirle acosando, y Pilato quedaría hecho una piltrafa de persona en manos de los gritos y las insidias judías.  Todo lo que está haciendo ahora es ya hasta molesto para la gente, que acaba sin querer ni discutir ni razonarle… Basta aplastarlo a gritos.  Y para eso se las valían solos.
             “El turista” lo ha visto también… Por eso siente vergüenza ajena. Por eso sufre más, porque ya no hay lugar a razones.  Porque allí hay UN HOMBRE que es la víctima de ese choque de trenes de un pueblo irracional y un juez incapaz…; de las voces ante la cobardía;  de las ideas fijas contra la inconsistencia de un atemorizado gobernador, que ya no tiene nada que hacer ni que decir porque ha perdido los papeles.  EL HOMBRE, el único verdadero HOMBRE que hay allí…, la víctima, asiste doloridamente a un espectáculo de intereses humanos, de pasiones desbordadas, de sinrazones, que van abocadas a la inminente condena suya a muerte.

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