sábado, 16 de marzo de 2013

Las lecturas


Hacia la Pasión
             Dos días llevamos en que la primera lectura presagia la tormenta del odio y la intriga sucia.  Ayer era el libro de la Sabiduría, con la mala intención de los impíos.  Hoy es Jeremías [11,18-20] quien expresa en primera persona la situación que padece: No sabía los planes homicidas que planeaban contra mí.  No le queda sino la súplica a Dios, que juzga rectamente y conoce las entrañas del corazón de Jeremías.  Y confía.
             El Evangelio [Jn 7, 40-53] nos pone ante algo que vengo repitiendo hace ya un tiempo: la necesidad de saber dudar de sí, de la propia “verdad”. Y no es dudar por dudar, sino porque es la manera de mejor acertar.  Cuando venga el Mesías, no sabemos de dónde vendrá.  Es así que Jesús viene de Galilea. Luego no es el Mesías.  En filosofía llamábamos a esto un “silogismo en bárbara”.  Y los fariseos son así: ponen una premisa a su modo, y siguen ya sacando las conclusiones a su modo, y llegan a concluir a su modo.  Los guardas no se deciden apresar a Jesús porque se han quedado admirados por sus palabras.  Luego los guardas son unos ignorantes y unos malditos, según el silogismo fariseo.  Nicodemo, fariseo, se atreve a plantear que primero escuchen a Jesús antes e condenar su actuación. El mismo silogismo contra Nicodemo, al que se le ridiculiza de “galileo”.  Ni una duda en los conspicuos fariseos, siempre seguros de ellos mismos. Ni un plantear siquiera aquella duda metódica para llegar a hallar la verdad.  Eisnteim, el gran sabio alemán, decía que teníamos que tener un arsenal de preguntas en nuestra recámara.  Porque sólo así se llega a la verdad más completa. Porque quien cree tener toda la verdad, ya está en plena mentira.
                No es para desdeñar este planteamiento cuando pensamos en nosotros, cuando nos afianzamos en nuestros propios pies de barro. Porque llegaríamos a ser mucho más sabios y más santos si supiéramos llenar nuestros bolsillos de preguntas…

                Pilato dudó.  Lo que pasa es que su duda se centraba en su salvar su ropa. Dudó, pero no investigó: no quiso saber la verdad que Jesús pretendió expresarle. Dudó, pero desde el principio primero de que él quedara con la cabeza a flote.  Cuando se lava las manos, no es que duda de sí: Yo soy inocente.  Lo demás…, caiga quien caiga.  Y naturalmente cayó el inocente, cayó quien no le iba a crear problemas.  Irás a la cruz fue la sentencia injusta, pero acababa con aquella pesadilla.  Y vosotros allá.  Pidió aquella turba exaltada que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos.  Y hoy pensaba yo que –después de todo- fue ventajoso para la humanidad aquella responsabilidad que contrajo aquella chusma.  Ventajoso para nosotros porque la misericordia de Dios cambió la maldición que ellos se echaban por la bendición divina que supone que un río de Sangre redentora fluiría sobre nosotros, nuestros hijos, nuestro mundo.  Y esa sangre inocente, derramaba sobre un mundo pecador empedernido, sería la única que podía ablandarlo…, y la sangre roja que acaba blanqueando… ¡Paradojas divinas! Hoy hemos de agradecer aquella terrible frase de un pueblo embrutecido, y experimentar nosotros sus efectos saludables.  Ese pueblo, ni dudó.  Hoy hemos nosotros de tener la capacidad de dudar tanto de nuestras verdades personales, que esa sangre blanqueadora pueda penetrar los poros de nuestra vida hasta abrirlos a posibilidades nuevas… Abrirlos a Dios, fuente de Verdad, que nunca abarcaremos nadie, y siempre podremos ir aprendiendo.
                Había que organizar la comitiva hacia el Calvario.  Sacaron a los dos malhechores de la cárcel.  Llevó su tiempo.  Jesús se tambaleaba, con la debilidad de sus piernas y la fiebre de su traumatismo por todo lo sufrido. Sacaron los tres maderos que habían de llevar a costal Los malhechores, que estaban muy enteros porque no habían padecido antes, cargaron su correspondiente madero. Cuando se lo pusieron a Jesús, apenas pudo sostenerlo. Titubeaban sus piernas.  Su cuerpo magullado y herido no soportaba aquello. Por más que lo intentaron sostener para que se mantuviera en pie, acabó cediendo su cuerpo y cayendo.  Comprendieron los soldados que era imposible.  Y como pasaba por allí un labrador fornido, de él echaron mano y, a duras penas, le obligaron a tomar aquel madero. Algo muy humillante, porque la cruz era instrumento de vergüenza, patíbulo e malhechores.  Y Simón de Cirene tiene una mirada hosca inicial porque Jesús es “culpable” de aquella vergüenza que Simón va a pasar.   Y sin embargo, desde el instante primero, la mirada de Jesús –entre sangre y lágrimas- es una mirada agradecida, acogedora, amorosa…  Y el de Cirene se queda parado y vuelve a mirar a Jesús…, y ahora le empieza a atraer… Hasta empieza a no rechazar aquel madero pesado. Siente que no le ha ocurrido una desgracia…, siente que no le humilla…  Siente que –aparte del peso físico que le quita a Jesús- puede serle también un apoyo en el dolor. Frente a tanta turba enemiga, vociferante, ávida de sangre, él está ofreciendo una mirada que corresponde  la mirada de aquel hombre.  ¡Aquel hombre especial, que le gana por momentos!  Y en más de una ocasión en que Jesús titubea en sus pasos y está a punto de caer, Simón le hace de rodrigón y le evita la caída.
                ¡Qué falta nos hacen Cireneos en nuestro vía crucis diario…!

1 comentario:

  1. Ana Ciudad5:43 p. m.

    Gracias Padre por las pláticas tan provechosas y tan directas a nuestras formas de vida y de pensar.No han podido ser mejores y provechosos estos Ejercicios Espirituales que acabamos de finalizar.Nuevamente "gracias".
    Los cristianos debemos mostrar con la ayuda de la gracia,lo que significa seguir de verdad a Jesucristo.Necsitamos comprender y compartir las ansias de nuestros hermanos y a nosotros,los cristianos nos corresponde anunciar en estos días,a este mundo del que somos y en que vivimos,el mensaje antiguo y nuevo del Evangelio.

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