martes, 19 de junio de 2018

19 junio: Amor a los enemigos


Corazón de Jesús en quien habita toda la plenitud
          ¿Qué significa “plenitud” –Que no falta nada. Que está repleto. Que lo tiene todo en todos los sentidos y en todas las posibilidades. “Toda la plenitud” es reduplicativo. Porque si es plenitud ya es todo.
          El Corazón de Jesús es el Hijo de Dios, es Dios. Como Dios no puede faltarle nada. En lo humano sufrió muchas carencias como es propio de los hombres: pasó hambre, tuvo sed, no tuvo donde reclinar su cabeza, sufrió el dolor y hasta la soledad y el desamparo Como hombre llegó a la expresión más humillante de lo humano que es la muerte. Pero en todo eso también quiso vivir la plenitud del dolor y de la carencia, porque el Corazón de Jesús fue plenitud de amor hasta resumir su vida en un pasar por el mundo haciendo el bien.

Liturgia:
                      Toca hoy el evangelio un punto substancial: Mt.5,43-48 nos pone ante la actitud básica y distintiva cristiana: EL AMOR. Y, supuesto el amor hacia los semejantes, los amigos, los que están del lado de acá…, Jesús extiende su mirada a los enemigos. Lo que se dijo a los antiguos era: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero YO OS DIGO…: es la palabra constituyente de la nueva manera  de vivir que Jesús viene a establecer. Y lo que YO OS DIGO es amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os persiguen y calumnian. Ya ha llevado Jesús el tema al extremo. Pero esta vez con mandato expreso y distintivo del que es discípulo suyo. Y es así hijo del Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos.
          Muchas veces “las pruebas” que tienen los incrédulos es que si Dios existiera no habría tanto dolor en el mundo. El dolor y la carencia existen aunque Dios envía su sol para todos y su lluvia para todos. También para los que se han declarado o hecho enemigos de Dios. Las diferencias no vienen de Dios sino de los hombres, de las injusticias, de los abusos, de la maldad que hay en la humanidad, que en realidad esta deshumanizada. Pero aun así, Dios sigue haciendo salir su sol y da su lluvia para todos.
          Pues de la misma manera el amor tiene que abarcar en las relaciones humanas a amigos y a enemigos para ser en verdad hijos de Dios.
          Y dice Jesús: ¿Qué mérito tendréis si sólo amáis a vuestros amigos? ¿Acaso no hacen eso mismo los paganos? ¿Qué distintivo tendrían los hijos de Dios, los seguidores de Jesús si nos comportáramos igual que los que no tienen fe? ¿No aman ya las gentes del mundo a sus amigos? Luego eso no es lo que distingue.
          La distinción está en el amor a los enemigos.
          Naturalmente no se pide un amor afectivo, un cariño hacia esos que se declaran enemigos y que se han situado enfrente de nosotros. Pero el amor no está centrado en los afectos sino en las obras y en las actitudes. Y lo que se nos pide hacia los enemigos son las obras de amor, de atención, de ayuda, de colaboración… que tendremos con los amigos. No se nos pide el afecto hacia quienes se han situado contra nosotros. Pero no se les puede desear ningún mal ni dejar de prestarles el servicio que necesitan en un momento determinado.
          Conclusión a la que nos lleva Jesús en este final del capítulo 5º: sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. No en la misma “cantidad”, no en la misma dimensión, como es muy fácil de comprender porque Dios es Dios y nosotros somos pobres criaturas. Pero podemos tender a una perfección propia de nuestra condición humana. Es más: nosotros no podemos ser nunca “perfectos”, acabados…, porque estamos en movimiento hacia…, caminamos, progresamos…, y siempre falta algo. Pero ya en ese mismo movimiento hacia un más, ya estamos siendo “perfectos” en nuestras posibilidades de perfección. Estamos en vías de querer coger el sol…, que nunca cogeremos, pero que no renunciamos alcanzar. Esa es nuestra perfección. Así, en nuestras posibilidades, podemos ser perfectos a la manera de la perfección de Dios, aunque él la posee completa y nosotros caminamos hacia ella.
          Pues a ello nos llama el Señor. Y no podemos conformarnos con haber llegado adonde hemos llegado. Siempre es posible un paso nuevo… Pues si es posible, hay que intentar darlo.

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