domingo, 17 de marzo de 2013

VERÓNICA


DETALLES DEL VÍA CRUCIS
             Simón de Cirene es un personaje que se hace entrañable en su ayuda a Jesús. Que fuera obligado al principio, contra su voluntad, con repugnancia, no quita nada de lo que luego es y lo que hace, y cómo llega a identificarse con el condenado hasta ese paso de “corriente” que fluye desde el condenado hacia el interior más profundo del Cireneo. Cuando deja a Jesús en la cima del Calvario, en realidad ya ha entrado en su órbita. Ya no es el que era. Había llegado a tocar la misma sangre de Jesús que el madero llevaba. Y eso cambia ya todo.
             Y la Verónica, esa tradición que la piedad introdujo en el vía crucis era la necesidad de toque femenino en medio de aquella vía de dolor. Ella es mujer. No puede quitarle a Jesús el madero. Incluso ya no piensa en ello porque un hombre lo lleva. Pero el detalle, el que sólo entra en el sentir de una mujer, es que el condenado acarrea otro padecimiento que le hace tropezar más: es que los hilos de sangre que caen de las espinas…, el sudor de un hombre que va empapado por su fiebre y esfuerzo…, aquellos salivazos que le humillan…, necesitan “un toque” de ternura, de acercamiento, de expresión de delicadeza, cuando allí nadie parece darse cuenta. Y la mujer se va situando en primera fila…; sabe que Jesús va a caer otra vez… Y Verónica surge de improviso, sin darle tiempo a reaccionar a los guardias, y se planta ante Jesús y le aplica su paño limpio, blanco a aquel rostro sucio y angustiado. Simplemente aplica el paño. Con delicadeza de mujer, ni limpia, ni frota, ni otra cosa. Simplemente aplica su lienzo, como quien sostiene en sus manos un rostro que no puede ni mirar. Para cuando el soldado vino a retirarla de un empellón, ella había cumplido su cometido. Y seguro que ni miró su lienzo.  Simplemente había hecho lo que tenía que hacer.  Y es seguro que aquel hecho significó para Jesús un alivio muy hondo. No sólo en lo físico.  Había habido allí mucho más.  Por eso, cuando aquella mujer, tras acompañar con el corazón al pobre condenado, se metió en su casa, y hasta quizás pensó lavar aquella tela…, su enorme sorpresa fue que se había llevado con ella la primera fotografía de Jesús.  El alma le dio un vuelco.  Lo que ella había hecho, era muy poco en comparación con lo que había recibido.
Y la mujer Verónica empezó a ser un referente esencial para todo el que sabe acercarse a uno que sufre.  Ella no había dicho palabra. Ella había estado allí. Ella había hecho lo indispensable. Ella no había frotado ni había hecho algo llamativo; ni había aparecido como protagonista. ESTUVO ALLÍ e hizo el mínimo que había que hacer. Pero cada vez que surge esa figura en la vida de uno que sufre, el valor de Verónica será que ni siquiera consta su acción en el Evangelio, pero el rostro de Jesús lo lleva grabado en su alma para siempre.

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