miércoles, 15 de enero de 2020

15 enero: Todo el mundo te busca


LITURGIA       

.       Tal como Ana había prometido, cuando nació Samuel y creció, lo entregó al templo para el servicio del Señor. (1Sam.3,1-10. 19-20). Estaba acostado en el templo cuando oyó una voz que le llamaba: Samuel, Samuel… Samuel se fue a Elí el sacerdote y se presentó a ver qué quería: Vengo porque me has llamado. Elí le dijo que no lo había llamado y que fuera a acostarse. Se repitió la voz por segunda y tercera vez, y Samuel fue cada vez a Elí a ver qué quería. La segunda vez Elí lo volvió a despedir para que se fuera a acostar. Pero la tercera vez el sacerdote cae en la cuenta de que realmente Samuel oye una voz, pero que esa voz puede ser la de Dios. Y le dice a Samuel que vaya a acostarse, pero que si escucha la voz, responda: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.
      Hay un salto en el texto que se ha escogido para la lectura, y se concluye ya con el servicio de Samuel a Dios. Samuel creció y Dios estaba con él, y ninguna de sus palabras dejó de cumplirse. Lo que le da fama a Samuel  en todo el territorio, y Samuel queda acreditado como profeta ante el Señor.
      El SALMO que se ha escogido para el momento es el de la vocación (39): Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad. Se trata de poner la música de fondo de la actitud que hay que tener ante la vocación: la de oír la voz de Dios y darle respuesta decidida: Aquí estoy.
      Se trata de plantear ante la conciencia de cada uno la llamada de que es objeto por parte de Dios. Y se trata de plantear que el Señor espera una respuesta. Pero que cada persona no tiene los elementos necesarios para discernir. Una tercera persona ha de orientar para que se vea que la voz que se oye es la voz de Dios. Por lo general las llamadas de Dios se presentan inicialmente nebulosas. Tendrá que intervenir el “Elí de turno” para orientar a la persona a ponerse en manos de Dios.
      Las vocaciones no siempre se presentan en la línea del servicio directo “en el templo”. Las llamadas de Dios son muy variadas. Pero hay que reconocerlas, y ponerse a la disposición de Dios: Habla, Señor, que tu siervo te escucha.

      En el evangelio (Mc.1,29-39) tenemos la continuación del día que ha comenzado en la sinagoga de Cafarnaúm (que veíamos ayer). Cuando se retira Jesús, lo hace a la casa de Simón, y viene a suceder que lo que era una visita normal, se altera por la enfermedad de la suegra de Simón, que estaba en la cama con fiebre alta, y que no puede atender al visitante. Simón se lo comunica a Jesús, quizás queriendo disculparse de no poder atenderlo debidamente.
      Jesús entra a ver a la enferma, habla con ella y le anima; ella le cuenta su situación…, y Jesús la toma de la mano y se le pasa la fiebre y se encuentra de pronto tan normal. Jesús se sale de la habitación y ella se levanta y se pone a servirles.
      El caso no pasaba desapercibido porque las vecinas –que sabían que estaba con gripe-, se extrañan de verla trajinar, y ella les cuenta lo que ha sucedido.
      La voz se corre. Las gentes se lo piensan y deciden ir a Jesús con sus enfermos. No pueden de momento porque es sábado, pero aguardan a la caída de la tarde, a la puesta del sol, cuando ya se ha acabado el descanso obligado del día, y vienen con sus enfermos en camillas o de cualquier otra manera, y con los posesos, y se plantan a la puerta de la casa. Dice el texto que “la población entera se agolpaba a la puerta”. Y Jesús sale, se encuentra con aquel espectáculo, y se lanza a hacer su obra: Curó a muchos enfermos de diversos males, y expulsó muchos demonios, y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Tenemos nuevamente la misma lección de la mañana: con los demonios, ni dejarles hablar. Luego habló de la llegada del Reino, y los despidió. Se retiró al interior de la casa.
      Tras el descanso de las primeras horas de la noche, ya de madrugada, se salió sin ser notado, y se fue a las afueras, a lugar solitario, y allí se puso a orar.
      Cuando amaneció, las gentes volvían a querer tenerlo con ellas, y Simón fue a buscarlo, y a decirle que lo estaban buscando: Todo el mundo te busca.
      Jesús renunció a aquel triunfo y fama y declaró que tenía que ir a otros sitios, porque para eso –para extender el Reino por todas partes- para eso había venido. Fue por las sinagogas predicando y expulsando demonios. Hay en estos relatos un especial empeño en presentar a Jesús expulsando demonios. Y es que era ese un signo especialmente definitivo en la lucha del bien contra el mal, y por tanto de la victoria de Jesús sobre los malos espíritus.

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