jueves, 16 de enero de 2020

16 enero: Quiero; queda limpio


LITURGIA       
          .           1Sam.4,1-11: Capítulo en el que se demuestra que los temas humanos no se resuelven con soluciones espirituales. Tenemos hoy presentes a los filisteos, enemigos acérrimos de los israelitas, que plantan cara al ejército israelita y lo vencen, haciendo muchas bajas en el ejército del pueblo de Dios.
          Piensan entonces los israelitas que tienen que recurrir a Dios y que la mejor manera es la de traer el Arca sagrada a su territorio. Los dos hijos de Elí, Jofni y Finés son los encargados de ir por el Arca y traerla al campamento israelita,  a la que reciben con grandes gritos y el alarido de guerra.
          Los filisteos temen; consideran que aquello es su derrota, porque ha llegado a los israelitas “su dios”, y se arengan a salir a la lucha con renovado valor. Y de hecho vencen en la batalla y hacen numerosas bajas del campamento israelita. Y lo tremendo es que el Arca fue capturada y además perecieron los dos hijos de Elí.
          Quiere decir que la solución no estaba en traer el Arca. El tema es que el ejército filisteo era superior, y eso no se resuelve entremezclando el Arca en aquella cuestión. Los filisteos van a ser durante un tiempo la pesadilla del pueblo de Dios. Habrá que prepararse a sufrir y aprender a penar, hasta que llegue el momento en que puedan los israelitas salir en defensa de su territorio y de sus intereses.

          En el SALMO 43 se reconoce que ahora el Señor no sale con nuestras tropas y eso redunda en la humillación y abatimiento de un pueblo, que acabará clamando a Dios: Despierta, Señor, no nos rechaces más.

          No deja de ser práctica la lección de esta lectura: el mundo de hoy ha abandonado a Dios, y no tiene respuesta a las desgracias que suceden. Realmente el Señor no sale a hacer milagros para acabar con esta situación. El gran “milagro” que tiene que suceder es que el mundo cambie su modo de proceder y atraiga así la mirada de Dios, y se convierta. El Señor no quiere esta situación, pero es el propio mundo el que tiene que ponerle remedios, volviendo sobre sus pasos y acabando por acoger la voluntad de Dios, sus enseñanzas y sus caminos. No es la solución buscar amuletos ni soluciones esotéricas de apariciones y hechos sobrenaturales. El mundo tiene que volver grupas de su actual soberbia y engreimiento, y buscar al Señor en donde el Señor lo llama: sus mandamientos, su Palabra, sus caminos, sus sacramentos. Obediencia a Dios que borre la desobediencia instituida que domina hoy la vida del mundo.

          Hace una semana que tratábamos el tema que hoy presenta el evangelio de Marcos (1,40-45): la oración simple de un leproso, que deja todo en manos de Jesús, en el querer de Jesús, porque –por lo demás- el tiene la seguridad de que Jesús puede curarlo. Y así se presenta a Jesús, a distancia, con esa certeza de que si quieres, puedes curarme.
          Con lo que no contaba el enfermo era con la cercanía que iba a mostrarle Jesús, que alarga su mano y lo toca, cosa inaudita ante un leproso, declarado peligro público por el temor al contagio.
          Y al gesto añade Jesús su afirmación: Quiero, queda limpio, con lo cual el leproso queda realmente curado de su enfermedad, pero no socialmente restablecido. Por eso Jesús le recomienda dos cosas: primero, que no diga a nadie lo que ha ocurrido. Segundo, que vaya al sacerdote para que el sacerdote certifique la curación del enfermo. Dado que la lepra era considerada impureza en el plano religioso, el sacerdote era el que tenía que dar el certificado de pureza.
          De las dos cosas una es necesaria: ir al sacerdote. La otra es imposible: guardar silencio cuando una vida normal está dependiendo de aquel hecho. El leproso lo propagó con grandes ponderaciones, de modo que Jesús tenía que intentar ir de incógnito a sus diferentes tareas. No entraba en los pueblos sino que se quedaba en las afueras, en descampado. Y aún así, acudían a él de todas partes. No era posible pasar desapercibido cuando corría de boca en boca las cosas que hacía, y que se propagaban entre las gentes.
          ¿Realmente Jesús esperaba que sus obras maravillosas podían quedar en silencio? ¿Realmente pensaba que los beneficiarios iban a guardarse para sí las curaciones que hacía en ellos? Jesús intentaba que su reconocimiento por parte de las gentes no viniera por emociones sino por convicciones.

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