Inmaculado Corazón de María
Corazón de Jesús, casa de Dios y puerta del Cielo
Dios tiene su morada en el cielo, por decirlo de alguna
manera que expresa su trascendencia. Pero a su vez Dios está viviendo en la
realidad cercana al hombre, No se ha quedado en las alturas. Vive también en lo
humano de Jesús, Jesús es Dios. El Corazón de Jesús es casa de Dios, cuerpo humano donde está Dios en su plenitud, donde
Dios convive con los hombres.
Y como el Cielo es Dios, porque la bienaventuranza es la
presencia de Dios y el goce de Dios, el Corazón de Jesús es la PUERTA por la
que los hombres podemos llegar a Dios. Ya lo dijo Jesús: Yo soy la puerta de
las ovejas. Puerta por donde los humanos accedemos a la trascendencia de Dios y
al goce de su Presencia.
Liturgia:
Concluimos con San Marcos (12,38-44)
el tiempo que este evangelista ha dominado la liturgia de los días ordinarios.
Como he dicho ya, los últimos evangelios han correspondido a la última semana
de Jesús, a los primeros días de la semana que culminó en la Cena Pascual y la
Pasión. Jesús se ha encontrado acosado por diferentes estamentos que han
pretendido sorprenderle en algún error o contradicción.
Por eso Jesús en la postrera catequesis advierte a las
gentes, reunidas en multitud para escucharle, que se cuiden de los escribas o doctores de la ley que les encanta pasearse
con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza y buscan los asientos
de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes…
Hasta ahí la ostentación, el prurito de aparecer y ser
saludados y honrados por las gentes, la vanidad. Digamos que hasta ahí es el
globo hinchado que se desinfla a la primera de cambio. Es la posición contraria
a la enseñanza de Jesús, que siempre ha pedido sencillez, humildad, escoger los
últimos puestos…
Pero no se quedan en eso. Y Jesús lo denuncia: devoran los bienes de las viudas con el
pretexto de largas oraciones. Y eso ya no es hinchar el perro sino cometer
un abuso y una injusticia notoria. Y Jesús avisa a la gente que le escucha para
que se cuiden de ellos.
Luego, Jesús dejó a las gentes y se sentó frente al cepillo
del templo, y observó las donaciones que iban haciéndose. Y fue viendo, de
acuerdo con lo que acababa de comentar, que los ricos echaban sus donativos con
ostentación, porque echaban en cantidad. Jesús miraba y no experimentó ninguna
emoción ante aquellas dádivas llamativas.
En cambio se quedó fijo en una viuda pobre que se metió en
la fila de los donantes y vino a echar dos moneditas que casi se perdían entre sus dedos, y que no tenían apenas
valor: eran las monedas más pequeñas que había en circulación entre los judíos.
La traducción que utilizan algunos textos de “dos reales” ya se pasan con mucho
de la realidad. Pues bien: en aquella mujer humilde, sencilla, pobre y que
apenas ha dado dos céntimos, se paró la atención de Jesús, y él llamó a sus
discípulos para hacerles caer en la cuenta de la acción de aquella viuda.
Porque mientras los ricos han echado de lo que les sobraba, ella ha dado al
tempo lo poco que tenía ese día para comer. Ella ha hecho la gran donación. Sin
valor económico pero con el valor humano absoluto de haberlo dado todo. Jesús
les hace comprender a sus apóstoles que la mujer aquella, que pasaba necesidad,
ha echado más que nadie porque –por decirlo así- se ha donado a sí misma.
Es la mirada del Corazón de Cristo, quien penetra lo
profundo de cada alma y descubre el valor de las cosas pequeñas. El mundo de
hoy se ha metido en esa vorágine de la ostentación, del ser más que el otro, de
llamar la atención. En la sociedad actual priva el quedar más allá que el
vecino. Es todo lo contrario de la mentalidad y gustos de Jesús, que está
enseñando frecuentemente que los primeros serán los últimos, y que el arte del
Reino es ocupar los últimos puestos, porque los últimos, los menospreciados,
serán en realidad los primeros, los que alcancen ese Reino de Dios.
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