jueves, 7 de marzo de 2013

Si HOY ESCUCHÁIS la voz de Dios


ESCUCHAR la voz del Señor
             Hoy está acentuada la faceta de la escucha de la Palabra.  No sólo de “oír” la voz del Señor, ¡que eso no basta!  Sino de ESCUCHAR. “Oír” es simple función del órgano auditivo.  Oímos como quien oye llover. ESCUCHAR es aprestar el oído para enterrarse…, para sentirse cuestionado, para responder.  Y lo que hoy insiste la liturgia de la Cuaresma es una ESCUCHA atenta, tranquila, dando tiempo, dejando que profundice y penetre y saque a flote una respuesta.
             Dios habla de muchas maneras: profetas, personas honradas, acontecimientos… Dios habla día a día y muchas veces al día. ¡Se queda como quien predica en balate!, porque no solemos tener puestos “los parlantes” (como dicen los sudamericanos).  Y la voz del Señor no se escucha a esos niveles en que ha de calar su Palabra y hacernos reaccionar.
             Aquellos fariseos del Evangelio de hoy, “oían” y oían distorsionado. Donde Jesús echaba al demonio, ellos “oían” a Jesús como demonio. Es lo peor. Yo convivo con una persona que “procesa” mal lo que oye [semejante a un ordenador viejo] y parece oír siempre lo que nunca se dice. Y el diálogo (¿?) es de sordos. Así eran los fariseos. “oían” pero eran incapaces de escuchar por sus prejuicios. Y acababan diciendo sandeces tan originales como que Jesús echaba los demonios con el poder del demonio.  Es evidente que NO ESCUCHARON. Y Jesús les advierte a los tales que los finales son peores que los principios porque no hay peor sordo que el que no quiere escuchar.

             Pilato fue un gran sordo. Porque quiso anteponer su puesto, su carrera política, su escepticismo, su falta de decisión, sus miedos…, a lo que era indispensable en un juez que quiere hacer justicia.  “Oír”, oyó. Pero no quiso ESCUCHAR cuando Jesús le pretendió poner ante LA VERDAD. La “verdad” de Pilato era salvar su cuello, chaquetear con medias soluciones, nadar y guardar la ropa. Y uso “sus artes”… Pero todo el que va en mentira, acaba siendo víctima de ella.
             Ya había decretado que Jesús era inocente y –desde luego- no era para una condena de muerte.  Estaba juzgado el caso.  Pero…, ¿por qué iba a arrostrar la responsabilidad?  Y cuando aquel grupo de gente festiva viene a pedir la liberación de un preso (según la costumbre anual, por la Pascua), Pilato riza el rizo y encuentra su coartada…:  él no va a sacar la decisión de liberar a Jesús, y aquel grupete de gentes alegres le va a solucionar la cosa. Él se vuelve a “lavar las manos” y les pone delante una dilema facilísimo: o dejar en libertad a un sedicioso peligroso (hasta entremezclado en un homicidio), o soltar a Jesús, que nada malo ha hecho.  Y como encima de todo Pilato es un infeliz y no sabe calcular las malicias que encierran sus contrincantes, les deja “deliberar” para que elijan. Pilato se frota las manos por su diplomacia… La esposa le manda recado: no te metas con ese justo… Y él se sigue frotando las manos porque va a solucionar el tema sin mojarse.
             Y cuando sale a ver los resultados de la deliberación, se topa con la sorpresa desagradable, doble y gravemente desagradable, de que el veneno de los sacerdotes ha inficionado a la masa y no sólo piden la liberación del sedicioso Barrabás sino que las palabras suben de tono y para Jesús piden que lo crucifique.
             Pilato es el clásico sordo que NO ESCUCHÓ… No escuchó a su propia sentencia absolutoria, no escuchó a Jesús y LA VERDAD, no escuchó a su esposa…  ¡Mira que estaba Dios hablándole de muchas maneras!  Pero él NO ESCUCHABA sino que se mantenía en esa adormidera de su PROPIO YO, lo único que sabía escuchar.
             Y como perro que vuelve a su vómito, no resuelve tampoco ni en un sentido ni en otro…, salvo en buscar otra vereda para escapar…: que azoten a Jesús… Un castigo con lengua bífida.  O provocaba compasión…, o le estaba preparando para la cruz (porque en el fondo, Pilato ya se había tragado su fracaso y que tenía perdida la partida).
             Y la flagelación era una barbarie. O atado con brazos en alto para dejar todo el cuerpo a la intemperie, o sobre columna baja doblado el torso, para ofrecer más espaldas sobre las que golpear. Los verdugos, los normales. Los que tienen ese oficio. Ni mejores ni peores de corazón. Los que hacen eso porque así se ganan la vida.  Y sobre el cuerpo de Jesús cayó el primer golpe del flagelo de cuero con 6 bolas de hierro, y Jesús se estremeció, casi como quien bota sobre sí mismo. Traspasaba el dolor. Y si es un golpe sobre otro, enrojecía…, abría las carnes… Y si son 10, 20, 40… Claro: yo pienso que la naturaleza es muy sabia y que en un determinado momento el umbral del dolor supera la conciencia y Jesús se desmaya. Los golpes siguen como quien golpea una almohada…  Eso sí cada vez penetran más a lo hondo…  Y cuando Jesús vuelva en sí, es una pura llaga, un puro dolor.
             Yo le quisiera ayudar. Pero es espantoso que tengo que pasar sobre su sangre misma… ¿Y cómo puedo ayudarle si no tiene parte ilesa en su cuerpo, y no quisiera yo redoblarle tanto sufrimiento?
             No se me ha ido el argumento de hoy: o escuchamos la voz de Dios o nos vamos a encontrar con más de un Cristo en estas condiciones. ¿Y seré inocente de sus heridas?

1 comentario:

  1. José Antonio6:40 p. m.

    Sólo desde el silencio interior se escucha al Señor. Podemos evitar el ruido exterior, pero para la verdadera escucha, el silencio ha de ser interior. El silencio se produce en esa escucha que lejos de inquietar, de molestar, sólo provoca el gozo del encuentro íntimo con el Señor.

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