sábado, 30 de junio de 2018


Corazón de Jesús, vida y resurrección nuestra
          Culminamos el MES DEL SAGRADO CORAZÓN y lo hacemos con esta invocación de las letanías. Nos abre hacia ese destino al que somos abocados quienes vivimos el amor al Corazón de Jesús que, remedando la expresión de Pablo, hemos corrido nuestra carrera, hemos mantenido la fe en el Corazón de Jesús, y hemos centrado nuestra espiritualidad en Jesucristo, ese Corazón que tanto ha amado a los hombres, y al que queremos corresponder con respuesta de amor.
          Eso lleva consigo la esperanza en el final de nuestra vida. Final que, sin embargo, es comienzo de verdadera y definitiva vida, que se adquiere tras nuestra resurrección. Los que nos hemos apegado al Corazón de Jesús, esperamos sin duda ese abrazo eterno que expresa la resurrección, la vida perenne que viviremos con él. Sentiremos el ardor de su Corazón abierto, que nos acoge y nos abraza y hace de ello una eternidad nuestra infinitamente feliz.

Liturgia:
                      En Mt.8,5-17 hallamos dos sucesos con dos actuaciones salvíficas de Jesús. Jesús entra en Cafarnaúm y lo primero que se encuentra es a un centurión romano que se acerca a él y viene a suplicarle por un criado que está enfermo, paralítico, y sufre mucho. Y Jesús, sin dudarlo, toma la iniciativa de ir a la casa a curarlo.
          Lo sorpresivo es que aquel centurión, que no es judío, pero que ha oído hablar de Jesús como hombre que hace maravillas con los enfermos, le objeta a Jesús que él no es nadie importante para que Jesús vaya a su casa, y que basta que lo diga de palabra y el criado quedará sano.
          Jesús se quedó admirado. La verdad es que no había visto en Israel una fe tan grande, y que le llama la atención que vengan de fuera las personas con esa fe tan grande.  Y levanta su voz y lo pronuncia ante los testigos del caso, y comenta que vienen de fuera los que se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob, y echarán a los ciudadanos del reino, a los que se creen con todos los derechos para ser los primeros. Había sido un centurión romano el que había tenido ese acto de fe tan fuerte, que se conforma con una palabra que diga Jesús, porque está seguro de que esa palabra tendrá toda la fuerza de una acción directa. Y lo ha razonado el centurión con su propia experiencia de mando: a él le basta mandar y sus soldados obedecen.
          Al llegar aquí no puedo menos que hacer una reflexión sobre esa oración del centurión que la liturgia ha acogido como inmediata preparación a la Comunión. Una oración que me temo se recita de rutina por muchos fieles, a juzgar por el modo en que se hace, que más bien atropella la oración y el sentido intimista de esas palabras,  que el hecho de estar suplicando humildemente a Dios.  A lo mejor diría Jesús que no se está rezando con toda la fe de quien habla a Jesús y le dice con el corazón que no soy quién para que entres bajo mi techo
          A la vez se me ocurre otra idea: no queremos decirle a Jesús, como el centurión, que no somos dignos y por tanto que no venga a “nuestra casa”. Muy al contrario, aun reconociéndonos indignos, necesitamos de esa palabra de Jesús que nos purifique. Y que venga a nosotros. No queremos renunciar a su venida.
          Y bien sea esa “parálisis” que nos hace sufrir mucho…, o sea la fiebre de la suegra de Simón (que también recoge el evangelio de hoy), lo que necesitamos siempre es que Jesús se nos haga presente y nos tome de la mano y nos haga salir de nuestra “gripe” y nos pongamos a continuación a servir a Jesús como aquella mujer.
          La narración concluye con la actuación de Jesús, a la caída de la tarde (cuando ya ha acabado el sábado) con aquellas gentes que se le han venido a las puertas, trayendo a sus enfermos, y ansiosas de ver a Jesús y escuchar su enseñanza. Nueva lección de este día, que es el ansia de encontrarse con Jesús y estar ahí con “nuestra enfermedad” para que Jesús pase junto a nosotros y nos vaya imponiendo sus manos y nos vaya liberando de tales “enfermedades”. Y poner atención a su palabra con la que ensancha el alma y nos marca la pauta de lo que debemos vivir.

1 comentario:

  1. Dice el Padre Cantero:
    "Al llegar aquí no puedo menos que hacer una reflexión sobre esa oración del centurión que la liturgia ha acogido como inmediata preparación a la Comunión. Una oración que me temo se recita de rutina por muchos fieles, a juzgar por el modo en que se hace, que más bien atropella la oración y el sentido intimista de esas palabras, que el hecho de estar suplicando humildemente a Dios. A lo mejor diría Jesús que no se está rezando con toda la fe de quien habla a Jesús y le dice con el corazón que no soy quién para que entres bajo mi techo"


    Yo digo lo siguiente:

    Yo también temo que al igual que sucede durante la Misa, no se recita con el corazón en muchas ocasiones. ¿Y yo como se eso? ...pido disculpas si me equivoco..


    Diré algo: y es que las oraciones de la Misa, o las respuestas, no son para repetir sin más. Son para que uno las interiorice. Por ejemplo: el sacerdote dice sus partes, ¿y que hace el pueblo? ¿Sólo oír? ¿A veces ni eso? Pues yo creo que lo que debemos hacer es poner los cinco sentidos en vivir, e interiorizar lo que estamos escuchando, y hacer nuestro lo que dice el Sacerdote. Eso es estar en comunión. El sacerdote no es un actor y nosotros otros actores. Somos miembros de la misma Asamblea y todos estamos a lo mismo sólo que en diferente posición.


    Por tanto: si vamos a misa como meros oyentes, no aprovecha. Si vamos a Misa y perdemos frecuentemente el hilo, o creemos que cuando habla el sacerdote no va con nosotros, y estamos sólo esperando a contestar mecánicamente nuestras "partes", la misa simplemente no se está viviendo. ¿Es eso lo que a Jesús le agrada? Yo diría que no...

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