domingo, 19 de enero de 2020

19 enero: Jesucristo, Salvador universal


LITURGIA        Domingo 2-A, T.O.
                      .Juan Bautista contempla a Jesús, y lo muestra a sus discípulos como el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. (Jn.1,29-34). Adviértase que dice “el pecado del mundo”, es decir, no sólo es que carga con los pecados particulares de cada hombre, sino con la estructura de pecado que hay en el mundo, lo cual es mucho más significativo porque abarca la raíz misma de todo pecado. Esa es la redención de Jesucristo, una lucha directa contra la fuerza misma del pecado, y no sólo el pecado de Israel sino del mundo entero.
          Eso es de suma importancia porque muestra la vocación universal de Jesús que abarca a todo hombre, judío y gentil.
          Y Juan advierte que ya llega ese Cordero de Dios, que viene detrás de mí aunque está por delante porque es más que él, porque existía antes que yo. Y Juan advierte que él salió a bautizar con agua para buscar un signo en las gentes de su confesión de pecados, y de su empezar a partir de ese momento una vida nueva.
          Y da testimonio de Jesús porque es testigo de lo ocurrido en el bautismo: que ha bajado una voz del cielo y que El Espíritu se posó sobre él como una paloma. Ese Jesús bautizará en Espíritu Santo, que ya es el verdadero bautismo. Y Juan da testimonio porque lo ha visto y sabe que ese es el Hijo de Dios.

          También la 1ª lectura de Isaías (49,3.5-6) habla de una salvación universal, testimonio tanto más valioso cuanto que es tan antiguo y dicho desde el pensamiento israelita. En profecía expresa la vida del Mesías futuro: Y ahora habla el Señor, que desde el vientre me formó siervo suyo para que le trajese a Jacob (es decir al pueblo de Dios)…, sino también te hago luz de las naciones para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.
          No es de poca monta esta profecía porque nos abarca a nosotros. Jesucristo no es sólo un judío que va a salvar a los judíos, sino que es un salvador del mundo.

          En la 2ª lectura (1Cor.1,1-3) Pablo ya habla a los fieles de Corinto como a “santos”, porque han quedado santificados por la obra universal de Jesucristo. Los “santos” del pueblo de Dios entre los que debemos estar nosotros y proceder rectamente para que sea realidad nuestra alma en Gracia de Dios. Y seguramente ahí nos toca que dar aún pasos muy concretos de corrección de determinados fallos que somos conscientes que los arrastramos sin que se dé una actitud firme de cambio y corrección.

          Celebramos la EUCARISTÍA y debe suponer para nosotros ese paso de santidad, de bondad de sentimientos, de perdones, de limpieza de cuerpo y alma, de corazón más abierto al prójimo… Vivir la Eucaristía es mucho más que “comulgar”, mucho más que haber participado de la liturgia. Debe supone la realidad de una criatura nueva, que participa dignamente del Cuerpo y la Sangre de Jesucristo.


          Elevemos nuestras peticiones el Señor.

-         Por la santidad de la Iglesia. Roguemos al Señor.

-         Porque seamos dignos hijos de la Iglesia santa, Roguemos al Señor.

-         Para que nos unamos al Codero de Dios que quita el pecado del mundo. Roguemos al Señor.

-         Para que sinteticemos en la Eucaristía toda nuestra actitud ante la vida. Roguemos al Señor.


          Te damos gracias, Señor, porque somos parte de la redención que nos ha ganado el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo.
          A ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
          Amén

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