domingo, 5 de enero de 2020

5 enero: Y habitó entre nosotros


LITURGIA       
          .           La liturgia del 2º domingo después de la Navidad es complicada para exponer, porque no toca ningún hecho concreto y queda todo más diluido en imágenes que hay que interpretar.
          La 1ª lectura (Ecclo.24,1-4.12-16) se refiere a la sabiduría, pero a la hora de la verdad la está aplicando a Jesús como Sabiduría que abre la boca en la asamblea del Altísimo. Sería un modo de referirse a LA PALABRA, que se comunica a los hombres, y en medio de su pueblo es ensalzada y admirada en la congregación de los santos.
          Pasa a hablar en primera persona y refiere que el Creador le ordenó habitar en Jerusalén…, que es lo mismo que vivir la vida humana en el territorio de Palestina, en el que Jerusalén es el símbolo esencial. En la santa morada, en su presencia  ofrecí mi culto y en Sión me estableció. Y asegura su humanidad hablando de que eché raíces en un pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su heredad.
          Estas imágenes son las que traen esta lectura al ciclo de la Navidad litúrgica, afirmándose esa humanidad de Jesús, que echa raíces en la tierra, viviendo plenamente como hombre.

          En la 2ª lectura (Ef.1,3-6.15-18) pone una consecuencia de ello, y es que al hacerse el Hijo de Dios un Hombre de nuestra raza, nos predestinó a ser hijos adoptivos por Jesucristo. El hecho de hacerse hombre el Hijo de Dios no se queda en que él es humano, sino que nos eleva a nosotros a ser divinos. Y pide el apóstol que Dios nos dé el espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos del corazón para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama, y cual la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.

          Desembocamos en un evangelio que sale por tercera vez en este ciclo de la Navidad: el Prólogo de San Juan (1,1-18), esa pieza sublime en la que el evangelista nos comunica la divinidad de Jesús, Palabra y Verbo eterno de Dios. Existía desde el principio y estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. El niño que nace en Belén es, sin embargo, eterno en su divinidad. Y es Creador de todo lo que existe y sin él no se ha hecho nada de lo que se ha hecho.
          Y Juan nos presenta a la Palabra de Dios como Vida y como Luz de los hombres, luz que brilla en la tiniebla… La “tiniebla” es el mundo que no acoge la luz. Por eso dice que la tiniebla no lo recibió. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba, y el mundo se hizo por medio de ella, pero el mundo no la conoció. Vino a su casa y los suyos no la recibieron.
          Es una foto terrible del mundo, que tuvo tan cerca su salvación y sin embargo no supo aprovecharse. Hablamos de ese mundo que se define como hostil al Evangelio y enemigo de Jesucristo.
          Porque hay otra realidad: que a cuantos la recibieron, les dio poder para ser hijos de Dios. Son los que han tenido un segundo nacimiento, el nacimiento que viene de la gracia de Dios. La Palabra de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.
          En este grupo estamos nosotros, que hemos recibido a Jesús, su verdad, su doctrina. Somos hechos hijos de Dios y tenemos que vivir como tales hijos, lo cual supone ser muy sinceros con nosotros mismos, con nuestra conciencia. Y Jesús habita así en nosotros y nos orienta en el camino a seguir.

          Habita entre nosotros. Habita en la EUCARISTÍA. Habita en la superación de los egoísmos. Y nos hace vivir en estado de Gracia, y recibir nuevas gracias que pone en nuestras manos el Señor.


          Pidamos al Señor, de quien viene todo bien.

-         Para que vivamos la verdadera sabiduría que nos comunica con Jesús. Roguemos al Señor.

-         Para que ilumine los ojos de nuestro corazón para vivir la esperanza a la que nos llama. Roguemos al Señor.

-         Para que lo recibamos en nuestro mundo personal y tengamos Luz y Vida. Roguemos al Señor.

-         Para que, por la Eucaristía, habite Jesús en nuestro corazón. Roguemos al Señor.


          Danos, Señor, la gracia de hacer de la Navidad un modo habitual de vida y de relaciones; que los mejores sentimientos que hemos vivido estos días, permanezcan siempre en nosotros. Por Jesucristo N.S.

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