domingo, 17 de junio de 2018

17 junio: Gratuidad de la Gracia


Corazón de Jesús, Rey y centro de todos los corazones
          Toda sociedad bien constituida tiene un jefe. Entre los jefes, quien ha sido siempre el principal ha sido el “rey”, el que sobresale sobre los otros. El que marca un estilo. El que ha de mirar por el bien de su pueblo. Al rey se le ha mostrado en las culturas avanzadas una obediencia, un respeto. Se le ha rendido un vasallaje. El rey ha constituido el centro de la vida de una nación.
          Bajo esa imagen se atribuye al Corazón de Jesús un REINADO en el que él es el centro sobre el que gira una “nación consagrada, un pueblo de su propiedad”, unos fieles que se saben atendidos y defendidos por ese Rey cuyo poderío es el amor y el servicio a sus “súbditos”, que se sienten protegidos por ese Rey que es todo corazón, y que gozosamente sienten girando sus corazones  alrededor de ese Centro que les alimenta y les proporciona vida.

Liturgia:
                      Dos parábolas cortas nos trae el evangelio de este domingo, reflejando características del Reino de Dios. (Mc.4,26-34).
          La primera característica es la gratuidad del Reino. El labrador echa la simiente y luego ya no tiene más que esperar a que la semilla germine en la tierra, y que crezca sola, por sus pasos, primero la mata, luego el tallo, después la espiga. Y el labrador no sabe cómo se ha producido cada paso, y él no ha intervenido. Él ha dormido de noche y se ha levantado de mañana, y la semilla ha crecido sin que él intervenga. Ha sido la fuerza misma de esa semilla.  Cuando llega el tiempo, el labrador mete la hoz, recoge las gavillas y obtiene el fruto. Se le ha dado gratuitamente. A él le ha tocado solamente la parte externa de cavar, regar, quitar las malas hierbas, es decir, quitar lo que pudiera impedir el desarrollo normal de la semilla.
          Con la Gracia de Dios pasa igual: la criatura no puede hacer nada más que recibirla como don que le llega; y sólo le toca quitar impedimentos. Así es el Reino de Dios.

          En la segunda parábola se indica que ese Reino comienza con el detalle más mínimo, semejante a ese grano de mostaza, ínfimo en su realidad, pero capaz de germinar con fuerza, hasta el punto que crece un arbusto y los pájaros llegan a anidar en sus ramas. El Reino no está pensado por Jesús como algo multitudinario sino como lo pequeño que se desarrolla en el interior de cada persona. Pero sin embargo está destinado a acoger a toda clase de personas, y así extenderse por el mundo entero.

          La 1ª lectura (Ez.17,22-24) lo expresa en profecía poética como una promesa del Señor: Arrancaré una rama del alto cedro y la plantaré en la cima de un monte elevado, en la montaña más alta de Israel, para que eche sus brotes y dé fruto y se haga un cedro noble. Era solo una rama, pero –plantada por Dios en lugar oportuno- se convierte en un cedro frondoso.
          Anidarán en él las aves de todo plumaje al abrigo de sus ramas.
          Para concluir que quedan sin importancia las otras realidades humanas simbolizadas en los árboles silvestres, cuyos árboles altos  quedan secos, mientras que Dios hace florecer los árboles secos. Una vez más queda patente la gratuidad de la obra de Dios, tal como se ha expresado en el evangelio.

          La 2ª lectura (2Cor.5,6-10) nos añade la necesidad de la fe porque hemos de caminar sin ver. Pero es tal nuestra confianza que en el cuerpo aquí abajo, lo que importa es esforzarnos por agradar a Dios. Es el verdadero planteamiento cristiano.

          La EUCARISTÍA es la semilla que se siembra en la tierra y cuyo tallo crece hasta dar su fruto en el cielo. El que comulga en las debidas condiciones, ya está proyectado al encuentro con Dios en la eternidad. Ha sido el propio Jesús el que, entrando en el alma ha puesto el dinamismo que conduce a la plenitud del gozo en el abrazo de Dios. No tenía capacidad y fuerzas por sí misma la criatura para ese destino, pero Dios se lo ha regalado por la fuerza de la Eucaristía.




          Elevamos nuestras súplicas al Señor.

-         Para que la semilla que Dios planta en nosotros dé su fruto abundante, Roguemos al Señor.

-         Para que seamos conscientes de que con la gracia de Dios podemos salir victoriosos, Roguemos al Señor.

-         Para que crezca en nosotros la semilla e influyamos en el bien de otros, Roguemos al Señor.

-         Para que la Eucaristía que recibimos sea en nosotros prenda de la gloria futura, Roguemos al Señor


Haz, Señor, que, guiados por la fe, caminemos hacia la plenitud del Reino en nuestro corazón.
          Por Jesucristo N.S.

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