domingo, 3 de junio de 2018

3 junio: Día del CORPUS


CORPUS CHRISTI
Cuarto día de Novena al C. de Jesús. Málaga

Liturgia:
                      La Iglesia vive muchos de sus grandes misterios en dos vertientes complementarias: una es la que llamaríamos “histórica”, y toma pie en los hechos centrales de la Redención. Por ejemplo, el Jueves Santo es celebración de la Institución de la Eucaristía en el contexto de la Pasión, como mística celebración de la muerte de Jesús. La otra vertiente es la “celebrativa” o festiva, que toma el mismo hecho pero desde su cara luminosa. Sería en este caso que nos ocupa, la celebración del DÍA DEL CORPUS CHRISTI, cuyo título completo es del Santísimo CUERPO y SANGRE de Cristo.
          La liturgia de este día, en el ciclo B, comienza con una 1ª lectura del libro del Éxodo (24,3-8) que nos narra el ritual que siguió Moisés para mostrar el pacto entre Dios y su pueblo, mediante la sangre de las víctimas ofrecidas, y la afirmación del pueblo que repite: Haremos cuanto nos ha dicho el Señor. Moisés toma la sangre, guarda una parte en vasijas como ofrenda a Dios, y rocía al pueblo, con otra parte de la sangre, diciendo: ésta es la sangre de la alianza que el Señor hace con vosotros, sobre todos esos mandatos. Pretende la lectura remontarse a los primeros tiempos en que ya hay una alianza sellada con sangre, entre el pueblo y Dios.

          El evangelio (Mc.14,12-16.22-26) nos narra la realización plena de aquel símbolo del Antiguo Testamento, que tiene su plenitud en la nueva alianza que firma Jesucristo con su sangre: Ésta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por muchos.
          El signo se ha hecho ya realidad, y lo vivimos en la celebración de la Eucaristía, con especial fuerza en la solemnidad litúrgica del CORPUS, en el que toma un significado hondo el gesto de Jesús en la Cena última, preparada con mucho esmero por el Señor para hacer su despedida y entregar su Testamento final a sus Apóstoles, y en ellos, a la Iglesia. En aquella cena ritual hay un momento en que Jesús toma pan de la mesa, lo reparte entre sus Once (ya no estaba Judas), y les dice: Tomad, esto es mi cuerpo. Cumple así aquella promesa que hizo un día de dar a comer su cuerpo, algo que escandalizó a las gentes y a muchos de sus discípulos, que no tuvieron la paciencia de esperar la forma de realización de aquella promesa.
          Luego, en la Cena, tomó una copa, pronunció la acción de gracias, se la dio y todos bebieron. Y les dijo: ésta es mi sangre de la alianza derramada por muchos.

          La 2ª lectura nos aporta la teología de este hecho: Cristo ha venido como Sumo Sacerdote de los bienes definitivos. Él es el templo, el sacerdote y la víctima. Templo más grande y perfecto, no hecho por manos humanas, es decir, no de este mundo creado.
          Sacerdote muy superior a los que le han precedido, que ha entrado  en el santuario de una vez para siempre, consiguiendo la liberación eterna.
No usa sangre de machos cabríos sino la suya propia. Por eso es también víctima.
          Y aquí explica el autor: Si la sangre de machos cabríos y toros y el rociar de las cenizas de una becerra, tiene el poder de consagrar a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, cuánto más la sangre de Cristo que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas.
          En la comparación entre los rituales del Antiguo y el Nuevo Testamento, queda claro que ahora se ha llegado a la verdad completa, porque ahora el mediador es Jesucristo; en esa alianza ha habido una muerte que ha redimido de los pecados cometidos durante la primera alianza, y así los llamados pueden recibir la promesa de la herencia eterna.

          Todo esto es lo que vivimos, de manera especial, en esta celebración de esta solemnidad, y nos pone bien a las claras que estamos ante el misterio de nuestra salvación, y de la prenda de la vida eterna que se nos da en la Eucaristía, que se siembra aquí en la tierra mediante la participación en la Comunión, y da su fruto en el Cielo, adonde nos hace mirar y tender, y tomar fuerzas para que la Eucaristía sea un motor que nos saca de lo humano y nos mete en la órbita de participación en lo divino.


          Dios está aquí: venid adoradores; adoremos a Cristo Redentor.

-         Que nuestra adoración se exprese en obras hacia Dios y hacia los hermanos. Roguemos al Señor.

-         Que en este día de caridad y amor, abramos nuestro corazón a los que nos necesitan. Roguemos al Señor.

-         Que, siendo tan necesaria nuestra ayuda económica, no reduzcamos a ella nuestra manera de vivir el amor al prójimo, Roguemos al Señor

-         Que el Cuerpo y Sangre de Cristo nos impulsen a vivir mejor nuestras exigencias cristianas. Roguemos al Señor


Por este sacrificio, por el que Dios es nuestro Dios y nosotros somos su pueblo, pongamos en práctica nuestro servicio a Dios y a nuestros hermanos.
          Por Jesucristo N.S.

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