viernes, 17 de enero de 2020

17 enero: Poder para perdonar pecados


La ESCUELA DE ORACIÓN (Málaga) pasa al cuarto viernes, día 24.

LITURGIA       
          .           El pueblo tiene sus modos de pensar. Ante el fracaso de las batallas con los filisteos, acaban por pedirle a Samuel que les nombre un rey. Aquello no gustó a Samuel, que sabía que no era voluntad de Dios que tuvieran un rey, porque sólo Dios es el rey de Israel. Y Samuel les intentó hacerles reflexionar poniéndoles delante las obligaciones que iban a contraer con el rey, y como un rey humano les iba a exigir una serie de servicios que les iban a dominar e incluso humillar.
          Pero ya sabemos cómo es el pueblo, que procede más por lo visceral que por lo razonable. De eso tenemos buena constancia nosotros en el plano político. Y el pueblo no quiso hacerse cargo de las advertencias del profeta y quiso tener un rey para asemejarse a los pueblos vecinos, y que ese rey saliera al frente de sus tropas cuando hubiera que librar las batallas.
          Samuel escuchó lo que decía el pueblo y se lo comunicó al Señor. El Señor le dijo: Hazles caso y nómbrales un rey.
          No es que el Señor estaba de acuerdo. Lo que pasa es que él no interfiere en las decisiones de los pueblos, y si los israelitas se habían empeñado en tener un rey humano, no sería Dios el que les cortara su libertad. Luego los pueblos tienen que lamentar su error y vienen las protestas, que se habrían ahorrado si hubieran procedido razonablemente.
          ¿Acaso no lo tenemos comprobado en nuestros tiempos? La gente vota con el corazón; no con la razón. Se empeña en sacar adelante lo que puede ser su propio desastre, pero es el capricho visceral el que acaba mandando. Luego vendrá el rasgar de las vestiduras cuando ya no hay remedio. Y muchos recurrirán entonces a Dios, a quien despreciaron a la hora de tomar postura.

          Jesús caminaba en triunfo, admirado por las gentes por las cosas que hacía. Y cuando a los pocos días volvió a Cafarnaúm, se supo que estaba en casa. (Mc.2,1-12). Y acudieron a él tantos, que no quedaba sitio ni a la puerta. Él les proponía la palabra. Ya es esto llamativo: de momento no ha habido ningún hecho especial. Es la fama que le acompaña, que lo pone en candelero y las gentes se embelesan con su enseñanza.
          En esto se produce un suceso: cuatro hombres traen a un paralítico para presentárselo al Señor. Y se encuentran que no pueden pasar por causa del gentío aquel. Se las tienen que ingeniar para que el enfermo venga a estar delante de Jesús, y como quiera que fuese –entrando por detrás de la casa- acabaron por introducir al lisiado. Ahora había que ponerlo delante de Jesús.
          Y perseverantes ellos en hacer el servicio completo al hombre de la camilla, se suben con ella al piso alto, a la azotea que estaba encima del porche en donde estaba sentado Jesús, y retirando tejas (que debían ser lascas de mayor tamaño), acaban consiguiendo su objetivo de descender con cuerdas al paralítico y situarlo exactamente en medio, entre Jesús y la gente.
          Jesús se admiró de la fe de aquellos hombres, que se tomaban aquel trabajo para hacer posible que el enfermo esté a la vista de Jesús. Y lo primero que se le ocurre decir a Jesús, hablando con el tullido, es: Hijo, tus pecados quedan perdonados. Para una cultura en la que la enfermedad es consecuencia del pecado, perdonar el pecado era devolver la salud al enfermo.
          Había presentes unos fariseos. Cuando oyeron decir aquello, se escandalizan porque sólo Dios puede perdonar pecados, y lo que ellos estaban viendo era un hombre, con todas las especiales características de Jesús, pero al fin y al cabo un hombre.
          Jesús les sale al paso: ¿Qué es más hacedero: decirle a este hombre: “perdonados son tus pecados” o decirle: “levántate, toma tu camilla y echa a andar”? Y dice: Para que veáis que el Hijo del hombre tiene potestad para perdonar pecados, se dirige al paralítico y le dice: Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa.
          Y entre el asombro de todos, el enfermo se pone en pie, consolida su nueva postura, toma su camilla y se va entre la gente, que le abre paso, admirada.
          Todos se quedaron atónitos porque nunca habían visto una cosa igual.

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