viernes, 31 de enero de 2020

31 enero: Semilla que crece sola


LITURGIA       
                      Lo que puede ocurrirle a grandes hombres y profundamente religiosos cuando no se guardan de las ocasiones. 2Sam.11,1-10.13-17 nos cuenta el pecado o pecados de David, engarzados uno en otro cuando ha fallado la primera oportunidad.
          David se ha levantado de su descanso y se pasea por la azotea, y desde allí ve a una mujer en otra casa que está bañándose. La prudencia pedía retirar la atención de aquello y respetar la intimidad de la mujer.
          Pero David consiente y busca conocer quién es esa mujer. Y cuando se lo dicen, da un paso más, que es mandarla traer. Lo demás no habría ni que describirlo porque una ocasión de pecado aceptada y consentida, lleva ya al todo.
          Y Betsabé queda encinta y le manda recado al rey. Éste, lejos de aceptar su realidad, pretende disimularla, dando la orden de que le envíen a Urías, el esposo de la mujer, con la pretensión de que yendo a su casa y estando con su esposa, quede así ocultado el pecado del rey.
          Pero Urías es un hombre íntegro que se queda en el patio de guardia, pensando que el ejército está sufriendo y no es digno que él se goce con su mujer. David lo emborracha (se sigue ahondando el pecado) con la pretensión de que así, ebrio, baje a su casa, pero Urias no consiente en ello.
          Y se consuma el pecado –pecados- de David con la felonía de enviar una carta al jefe del ejército por manos del propio Urías, en la que pide el rey que ponga a Urías en primera fila de batalla para que muera, pensando David que con eso arregla la situación.
          Ahí queda hoy la lectura: Urías muere y David manda por Betsabé. Lo que pasa es que a Dios no le da igual todo esto. Queda la actuación de Dios para el próximo día.
          Hay algo que queda patente: cuando se ha cometido pecado, la solución no es disimularlo y pretender acallar la conciencia, pues la realidad es que un pecado llama a otro y que la conciencia se acorcha. La primera lección es no meterse en ocasión de pecado. La segunda, si se ha caído, es resolver honradamente cuanto antes por el arrepentimiento y la confesión de ese pecado. Que no da lo mismo uno que dos.

          Mc.4,26-34 es como un complemento de la parábola del sembrador, aunque a ésta narración tendríamos que llamarla “la parábola de la semilla” porque aquí el protagonismo lo lleva la semilla.
          El Reino de Dios es semejante a la semilla que un hombre echa en el surco. El resto ya no es fruto del hombre ni el hombre puede influir en el desarrollo de esa semilla. Mientras el labrador duerme, come y se divierte, la semilla crece sola: germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. Es el misterio del crecimiento de la planta, a la que el labrador no le puede hacer nada para hacerla crecer más rápida. Lo más que puede es regar, abonar, decantar, escardar…, todo lo cual son acciones exteriores que quitan obstáculos. Pero la tierra va produciendo la semilla ella sola, primero el tallo, luego la espiga, después el grano. En todo ese proceso el labrador no ha podido hacer nada sino ver ese crecimiento misterioso. Y cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega. Es la parte que corresponde al agricultor. Lo demás, se lo ha dado el proceso natural de la planta.
          Quiere Jesús en esta parábola insistir en la gratuidad de la gracia, y dejar claro que el crecimiento de un alma no es fruto de su esfuerzo y de sus méritos. Sólo puede poner un terreno apto y cuidarlo externamente con los medios de prudencia necesarios para que no se malogre el fruto de ese don de Dios.
          Añade Jesús la otra consabida parábola de la semilla de la mostaza, tan pequeña en sí misma, pero con la fuerza de dar un arbusto crecido y frondoso donde incluso anidan los pájaros, que pueden cobijarse y anidar en sus ramas. Otra vez la insistencia en que la gracia es don de Dios, y el fruto es amplio con tal que se deje crecer la semilla. El Reino de Dios no se fundamenta en grandezas y poderíos humanos. Sólo depende de la fuerza de Dios.
          Otras muchas parábolas les exponía Jesús a las gentes. Y luego se las desmenuzaba a sus discípulos para que fueran captando todo el sentido de ellas. Ellos tenían que ir más allá que el cuentecillo y la imagen: tenían que encontrar el fondo de aquellas enseñanzas.

1 comentario:

  1. ¿Seré yo, que me creo que sin Dios todo lo puedo, y sólo por mi esfuerzo, al ser tan bueno e inteligente lograré crecer en la vida, o me daré cuenta que sin Dios y su Gracia por más que me esfuerce y ponga mis energías en ello, no lograré nada?

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