sábado, 30 de marzo de 2013

El final de VIERNES SANTO


TRAS LA MUERTE
             Podría pensarse en sana lógica que cumplido el deseo de aquella masa, inoculada de odio por los sacerdotes y jefes…, y tras los fenómenos de una naturaleza herida en su Creador y Señor, pudiera darse fin a esta trágica realidad que ha vivido Jesús, y de la que ahora queda el dolor de una Madre destrozada.  Y que junto al dolor natural (que sobrepasa todo otro sentimiento), también queda en el corazón de aquella madre la pena de que ese hijo suyo pueda ser echado a la fosa de los malhechores. Ella no tiene cómo darle sepultura…
             Por la ladera sube un grupo de hombres.  Soldados que traen orden superior. Dado que los crucificados no deben permanecer esa tarde en la cruz, vienen a acelerar su muerte. A los malhechores, que aún viven, con ese macabro rito de quebrarles las piernas para que no puedan apoyarse para respirar.  De esa bárbara escena no se libra María y los amigos.
             Ahora vienen a Jesús. Quizás alguno de aquellos amigos les advierte a los soldados que ya está muerto.  Y sin venir a qué, con una acción absurda e inhumana, uno de ellos toma su lanza con la mano izquierda y asesta un golpe certero en el costado derecho de Jesús. Tan certero que no tropieza con ninguna vértebra sino que llega derecho al mismo corazón.  La lanza dolió mucho en el corazón de las otras personas, su Madre y sus amigos, precisamente por estúpida e innecesaria, inhumana y cruel.
             Pero más arriba Dios estaba abriendo un venero de inmensa riqueza, un manantial de vida… De aquel Corazón de Cristo brotó Sangre y Agua. Era lo último que quedaba, y el agua sanguinolenta del pericardio dejaba constancia de que había dado hasta la última gota. Así es el amor.
             Pero hay más: esa agua lava, limpia y consagra… Es agua bautismal para que con ella podamos ser parte de Cristo por nuestra pertenencia a la Iglesia.  La Sangre, esa fuente de Eucaristía salvadora, que blanquea de los pecados y mana sin cesar a través de nuestra participación activa en el Sacrificio de Jesús.
             A María le saltaba el alma…  Cuando vio subir otro grupo de hombres por aquella ladera, pensó qué le tocaba añadir a su dolor.  Pero aquellos eran dos amigos ocultos de Jesús –ya primer fruto de su muerte redentora-que habían solicitado de Pilato el permiso para sepultar el cadáver de Jesús.  Pilato se extrañó que hubiera muerto tan pronto (y seguramente por eso envió a aquellos anteriores soldados para cerciorarse).  Ahora pedían autorización a Maria para realizar esa caritativa misión.  Se encendió en Ella una acción de gracias a Dios y a esos amigos, y accedió sin dudarlo.
             Desclavaron el cuerpo ayudados de unas sábanas pasadas bajo los brazos para que el cuerpo no se les viniera hacia adelante. Primero los pies, luego los brazos. Y acabaron depositándolo en el regazo de María. Ahora es cuando Ella puede ver de cerca el destrozo que han hecho en su Hijo.
             Lo tiene en su regazo.  Se le vienen recuerdos de aquella escena cuando Jesús era niño… ¡Qué terrible diferencia!  Hubieran querido los íntimos evitarle aquel sufrimiento, pero bien evidente es que una Madre sufre con especial sentido resignado y pacífico una situación así.
             No dio tiempo a lavar el Cuerpo de Jesús. La hora avanzaba y había que depositarlo en el sepulcro…, el que precisamente se había hecho para sí José de Arimatea, y que estaba a unos pasos de la Cruz.  Tomaron a Jesús y lo pusieron en una sábana grande, al efecto, que cubría por detrás y por delante al cadáver. A Jesús no le llegó a cubrir los pies por delante, porque Jesús debía ser de estatura especial.  De momento lo trasladaban descubierto por la parte delantera del cuerpo para poder llevar así los extremos entre José, Nicodemo, el discípulo y alguna ayuda de las mujeres. Caminaba María detrás con el alma hecha jirones.
             Depositaron el cuerpo en el lugar elevado al efecto en la segunda cámara; José lo roció con la mirra y áloe que traía. No había lugar a más. Era evidente que aquello no satisfacía a Magdalena y las otras mujeres, que hubieran deseado las honras funerarias y los bálsamos propios de un enterramiento.  No había tiempo para otra cosa. María dio su último beso a Jesús. Salieron, y entre los varones rodaron la piedra de gran tamaño que dejaba inaccesible el sepulcro.
             Y emprendieron el camino de regreso, pasando por delante de las tres cruces; los malhechores –casi seguro-ya habían expirado. Nuevo vía crucis en el sentido contrario al antes recorrido.  Ahora ya falta Jesús en esa vía.  Pero también consuela que reposa después de tanto como ha sufrido.
             Acompañaron a María hasta la casa donde se había tenido la última Cena.  Todos los apóstoles, que estaban refugiados allí, se pusieron en pie al ver llegar a la Madre dolorosa.  Ella se retiró… Llevaba el dolor clavado en su alma y necesitaba esa soledad que deja rienda suelta a los sentimientos, y desahoga el corazón en la presencia del Dios misterioso que dejó que todo aquello fuera así.  Una vez más, María daba su a Dios…, envuelta en el misterio de lo inexplicable.  Es lo propio de la fe, de la verdadera fe. Y por eso es Dios la fuerza que sostiene y el apoyo de quien no tiene apoyo. No hay una sola razón humana… No hay un solo motivo humano de cosnuelo. Pero DIOS ES DIOS, y María cree en DIOS.

2 comentarios:

  1. Ana Ciudad9:29 a. m.

    No sabemos dónde estaban los Apóstoles,aquella tarde,mientas dan sepultura a Jesús...Andarían perdidos,desorientados y confusos,sin rumbo fijo, llenos de tristeza.Acudirían a María.Ella los protegió con su fe,su esperanza y su amor a esta Iglesia naciente,débil y asustada.Así nació la Iglesia al abrigo de Nuetra Madre.Este sábado no fué para la Virgen un día triste.Su HIJO ha dejado de sufrir.ELLA aguarda serenamente el momento de la RESURRECCIÖN.

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  2. Padre Cantero.Qué bien describe usted el misterio de amor tan profundo que encierra la entrega gratuita e incondicional de Jesús por salvarnos.
    María,su Madre y la nuestra,nos empuja con su ejemplo a vivir la Fe con todas sus consecuencias.
    ¡Gracias Padre por enriquecedora doctrina!

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