miércoles, 29 de enero de 2020

29 enero: Salió el sembrador


LITURGIA       
                      .Estamos ante un texto específicamente mesiánico en la historia de David. (2Sam.7,4-17). David tiene la idea de construir un templo para el Arca de Dios. Considera que no está bien que él habite en un palacio y el Arca esté en una tienda. Pero el profeta Natán, de parte de Dios, le hace saber que no será él quien construya ese templo.
          Él, David, va a tener todas las bendiciones de Dios, pero no va a ser él quien construya ese templo. Porque ese templo vendrá a construirlo el mismo Dios cuando aparezca en el mundo el Mesías, un “descendiente de David” que construirá ya un trono para siempre.
          Es una profecía muy clara de la llegada de Jesús, verdadero Templo de Dios, que durará para siempre.

          En el evangelio (Mc.4,1-20) tenemos la exposición de la parábola del sembrador y su explicación, dada expresamente por Jesús para que sepamos qué quería enseñar.
          Caminaba Jesús por el Lago. La muchedumbre se le agolpaba de tal manera que tuvo que subirse en una barca para desde ella hablarles a las gentes. Jesús se sienta en la barca, y la multitud se sienta en la orilla. Y les expone la realidad de la Palabra de Dios, cuya acogida o no acogida es cosa tan importante, que determina un género u otro de personas.
          Decía: Salió el sembrador a sembrar. Era la viva imagen de él mismo, que ha salido a enseñar y tiene delante a la multitud. Pero todo el mundo no responde igual: Hay gentes de corazón duro, semejante a la tierra del camino, plenamente apisonada. Por eso la semilla que cae en ellos, queda baldía. Vienen los pájaros y se la comen. O explicándolo más adelante, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. La tendencia del mundo moderno es negar la existencia de Satanás (o darle demasiada cancha). El hecho es que Jesús da por supuesto su existencia, y que su labor es enemiga del hombre y enemiga de la Palabra de Dios: la arrebata del corazón de la persona.
          Otra simiente cae en lugar con poca tierra, terreno pedregoso, de tal manera que la Palabra la escuchan con alegría…, pero sin raíces porque falta tierra, falta acogida verdadera, son inconstantes, y cuando viene la dificultad o persecución por causa de la Palabra, enseguida sucumben. La palabra actúa de fogonazo: gusta, es bella…, pero exige. Y sucede entonces que el buen deseo brota enseguida, pero no había tierra suficiente para arraigar y en cuanto sale el sol, la agosta. ¿Ocurriría algo de eso con aquellas gentes que escuchaban? ¿Oirían la Palabra como novedad que no les dejaba nada de fondo? Al menos tenían motivos de preguntarse, no fuera que habían venido a escuchar y todo se quedara en la hojarasca.
          Otro grupo escucha con atención y buena fe. “Quisieran” vivir aquello. Lo que pasa es que no se salen de sus propios intereses y aficiones. “Quisieran” que Dios les hiciera el milagro…, pero ellos no ponen de su parte. Ha caído la buena semilla entre un campo de matorrales y cardos…: afanes de la vida, seducción de las riquezas, deseo de todo lo demás… No se apartan de las ocasiones. Pretenden vivir con una vela encendida a Dios y otra al diablo…, vivir a dos aguas (nada de arrancar el ojo que es ocasión de pecado, o de cortar la pierna y el brazo que conducen a él). Y evidentemente la semilla que sembró Jesucristo queda ahogada y baldía y estéril. Y esto no es hablar “en parábolas”; esto es entrar a saco en la realidad de la vida de los hombres. Las zarzas crecieron y ahogaron la semilla.
          Otra parte de la semilla cae en tierra buena y crece y madura y da fruto, y la cosecha es suficiente, o buena o excelente (que eso va mucho con la capacidad de respuesta de los que acogen la Palabra. Los hay que dan el 30, los hay que dan el 60 y los hay que granan la espiga en un cien por cien.
          ¿Y por qué Jesús habló eso en parábola cuando tenía explicaciones tan claras? Porque aquellas gentes orientales son muy dadas a lo gráfico e imaginativo. En ideas se pierde, y oyendo no se enteran y viendo no ven. En cambio en parábolas se quedan con el cuentecillo y lo rumian y le sacan provecho. Máxime como ocurre aquí que Jesús les ha contado el cuento y les ha explicado la moraleja.
          Desde nuestra experiencia particular lo que nos toca no es hacer de trinchantes que apliquemos a las personas uno u otro tipo de la parábola, sino que nos miremos a nosotros y clarifiquemos qué hay EN MÍ de cada una de esas realidades. Porque en unas materias podemos estar en un tipo, y en otras en otro tipo diverso.

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