jueves, 2 de enero de 2020

2 enero: Yo no soy el Mesías


LITURGIA       
          .           Sigue San Juan con su idea del anticristo (1ª,2,22-28) y lo define de forma concreta en este trozo de la carta: Ése es el Anticristo, el que niega al Padre y al Hijo. Todo el que niega al Hijo tampoco posee al Padre. Y por el contrario: Quien confiesa al Hijo posee también al Padre.
          Recurre a un principio básico de vida: lo primero que se oyó y se vivió en el aspecto de principios cristianos, es lo que hay que conservar, en medio de los avatares y contrariedades de la vida:
En cuanto a vosotros, lo que habéis oído desde el principio permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que él mismo nos hizo: la vida eterna.
          Pretende Juan, como maestro de su grupo de discípulos que no los engañen, cuando es tan fácil que las falacias de muchos acaben doblegando esos principios cristianos. De hecho encontramos en nuestro caminar a muchos que fueron fieles practicantes, que se han dejado embaucar por filosofías y falacias modernistas, y que hoy día están alejados de la fe. Dice Juan: Os he escrito esto respecto a los que tratan de engañaros. Y en cuanto a vosotros, la unción que de él habéis recibido permanece en vosotros, y no necesitáis que nadie os enseñe. Pero como su unción os enseña acerca de todas las cosas y es verdadera y no mentirosa según os enseñó, permanecéis en él.
          Y ahora, hijos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos plena confianza y no quedemos avergonzados lejos de él en su venida. Al final hay algo más que permanecer en unos principios: se trata de permanecer en Él, que es cosa de mucha más fuerza, porque lo abarca todo.

          El propio San Juan en su evangelio nos trasmite hoy el testimonio del Bautista, al que las gentes lo creyeron el Mesías. (1,19 -28) por su vida austera y ejemplar, y su predicación tan seria y exigente. Los sacerdotes le envían mensajeros para preguntarle: ¿Tú quién eres? El Bautista no se apropia lo que no es suyo y responde: Yo no soy el Mesías. Nueva pregunta de las gentes: Y si no eres el Mesías, ¿eres Elías? Era la esperanza que tenían de que Elías, que fue arrebatado en un carro de fuego y del que no se habla de su muerte, tenía que volver a la tierra. Juan Bautista niega otra vez: No lo soy. Siguen preguntando intrigados: ¿Eres el profeta? También responde que no.
          Y los emisarios entonces abordan a Juan: Para que demos respuesta a quien nos han enviado, ¿tú qué dices de ti mismo? A lo que el Bautista responde con las palabras anunciadas por Isaías: Yo soy “la voz que grita en el desierto: allanad los caminos del Señor”.
          Los fariseos que había entre la gente preguntan entonces que si no es ni Mesías, ni Elías, ni el profeta, ¿cómo es que bautizas? A lo que responde Juan Bautista: Yo bautizo con agua. En medio de vosotros está uno que no conocéis, que viene detrás de mí, que existía antes que yo, y al que no soy digno de desatar la correa de su sandalia (oficio de esclavos). El Bautista se considera menos que un esclavo al lado del Mesías que viene detrás de él.
          “Yo bautizo con agua”…, sólo con agua, sólo simbólicamente. Mi bautizo es preparatorio, significativo de algo que quiere realizar cada persona, en ese “allanar el camino al Señor”. Mi bautizo no hace más. El bautismo que tendrá efecto es el que traerá el Mesías porque es bautizo con el Espíritu Santo, que trae la Gracia de Dios.

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