martes, 7 de enero de 2020

7 enero: Discernimiento.-Conversión


LITURGIA       
          .           Continúa durante la semana el tiempo de epifanía, o más genéricamente, el ciclo de la Navidad. Es movible, dependiendo de la fecha en que cae la Epifanía, pues al domingo siguiente ya pasamos al Bautismo del Señor, y con ello al final de esta etapa.
          Correspondiente al 7 de enero tenemos las siguientes lecturas. Sigue la 1ª carta de San Juan (3,22 a 4,6), que pasamos a comentar sobre el texto, sin muchas originalidades por mi parte.
          Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Habla en primer lugar en plural: “sus mandamientos”, que equivale a “hacer lo que a él le agrada”. Pienso que merece la pena pararse en eso en una reflexión personal, porque se va perdiendo el sentido de los mandamientos de Dios, y de que son diez, y de que en ellos se encierra lo esencial de la vida creyente.
          Luego se reduce a “un mandamiento”, que en realidad son dos pero fundidos en uno solo: Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Creer en el nombre de Jesucristo, que es algo más que creer en su existencia: se trata de vivir de acuerdo con su enseñanza. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
          Luego viene algo muy importante: la necesidad de discernir. La gente se presta mucho a apariciones y “revelaciones” de sucesos más o menos extraordinarios, y se deja a un lado el evangelio y los criterios de la verdad que deben seguirse. Dice San Juan: Queridos míos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo. Un criterio necesario es que se produzca y se mantenga en paz. Dios no actúa en la desazón, el nerviosismo, la agresividad, la tensión… Otro criterio lo señala Juan: En esto podréis conocer el Espíritu de Dios: todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo.
          ¿Qué diría hoy día el apóstol y evangelista? Porque hoy hay muchos que reniegan principios fundamentales de la fe, y entre ellos, el reconocer a Jesucristo como el Hijo de Dios, cuya palabra –recogida también en el evangelio- es Palabra de Dios que hay que vivir.
          Vosotros, hijos míos, sois de Dios y lo habéis vencido. Pues el que está en vosotros es más que el que está en el mundo. Ellos son del mundo; por eso hablan según el mundo y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios. Quien conoce a Dios nos escucha, quien no es de Dios no nos escucha. En esto conocemos el Espíritu de la verdad y el espíritu del error.

          Mateo 4, 12-17. 23-25.- En aquel tiempo, al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan se retiró a Galilea. No quiere permanecer en Judea donde las aguas bajan envenenadas por causa de Herodes. Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago, en el territorio de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo dicho por medio del profeta Isaías: «Tierra de Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tierra y sombras de muerte, una luz les brilló».
          Mateo tiene especial empeño en hacer ver que en Jesús se cumplen las profecías. Como es el evangelista que se dirige expresamente a los judíos, le es fundamental hacerles ver que las promesas mesiánicas hechas en el Antiguo Testamento, se van cumpliendo en Jesús. Y que así los judíos, reticentes en recibir a Jesús, se vayan convenciendo de que realmente es el Mesías prometido
          Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos». Corresponde a este punto el tercer misterio que Juan Pablo II puso entre los luminosos: la invitación a la conversión.
           Jesús recorría toda Galilea enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo.    Su fama se extendió por toda Siria y le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolores, endemoniados, lunáticos y paralíticos. Y él los curó. Y lo seguían multitudes venidas de Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Transjordania.

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